Escenario

‘Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate’: Un colorido y mágico musical de culto

CORTE Y QUEDA CLASSICS. Escrito por Roald Dahl, este filme de Mel Stuart vuelve a ponerse en la mira por el estreno de su precuela

Willy Wonka y la fábrica de chocolate
Fotograma del filme. Fotograma del filme. (Willy Wonka/Getty Images)

En los psicodélicos y aun tumultuosos años 70, el director Mel Stuart, mayormente conocido por su trabajo en televisión, tomaría las riendas de una adaptación muy querida, un cuento escrito por Roald Dahl, destacado autor de obras como Las brujas, El fantástico Señor Zorro o Matilda, por citar algunas. En este caso, el escritor haría el guion para ese particular viaje a través del poder de la imaginación, la música y sobre todo, el chocolate.

Es así que Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate comenzó a cobrar vida en forma de un musical fiel a la esencia retórica de Dahl con moralejas marcadas acerca de la educación y los deseos cumplidos. La historia se centra en Charlie Bucket (Peter Ostrum, en su único papel en cine), un niño que vive con su madre y sus cuatro abuelos, va a la escuela y trabaja para ayudarlos a sobrevivir en el poblado donde habitan.

Todo da un giro inesperado cuando el más grande chocolatero (o dulcero, para el caso), Willy Wonka (Gene Wilder), anuncia un concurso donde cinco afortunados ganadores podrán visitar su fábrica para ser testigos de todos los secretos detrás de las deliciosas golosinas que llevan su nombre. Sin embargo, puede que los triunfadores se lleven más de una sorpresa ante la impresionante y alocada vida dentro de este mágico edificio.

Gene Wilder, que venía de trabajar con Arthur Penn en Bonnie y Clyde (1967) así como con Mel Brooks, genio comediante en su primera colaboración juntos con la atrevida Los Productores (1967) aceptaría el rol del excéntrico y raro Willy Wonka, vestido de saco morado y sombrero color chocolate. Su personalidad irradia una perfecta mezcla de locura y carisma como el anfitrión de estos niños y sus acompañantes adultos, además de hacer gala de sus dotes para el canto y una capacidad de sorprender a sus compañeros nata.

A pesar de ello, Wonka no es el protagonista del relato, sino los niños que Roald Dahl explota de buena forma en este guion, muy similar a lo hecho en su cuento. Cada uno de ellos tiene una característica nada grata. Augustus Gloop es un alemán que peca de goloso al devorar todo lo que se le ponga enfrente.

Violet Beauregarde es una amante de los chicles, constantemente masca su goma sin parar de forma irritante. Veruca Salt es la petulante niña consentida que quiere tener todo y no compartir nada y, finalmente está Mike TeeVee, el niño obsesionado por la televisión, dando el excelente ejemplo de lo que es la visión de este objeto como una ‘caja idiota’.

Todos ellos tienen un defecto, pero no es su culpa, sino de unos padres incapaces de poder dar una crianza adecuada a sus hijos. Dahl usa los malos ejemplos para explorar la moraleja de su cuento llevada a la acción real. Sin embargo, el corazón del relato es Charlie Bucket, una antítesis a todos esos muchachos que siempre actúa de forma abnegada para el beneficio de su madre y sus abuelos, especialmente Joe, interpretado por Jack Albertson, quien es el más apegado al niño y que constantemente lo orilla a no perder su capacidad de soñar e imaginar.

Si bien Peter Ostrum jamás volvió a hacer cine, su Charlie es encantador e inocente. Es su constante sonrisa la que motiva a su mismo abuelo a salir de la cama al encontrarse con la fortuna de ser uno de los grandes elegidos con uno de los boletos dorados de Wonka. Además, encaja muy bien con la parte musical de la historia, otra de las grandes fortalezas de este filme que exalta no sólo los temas ya existentes en el cuento con las rimas sarcásticas y duras de los Oompa Loompas, esos pequeños enanos anaranjados con cabellera verde que fungen como amigos y ayudantes del gran chocolatero.

Y es que, además de esas breves intervenciones donde aleccionan a los maleducados, están también las canciones montadas por Howard Jeffrey y escritas por el equipo de Leslie Bricusse, Anthony Newley y Walter Scharf, destacando “Candyman”, con un coro pegajoso que define la gran capacidad de un hombre de los dulces, así como “I’ve got a golden ticket”, que junta al Abuelo Joe con Charlie en una memorable danza de celebración así como la icónica “Pure Imagination”, la perfecta carta de presentación para el Wonka de Wilder y su universo imaginativo.

Como buen musical, este filme se alimenta de un diseño de producción influenciado por la psicodelia cultural de ese momento, donde el movimiento hippie estaba cimentado y el rock psicodélico comenzaba a abrirse paso. Esto alimenta la esencia de la Fábrica de Chocolates, especialmente en una secuencia entre terrorífica y alucinante donde Wonka y sus invitados atraviesan un túnel lleno de perturbadoras imágenes, colores y una actitud de Gene Wilder que con su sola mirada parece estar fugado.

Asimismo, Dahl nos muestra cómo aquellas pequeñas cosas pueden determinar el destino de cada uno. De alguna manera, Charlie estaba destinado a encontrar un boleto dorado, ya fuera por su desinteresada actitud o por esa constante buena vibra ajena a la locura consumista o los caprichos del resto de la población que, con voracidad, se lanza para cumplir su sueño. De cierta manera, pareciera que Charlie y su familia son de los pocos en el mundo que sobreviven a su manera y no ambicionan nada más que el valor de la verdadera unión entre ellos.

Así, Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate sigue siendo un musical de culto que ha marcado a generaciones, incluso a cineastas que han querido recrear esa magia que Dahl y Stuart lograron en 1971 aunque no lo han logrado del todo, demostrando que solo un buen caramelero (o chocolatero para este caso) puede capturar esos colores, humor y encanto para crear un musical que ha trascendido por generaciones y que ahora, cinco décadas después, sigue generando expectativa con su humor particular y el valor de la imaginación pura.

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