Escenario

‘El vampiro’: Piedra angular del cine de horror mexicano

CORTE Y QUEDA CLASSICS. A propósito de su regreso a la pantalla grande como parte de un ciclo especial de terror de Cinemex, revisitamos el clásico creado por Fernando Méndez estrenado en 1957

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Fotograma de 'El vampiro'.

Fotograma de 'El vampiro'.

ESPECIAL

Muchas veces se ha dicho y escrito que el público mexicano es gran consumidor del cine de terror. Ello no es de extrañarse, porque ese público nacional tiene (por decirlo así) enclavado en el ADN dicho género; ya que nuestro propio bagaje cultural es rico en mitos, tradiciones y leyendas las cuales aluden a lo sobrenatural y lo macabro, y habitan nuestro imaginario colectivo desde tiempos inmemoriales, y están presentes tanto en las nuestras tradiciones orales, como en la literatura, el teatro, la música, la pintura… y desde luego, en el cine.

El terror formó parte de la denominada Época de Oro del Cine Mexicano, en donde surgirían las primeras obras importantes de ese género en nuestro país, las cuales darían pie a toda una avalancha de las mismas, haciéndolo prosperar y permanecer incluso cuando tal época dorada llegó a su fin.

Dentro de esos títulos iniciales, sin duda destaca el primer acercamiento que el cine nacional haría a la figura del reviniente, entidad aterradora llegada a nuestro continente importada desde Europa, y la cual un par de décadas antes en Estados Unidos alcanzaría gran popularidad gracias al filme Drácula estrenado en 1931, dirigido por Tod Browning y con Bela Lugosi interpretando al conde quien da nombre a la cinta.

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Ese primer acercamiento sería producto de la mente e imaginación del guionista costarricense Ramón Obón Arellano, quien hizo mancuerna con el entonces ya prolífico y veterano cineasta Fernando Méndez, y con el productor y actor Abel Salazar (en ese entonces un entusiasta del género); y juntos crearían El Vampiro, largometraje estrenado en 1957 que se convertiría en piedra angular del cine de horror en nuestro país.

La trama gira en torno a Marta (Ariadne Welter), una joven quien intenta llegar a la hacienda de Los Sicomoros y visitar a María Teresa (Alicia Montoya), su tía quien reside allí y se encuentra delicada de salud. Pero al descender en la estación de trenes correspondiente, descubre que no hay forma de transportarse hasta allá, y los lugareños se rehúsan a llevarla y le ruegan espere al amanecer.

En ese lugar la joven conoce a Enrique (el propio Abel Salazar), un supuesto agente viajero quien logra conseguirle un aventón con un lúgubre cochero el cual transporta unas cajas con tierra provenientes de Hungría, destinadas a un tal Conde Karol de Lavud (Germán Robles), y su ruta pasa cerca de la hacienda. Enrique además se ofrece a acompañarla, porque tampoco tiene forma de salir de allí, además de estar un tanto prendado de ella.

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Al llegar a Los Sicomoros, a Marta le notifican que su tía recién acaba de fallecer. Entristecida por la noticia, decide quedarse unos días en la hacienda, acompañando a sus familiares entre los cuales se encuentra su otra tía Eloisa (Carmen Montejo), quien increíblemente conserva su juventud y lozanía, a pesar de su edad mayor. Enrique por su parte, decide quedarse allí también, y tratar de continuar con su viaje al día siguiente.

Pero Marta, Enrique y los habitantes de la hacienda no saben que están amenazados por la presencia del Conde de Lavud, quien en realidad es un vampiro el cual está comenzando a asolar la región, y pretende apoderarse de la hacienda y sus alrededores, para establecer allí un imperio de terror, y convertir a los lugareños en sus víctimas. Además, el Conde cuenta con el apoyo de Eloisa, su aliada secreta quien ha sido transformada por él en una poderosa vampiresa. Y para lograr sus propósitos, han decidido que su siguiente víctima sea Marta, y buscan convertirla en una de ellos. Pero su complot secreto saldrá a la luz, y se desatará una lucha entre el bien y el mal.

Trasladando a la figura del no-muerto de los exóticos castillos y los montes europeos a las haciendas, rancherías y el entorno rural del México de los cincuenta, Obón-Méndez-Salazar conciben un relato de suspenso y horror muy logrado, que adapta eficazmente las atmósferas góticas a entornos más familiares para los mexicanos, auxiliados en esa tarea por la excepcional cinematografía de Rosalío Solano y las increíbles escenografías diseñadas por Gunther Gerzso.

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Desde luego, la presencia del asturiano Germán Robles fue también pieza clave para que esta película funcionase. Curiosamente, el papel del Conde no estaba pensado para él originalmente, sino para Carlos López Moctezuma, a quien Abel Salazar se lo había propuesto originalmente. Pero semanas después cambia de opinión, y se decide por Germán, tras haberlo visto interpretar en teatro a otro personaje el cual irónicamente, en un contexto y con un significado distintos; también había regresado de la muerte: Jesucristo.

El Vampiro marca el debut cinematográfico de Robles, y la personalidad que le imprime al protagonista (mezcla de elegancia y magnetismo animal) deja una marca imborrable tanto en la historia del cine nacional, como en posteriores representaciones que de los revinientes se harían en años siguientes, y el Conde de Lavud figura siempre entre las representaciones vampíricas más icónicas y recordadas internacionalmente.

Mención aparte merece la presencia de una sensual Carmen Montejo, quien por momentos se roba el filme con su interpretación de una seductora pero también siniestra vampiresa. Y desde luego, la de Abel Salazar representando a un personaje escéptico, el cual brinda varios momentos cómicos que funcionan perfectamente para contrapuntear el tono oscuro y lúgubre de este trabajo.

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Además de sus estupendas y memorables actuaciones, otra de las claves del éxito de la cinta, fue una formidable fusión entre las fórmulas del cine de terror de los años treinta (principalmente del proveniente del monsterverse concebido por Universal Pictures) con los entornos rurales y provincianos del México que aún venía con la inercia del sueño de modernidad alemanista. Y en relación a esto último, incluso se pueden percibir algunos comentarios sociopolíticos interesantes, donde el chupasangre atacando a los campesinos de la región bien podrían verse como una metáfora de las rancherías y haciendas (y del campo mexicano en general) siendo depredados por los grandes consorcios agrícolas, mineros e incluso petroleros. Y en ese mismo tenor puede leerse la avidez del conde por adueñarse de las tierras de esas haciendas, para establecer en ellas su emporio personal.

Así, el largometraje concebido por este trío de personajes talentosos de nuestra cinematografía se erigiría como uno de los momentos fundamentales en la historia del género en México, y sentaría un precedente importante del mismo el cual, al igual que el mismo Conde que lo protagoniza, ha sobrevivido y continuará viviendo muchos años más. Porque El Vampiro es ya, sin duda, un clásico.

Actualmente, la cadena Cinemex está celebrando un ciclo titulado Espectros, delirios y colmillos. Clásicos de terror mexicano en el cual, además de este filme, se incluyen otros como Misterios de ultratumba (Fernando Méndez, 1958); El Barón del Terror (Chano Urueta, 1962); La Maldición de la Llorona (Rafael Baledón, 1963); y Chabelo y Pepito contra los Monstruos (José Estrada, 1973). Consulten la cartelera de dicha cadena para conocer las fechas y las sedes donde se podrán ver estas producciones.

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