Escenario

‘Taxi Driver’: La mirada autodestructiva del insomnio citadino

TICKET AL PASADO. En esta ocasión nuestro especialista revisita uno de los grandes clásicos del cine de Martin Scorsese a propósito del ciclo de filmes que regresaron a la pantalla grande

cine

Fotograma de ‘Taxi Driver’.

Fotograma de ‘Taxi Driver’.

CORTESIA

Es casi un cliché el apoderarnos de la noche durante nuestra etapa estudiantil-universitaria, debido a la carga de actividades que parecen multiplicarse más que el tiempo del que tenemos disponible. Al convertirnos en seres nocturnos, la realidad suele distorsionarse, los sentidos se amoldan a ciertas costumbres que se fugan de las normas condicionantes de la sociedad; ocasionalmente la creatividad se potencializa y, por otro lado, lo cotidiano te devora a través del ocio mal encaminado.

Es en esta etapa donde la madrugada se transformó en mi mayor aliada y compañía. Sin embargo, el desvelo estudiantil no fue lo único que ocupaba mi mente, el cine cobró una dimensión mayor y aquellas obras clásicas aparecieron frente a mis ojos, fusionándose con mi contexto y dándole sentido a algunas ideas que se generaban día a día. Martin Scorsese siempre ha sido un modelo autoral ideal para consumir filmes con mayor espesor narrativo y visual, y fue gracias a uno de sus más icónicos trabajos, Taxi Driver (1976) con el que mi percepción sobre la alteración mental nocturna se llevó al extremo.

A su regreso del conflicto armado de Vietnam, Travis Bickle (Robert De Niro) lo aqueja el insomnio de manera crónica, por lo que debe encontrar métodos para pasar el tiempo mientras su mente se mantiene despierta. Es así como consigue un trabajo de taxista en el turno nocturno, lo que lo hará decepcionarse de la vida urbana en Nueva York, generar un odio mal encausado hacia sus habitantes, así como darse cuenta que la ciudad necesita un cambio radical.

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La magia de este cineasta estadounidense radica en su capacidad de engatusar y enamorar a su audiencia por medio de la crudeza audiovisual, lo vertiginoso de su cine te invita a crear una amalgama del universo que está planteando en pantalla con tu propia mirada como espectador. La cinta protagonizada por un joven Robert De Niro va pincelando el lienzo de un panorama decadente y sombrío, el cual parece ser habitado por almas manchadas con sus propios pecados, los cuales ya los han aceptado y simplemente los cargan a diario hasta el momento de su extinción social.

El paralelismo de un cinéfilo nocturno con un personaje envuelto en la protección de la noche, desarrolló una sinergia que cautivó mis pensamientos, llevándome a reflexionar sobre aquellos problemas de fondo que pueden llevar al ser humano a desprenderse de su consciencia temporal y automatizar sus acciones, convirtiéndose en un zombie que consume negatividad en lugar de carne humana, ¿cuál puede llegar a nutrir mejor a Travis?

En reiteradas ocasiones, Alfred Hitchcock habló sobre la importancia de generar un suspenso de calidad en el cine, detallando la entrega total de información a la audiencia, pero no a sus personajes, creando un punto de ansiedad cinematográfica que obligaba a la sala a entrar en un plano de tensión irreal pero satisfactorio. Si logramos crear un punto de conexión con lo anterior, Scorsese elaboró una bomba de tiempo humana con el personaje de Travis Bickle, cuyo temporizador avanzaba más rápido en medida de que la ira de este iba alimentándose de una sociedad que lo evidenciaba como un ser incomprendido y casi salvaje. 

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La inocencia, necesidad de supervivencia y reproducción, su conocimiento del terreno (usando el taxi como método de exploración) para posteriormente cazar a sus presas en el manto de la noche, nos llevó a consumir una historia de un ente primitivo emocionalmente en medio de una urbe que ha creado una fachada de condicionamientos para ocultar su degradación.

El observar los momentos de contemplación al infinito en los ojos del protagonista, así como su viaje y ascenso a una justicia que reclamaba a aquellos que lideraban su entorno, me hizo reflexionar sobre el momento en el que me encontraba hace diez años, una instancia donde estaba desarrollándose mi sentido de moralidad, existía un crecimiento del sentido común acerca de nuestro papel social, pero sobre todo del alcance de las normas, así como las convenciones que se amoldan a quienes representan una figura de autoridad.

A partir de esto, Scorsese entró en mi imaginario como un hombre capaz de distorsionar el lenguaje cinematográfico a su antojo, adaptarlo a su desbordada mente, pero siempre cumpliendo los parámetros que el séptimo arte posee, construyendo una dualidad que pocos o casi nadie puede lograr, cimentando clásicos que son referencias obligadas para las audiencias contemporáneas y que permanecen vigentes en cada coyuntura generacional. 

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