
El océano que vemos es inmenso, azul, inquieto. Pero existe otro que nunca veremos, escondido a cientos de kilómetros bajo nuestros pies. Es un océano atrapado en piedra, en el interior del planeta. No es un mar líquido, su agua no fluye ni forma olas. Vive encerrada en minerales que respiran con la presión de la Tierra y guardan dentro moléculas que algún día pertenecieron a la superficie.
Los científicos lo encontraron sin tocarlo. No hay máquina capaz de perforar siquiera un uno por ciento de la distancia que nos separa de él. La única pista vino de los terremotos. Cuando las ondas sísmicas cruzaron la zona donde se encuentra este océano profundo, se desaceleraron de un modo extraño, como si la roca estuviera más blanda o más hidratada de lo que debería. Esa anomalía solo podía explicarse con un mineral: la ringwoodita, capaz de retener agua en su estructura. Lo cual fue confirmado años después en diamantes provenientes del manto profundo, con pequeñas inclusiones de ringwoodita cargada de agua.
No es agua dulce ni salada. No forma ríos ni cavernas subterráneas. Está unida químicamente al propio mineral gracias a la presión extrema, como si la roca tuviera un pequeño porcentaje de océano en su interior. Aun así, la cantidad es tan inmensa que podría triplicar todo el volumen de los mares superficiales. Es el mayor depósito de agua del planeta y también el más inaccesible.
La pregunta inevitable aparece de inmediato. Si existe un océano interior, ¿está conectado con el que conocemos? La respuesta es no. Entre ambos hay cientos de kilómetros de roca sólida. No hay túneles, grietas ni una cámara gigantesca donde se mezcle el agua del manto y la de las profundidades marinas. Sin embargo, se relacionan de una manera mucho más profunda que cualquier contacto físico, mediante procesos geológicos lentos: subducción y volcanismo.
Cada vez que una placa oceánica se hunde bajo otra, lleva consigo minerales y sedimentos mojados. Ese contenido desciende lentamente hasta quedar atrapado, por la presión extrema, en minerales de la zona de transición del manto. Es el océano superficial enviando parte de sí mismo al interior. El agua permanece en estado sólido atrapada durante millones de años. Con el tiempo, esa misma agua puede regresar gracias al volcanismo, liberada como vapor cuando el magma derrite los minerales que la contienen.
Durante los primeros millones de años de la Tierra, ese vapor escapado de los volcanes se acumuló en la atmósfera primitiva. Luego cayó como lluvia durante eras completas y formó los mares que hoy rodean los continentes. El océano visible existe porque el océano interno alimentó al planeta desde su interior, funcionando como una reserva, un amortiguador natural que ha evitado tanto el desecamiento total como la inundación permanente a lo largo de millones de años. Su presencia determina cuánta agua cubre el planeta y hace posible la vida.
Este descubrimiento revolucionó lo que creíamos sobre el origen del agua. Durante décadas se creyó que el agua del planeta había sido traída por meteoritos ricos en agua atrapada químicamente. Pero la química de muchos meteoritos no coincide con la del agua terrestre. En cambio, los minerales del manto sí lo hacen. La evidencia indica que gran parte del agua se formó junto con la Tierra. Aunque algunos meteoritos parecidos al agua terrestre pudieron aportar un poco, ya no se cree que hayan sido la fuente principal.
Esto cambia nuestra perspectiva y nos recuerda que el agua no se acaba, pero sí se transforma. Puede quedar oculta en roca o regresar a la superficie. La gravedad la mantiene atrapada dentro del sistema Tierra y los procesos geológicos la llevan de un sitio a otro como parte de un ciclo mucho más profundo que la simple lluvia. Es un ciclo profundo que permitió la evolución de la vida tal y como la conocemos.
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Pensar en esto obliga a reflexionar sobre lo poco que entendemos realmente del planeta que habitamos. Si existe un océano interior del que nos enteramos apenas hace unos años, ¿cuántos misterios más esperan en lugares donde nunca podremos mirar directamente? La ciencia avanza, pero cada descubrimiento abre más preguntas. Las teorías evolucionan no porque antes estuviéramos “equivocados”, sino porque el conocimiento es un proceso vivo: siempre incompleto, siempre expandiéndose.
Aceptar que la Tierra esconde un océano en su interior es aceptar, también, que nuestro conocimiento apenas roza la superficie. Que todavía falta muchísimo por descubrir, y aún más por comprender. Y que, quizá, la maravilla más grande del agua no es solo que dé vida, sino que conecte la superficie con lo más profundo del mundo sin que nos demos cuenta.
Valentina Moreno Plascencia es originaria de Guadalajara; apasionada del deporte, música, literatura y pintura, cursa el bachillerato en Portugal. Ha estudiado en México, Italia y Portugal y habla español, inglés, francés, italiano y portugués.
Es cofundadora de empresas dedicadas a la creación y comercialización de alimentos saludables y de café de especialidad con causa social.
Se ha desempeñado como fotógrafa y administradora de redes sociales para marcas como La tía Trini, Trini Terrazas y Moreno y Asociados Firma Legal.
Fue creadora y conductora del programa “Valentina en la cocina”, transmitido durante cuatro años por C7 Jalisco y YouTube, espacio que acercó la gastronomía a niñas, niños y adolescentes a través de recetas prácticas y educativas.
@valemp97