Escenario

‘Zona de interés’: Fría disyuntiva moral y social, dolorosamente atemorizante

CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de Jonathan Glazer es uno de los protagonistas de la temporada de premios con una historia sobre la normalización de la violencia en el Holocausto

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Fotograma de 'Zona de interés'.

Fotograma de 'Zona de interés'.

CORTESIA

No cabe duda de que uno de los actos más funestos del siglo pasado fue el holocausto como consecuencia de las medidas adoptadas por el nacional socialismo de Hitler, ese que provocó la Segunda Guerra Mundial y un sinfín de muertes. Por ello, el cine ha intentado capturar diversos relatos y enfoques al respecto, desde aquellos que muestran los últimos momentos de este líder militar (La caída, Hirschbiegel, 2004) hasta la mirada cotidiana de unos soldados en un submarino de combate que solamente buscaban sobrevivir a la guerra (Das Boot, Petersen, 1981). Ni qué decir del lado de los judíos, a través de historias normalmente de dura supervivencia y redención (La lista de Schindler, Spielberg, 1994; El pianista, Polanski, 2002).

Sin embargo, Jonathan Glazer da un paso más allá del bien y el mal en Zona de interés, donde el británico nos coloca ante la vida plácida del comandante nazi Rudolf Höss (Christian Friedel), su esposa, Hedwig (la nominada al Oscar, Sandra Hüller) y sus hijos, que gozan de una vida alegre, pulcra y pacífica mientras el horror de la indiferencia al vivir al lado de uno de los campos de concentración más atroces de la Segunda Guerra Mundial: Auschwitz. Es ese frío distanciamiento donde Glazer se refugia para mostrarnos una cinta que, más allá de los fantasmas y miedos del Holocausto, ahonda en la frialdad de la inacción ante la masacre y exterminio de otros seres humanos.

Glazer suele ser un cineasta provocador, basta recordar aquella interesante cinta de ciencia ficción, Under the skin (2013) en la que Scarlett Johansson interpretaba a una alienígena que devoraba humanos mientras aprendía los absurdos del comportamiento de nuestra especie. Ahora, el británico opta por dejar el infierno de la guerra y sus atrocidades gráficas de lado para dejar que, con un impecable diseño sonoro, solamente sea un personaje de fondo, algo que ruge con fuerza y está presente en medio de los actos anodinos y falta de gestos de los Höss.

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Fotograma del filme.

Es esa contraparte entre la opulencia y la pulcritud de una vida perfecta, resaltada por la fotografía de Lukasz Zal y los fondos claros en donde resalta el blanco, que la negrura y los grises de las cenizas o los gritos silenciosos de dolor se convierten en el doloroso fantasma testimonial que se cierne sobre esta familia nacionalsocialista.

La adaptación de Glazer sobre la novela de Martin Amis se toma muchas libertades narrativas que pueden resultar polémicas. Si bien el libro retrataba la banalidad del mal y el dolor del casi exterminio judío como Zona de interés lo hace, el guion se aparta por completo de las tres voces de hombres que narran la historia para darle peso al personaje del comandante, que se convierte en la guía de este retrato mientras yuxtapone el horror de esos actos, huyendo del barbarismo y crueldad padecidos en el campo, otra diferencia conforme al texto de Amis, para enfocarse meramente en la vida perfecta de los alemanes.

Su piscina, su jardín de flores bellas y, eso sí, un gran muro topado con alambre de púas que separa esta vida perfecta de todos aquellos edificios grises vistos a distancia que conforman Auschwitz.

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Dejando de lado los monólogos de la novela, Glazer alude al horror y el miedo de la indolencia en las actividades del día a día y algunos inconvenientes menores que arruinan la vida perfecta de la familia Höss como la “tierra” en los muebles o las cenizas cayendo sobre un jardín de flores coloridas.

Evitando ahondar en las perspectivas de sus protagonistas, solamente un personaje se muestra verdaderamente afectado por lo que sucede más allá del muro al grado de no tolerarlo y partir de ahí. Mientras, los Höss viven en la ceguera total y conveniente, explotando el desapego absoluto ante los actos de una guerra que parece no tocar jamás su paraíso terrenal.

Eso es lo más llamativo de Zona de interés, generando una historia de horror moderna al recordar no sólo la cuestión de un Holocausto interminable, sino la dura cuestión de una apatía y desinterés en la muerte y los horrores de las guerras sin sentido que estremece los pilares geopolíticos de nuestro presente. Es curioso cómo un relato acerca de las atrocidades cometidas por un pueblo sobre otro, llevándolos a una masacre étnica puede mutar en diferentes aspectos en nuestra actualidad. 

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Es ahí donde la frialdad y la malévola indiferencia de este proyecto clava sus dientes a través de un relato que muestra que el terror más puro no es aquel que se esconde en monstruos y lo sobrenatural, sino en nosotros mismos, en nuestra apatía y desapego, pero sobre todo en la cuestión de vivir a un costado de una franja que justifica los horrores cometidos mientras la vida sigue su curso para otros.

Banal y fría para algunos, pero dolorosamente atemorizante para otros, Zona de interés encuentra ahí una mordaz disyuntiva moral y social acerca de la negación de la violencia aún teniéndola respirando sobre nuestros cuellos, mostrando que, para algunos, es mejor vivir en el total desapego de las vidas perfectas e imposiciones ideológicas sin importar que el horror de la indolencia rodee al paraíso perfecto, llámese ciudad, vecindario o estado.