Escenario

Tatiana Huezo hizo ‘El Eco’ porque necesita “mirar a los ojos a la gente”

COBERTURA. La cineasta mexicana compite en la sección Horizontes Latinos del Festival Internacional de Cine de San Sebastián

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La cineasta Tatiana Huezo.

La cineasta Tatiana Huezo.

EFE/ Juan Herrero

Tras lograr en 2021 el premio Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián con su primera película de ficción, Noche de fuego, la mexicana Tatiana Huezo regresa a este certamen y al documental con El Eco porque “necesitaba volver a mirar a los ojos a la gente”.

De su experiencia con la ficción, Huezo se quedó con un lenguaje cinematográfico que le da una nueva perspectiva a su estilo documental.

Vengo muy fortalecida de la ficción. Con unas enormes ganas y curiosidad de experimentar más con el lenguaje cinematográfico”, reconoce a EFE la realizadora, que se llevó el premio a mejor documental en la pasada Berlinale.

Un trabajo que se diferencia de sus anteriores -como Tempestad (2016) o El lugar más pequeño (2011)- en que es claramente un documental, pero al mismo tiempo parece una ficción, por su montaje, su estructura narrativa y la forma de contar una historia que sigue el día a día de la pequeña localidad del Eco.

Un pueblo remoto del norte de México en el que conviven mujeres de varias generaciones - “tengo una enorme fascinación por los personajes femeninos”, señala- mientras los hombres salen a trabajar fuera. Y en esa convivencia las niñas aprenden a cuidar a sus mayores y asumen el proceso de la vida, incluso sus aspectos más duros, de la forma más natural.

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Huezo, mexicana de origen salvadoreño, quería hablar de la infancia, un tema que ahora le obsesiona, así que empezó a visitar escuelas rurales. Buscó en el estado de Puebla y viajó a muchas comunidades indígenas, pero no encontraba la ideal, hasta que alguien le dio una lista de pueblos y cuando leyó El Eco, algo se le despertó.

Al llegar allí descubrió a Luzma, la niña que cuidaba las ovejas, que daba clase a una pareja de gemelos. Sus grandes ojos negros y la emoción que sentía por enseñar le convencieron que era el lugar adecuado para situar la historia que quería contar.

Un pueblo en el que cuando sopla el viento “se lleva a pasear las palabras de la gente” y hay que tener cuidado con lo que se habla, como recuerda la realizadora, feliz de estar en un festival por el que siente “un profundo amor” y en el que conecta muy bien con el público.

Pero para llegar a San Sebastián con El Eco, el camino ha sido largo. Tardó cuatro años en ganarse la confianza de la comunidad para que le dejaran trabajar con los niños, que era su objetivo. Y fue la abuela Eustolia la que le ayudó a conseguirlo.

“Nos hicimos amiguísimas (...). Yo la hacía reír. Realmente fue un vínculo hermoso y profundo”, dice Huezo con cierta pena por el fallecimiento de Eustolia al poco de empezar un rodaje que se prolongó de forma intermitente durante 18 meses.

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Ese fallecimiento le hizo hasta dudar de poder construir su filme. Pero de ahí sacó la lección más importante que ha aprendido con este proyecto, que en la vida de cada día hay muchas cosas y momentos extraordinarios “que dan para una película y para cien más”.

Las niñas y mujeres de ese pueblo aportan su realidad y su ternura a una narración que utiliza los espectaculares paisajes de la zona para construir un relato que no contiene la violencia habitual en el cine de Huezo.

Tenía una enorme necesidad de seguir hablando de México desde otro lugar. Es menos doloroso. Tenía una gran necesidad de apartarme de la herida, de esa herida profunda que atraviesa México”, reconoce la cineasta.

Por eso quería acercarse a la magia que desprende una comunidad como la del Eco, de ver crecer a los más pequeños en un ambiente no exento de dureza, en una zona donde el clima es muy extremo, hay sequía y se mueren los animales.

Y tenía claro que esto lo tenía que contar en un documental, que le permitiera trabajar sin prisa, volver a poner los pies en la tierra y volver a mirar a los ojos a la gente.