Movió la cola al verla, le acababan de cortar el pelambre y se veía simpático. Ladró de placer pues el calorcito y el olor a rosas de su nueva ama le encantó. Escuchaba risas y llantos al despedirse pues iría a vivir a una nueva casa.
Se sentía el rey de los french-poddle, curioso y simpático se encaramó encima de las piernas de su nueva propietaria y se le acurrucó. De repente al abrir el hociquito, un olor que salía de su ser espantó al grupo de los humanos que lo habían adquirido. Debido a la edad avanzada, sus caries y la podredumbre de algunos de sus dientes proyectaban muy mal olor. Oyó que le empezaron a llamar Stinky y le gustó su nuevo nombre. Se preguntaba a dónde lo llevaría el destino.
Pronto llegó a su espacio otro como él. Stinky lo recibió, pero el recién llegado le gruñó haciéndolo sentir rechazado, además orinó cerca de su pata trasera marcando territorio. Mash, el grandulón, peleaba y le ladraba a cada rato a Stinky, mientras se acostumbraba a su olor. Stinky lloró sobre las piernas de su nueva ama, pidiéndole apoyo y cariño con su lengua, emitía sonidos como de bebé.
Mientras jugaban, volaba cual muñeco y volvía a caer en manos de su dueña, en el aire sentía la respiración agitada y no dejaba de ladrar mientras ponía sus patitas hacia delante para no sentir el vértigo. Sólo escuchaba: Stinky, Stinky, Stinky y cerraba sus ojos.
Stinky recibía en su hocico fruta, la papaya le encantaba lo cual sorprendía a todos. En una ocasión mordió a una humana que lo pinchó con algo muy agudo lo cual le produjo a Stinky mucho dolor. Quedó sumamente asustado y no quiso regresar a ese lugar.
Era feliz con su nueva señora, pero Mash, no dejaba de orinarse al lado del colchón de Stinky forrado de estampado azul. El poodle tenía deseos de vengarse haciéndole una rabieta a su ama para que le pegara a Mash, pero Eva, la otra ama, se lo impidió.
Stinky salía al parque con su ama, olía las plantas y los desechos de otros como él, además de platicar ladrando con otros congéneres: galgos, pastores alemanes o yorkys, pero lo que más le gustaba era oler a las hembras.
El aspecto diminuto, blanquecino y de pelo rizado lo hacían simpático y agradable a los humanos pequeños. Pero un día llegó un humano grande y fuerte, con mucho pelo en la cara, que cargó y aventó a Stinky despreciándolo y haciéndolo menos. El poodle gritó ladrando. Entonces llegó su dueña y lo abrazó y acarició defendiéndolo. El pequeño aullaba y aullaba de dolor. Stinky los oyó discutir por él; ella lo protegía de los abusos del peludo.
Un día sombrío para el pequeño, no volvió a ver a su dueña, la buscó por toda la casa, por el jardín y nada. Cuando escuchó de las otras humanas que estaba enferma y no volvería. Stinky se rehusó comer, jugar, correr, o divertirse. Hasta que quedó inmóvil sobre su colchón forrado de estampado azul.
Las otras humanas lo enterraron.
Tiempo después regresó el ama y al no encontrarlo se derrumbó de tristeza junto al árbol donde yacían los restos del pequeño Stinky.