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Posadas y violencia familiar

Ya vienen las fiestas, las reuniones familiares, las comilonas y los excesos en el consumo de alcohol. Ansiados por algunos y temidos por otros, estos encuentros pueden ser fuente de alegría y reencuentros, pero también lo son de violencia familiar, como muestran de manera consistente los registros de atención a emergencias en México.

De acuerdo con los números de emergencia como SOS Mujeres*765 de la Ciudad de México y 911 en todo el país, los días 24, 25 y 31 de diciembre las llamadas por violencia familiar, peleas y violencia comunitaria se disparan. Pero ¿por qué sucede esto?

En diciembre se intensifica la convivencia. A veces incluso se “obliga” a ella. En un contexto de vacaciones laborales y multitud de festejos, emergen las tensiones. Así, los desacuerdos sobre la logística de las convivencias y expectativas no cumplidas, la cercanía con la familia extensa, posibles comentarios desafortunados o malintencionados, rencores acumulados, diferencias políticas o religiosas, disputas por la crianza y custodia de menores en familias separadas, entre otros, llevan nuestras emociones al límite. A esto se suma un estrés económico muy importante, con gastos extraordinarios casi diarios.

La “tradición” obliga a esta cercanía, pero también hace muy explícitos los roles de género. Para las mujeres, aumenta la carga mental y de cuidados al interior de las familias, mientras se suman las preparaciones de los festejos: organización, elaboración de alimentos especiales, compra de regalos, niños en casa. Sobre ellas recae muchas veces la mediación entre parientes y la vigilancia de que los conflictos no se exacerben. Mientras tanto, para los varones el rol de proveedor se vuelve predominante y las expectativas no cumplidas pueden llevar en ocasiones a mucha frustración.

De esta manera los conflictos evitados, sentimientos mal encauzados y rencores de largo aliento tensan al máximo durante estas fiestas los hilos que nos unen. Basta un tirón mínimo para que se generen rupturas. Y, además, todo ello se riega con alcohol: en un contexto generalizado de violencia como el que vivimos, y un entorno machista en el que se recompensa la agresividad, este desinhibidor contribuye a que las situaciones se salgan de control y estos conflictos se tornen violentos.

Aunque los factores detonadores son claros, las causas profundas tienen que ver con la manera en la que se gestionan los conflictos y las herramientas emocionales como la capacidad de regulación, la escucha activa y la asertividad, entre otras, que no forman parte de nuestra educación emocional. Estas capacidades no crecen en los árboles ni llegan como regalo, deben cultivarse, aprenderse. En contextos machistas que premian el control, la dureza o la agresividad, esta carencia se vuelve especialmente crítica.

Por ello, la violencia familiar no puede entenderse como un problema individual ni privado. Se trata de un fenómeno estructural y social, profundamente atravesado por la masculinidad violenta y por la forma en que organizamos la vida familiar y comunitaria.

En estas fiestas decembrinas, pedimos que se impulsen políticas públicas enfocadas a atender estos aspectos, que se suelen dejar de lado en tanto son apuestas a mediano y largo plazo, que no suman en los indicadores inmediatistas de las administraciones locales, pero que deben ser una apuesta urgente para erradicar la violencia familiar, que destruye la vida de tanta gente.

*Por Concepción Sánchez Domínguez-Guilarte y Mariana Espeleta Olivera, académicas del Centro Universitario por la Dignidad y la Justicia del ITESO

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