Metrópoli

"Nunca más lavaré de las banquetas los gritos de las que ya no están"

Los testimonios de las protestantes son eliminados por el personal de limpieza, quienes no están de acuerdo con borrar las evidencias de millones de mujeres que se dispusieron a gritar "no te tengo miedo"

Protesta feminista en la Ciudad de México
. . (Jorge Aguilar)

Durante la marcha multitudinaria del ocho de marzo —donde millones de mujeres de la capital del país unifican su vestimenta a color violeta para congregarse y protestar en contra de los abusos, represiones y discriminación que ha tenido el sexo femenino— las pintas, vidrios rotos y banquetas con frases de denuncia son la vía para que quede plasmado un mensaje de dolor, gritos y sufrimiento que durante los demás días del año no son capaces de expresar por la violencia que algunas sufren incluso dentro de sus hogares.

Al finalizar el recorrido de los contingentes violetas, esas expresiones de desesperación y angustia deben de ser eliminadas inmediatamente del mobiliario de la ciudad. Los discursos en los cuales las mujeres valientes plasmaron los nombres de sus abusadores sexuales o las letras de grafiti que enuncian las listas de las asesinadas y desaparecidas son obligadas a disiparse de los vidrios de las estaciones de Metrobús y de las bancas de descanso.

Los testimonios de las protestantes son suprimidos por el personal de limpieza de la Ciudad de México, quienes, en su mayoría mujeres, no están de acuerdo con borrar las evidencias de millones de mujeres que se dispusieron a fortalecerse y gritar "nunca más". Las encargadas de quitar las frases de las paredes padecen al tallar con jabón los enunciados escritos en las paredes de Paseo de la Reforma, Revolución, Insurgentes y El Zócalo, pues ellas logran empatizar con esas acusaciones, en las que se retratan historias de violencia y grandes dolores físicos y emocionales.

Cuando los contingentes se retiraron, Hilda se sentó frente al Ángel de la Independencia y con productos químicos talló las oraciones "No tenemos miedo", "Ni una más" y "México feminicida". La trabajadora narra un suceso en el que gritó esas frases para librarse de un ambiente violento, en el que durante varios años luchó en contra de su exesposo para recuperar la custodia de su hijo. Debido a su empelo, Hilda no pudo marchar, pero su voz pudo ser escuchada a través de su hija que sí participó y exclamó las injusticias en las que estuvo envuelta.

"No pude colaborar porque cuando se acaba la marcha tiene que quedar todo limpio como si nada hubiera pasado, pero nuestras historias no son muy diferentes a lo que dice aquí. Tengo un niño de cuatro años, mi esposo me lo quitó injustamente porque no le puedo dar el mismo dinero que me gano aquí que él de mecánico; siento feo tallar lo que dice: "Tu dinero no cambia mis decisiones", porque es como si apoyara el daño que muchos años me hizo. Es la única vez en el año en el que todas se juntan y denuncian a sus acosadores, ¿por qué no dejarlo un poquito más de tiempo?", expresó Hilda.

"Creo que aunque sea mi trabajo también apoyo la violencia, como cuando dicen: 'la violaron porque iba vestida para provocar'. Siento que les estoy dando la espalda, tendría que estar ahí con ellas y decir: 'esta es la última vez que me hiciste daño'; siento mucha pena; estoy decidida que nunca más voy a lavar de las banquetas los gritos de las que ya no están y sufrieron como yo", añadió.

"Mi hija está conmigo apoyándome y gritando todo lo que tengo guardado en contra de ese hombre, pero es de doble moral tallar sus pintas porque es como si me pusiera yo misma una cinta en la boca y dejar que él me siga amenazando, ¿Dónde escribo 'es la última vez', si no nos protegen?", finalizó.

Por otra parte, Guadalupe, ciudadana que lleva diez años como personal de limpieza de la Ciudad de México, narra que anualmente participa en la marcha del ocho de marzo, pero no del mismo modo que las demás. Ella recorre solamente cinco calles y con vestimenta que cubra su rostro, ya que nadie puede darse cuenta que escribirá en las paredes y bancas los relatos de crueldad que más tarde borrará.

"Mi historia es parecida a la de estas chicas, no soy de aquí, nací en Oaxaca hasta que me quisieron casar con un señor quince años más grande que yo. Salí y escapé porque ya tenían todo preparado para la boda, él se había ido a Estados Unidos para juntar dinero y ya me habían dicho cómo iba a ser todo, pero nunca quise a ese señor. Nadie sabe donde estoy porque allá así es la vida y te aguantas; si me encuentran son capaces de venir por mí y regresarme, entonces con este trabajo salí adelante y me gusta, pero es feo cuando borro lo que siempre le quise decir a ese hombre", describió Guadalupe.

"De contrabando me cambio de ropa y nada más camino del Ángel a Revolución, pero en ese poquito camino grito y me desahogo por todo lo que en ese tiempo me callé. Lo que más repetí y pinté esta vez fue: ¿Dónde están los que nos iban a madrear? Quisiera verlo aquí, junto a todas ellas a ver si se atreve a golpearme como lo hacía antes", expuso.

"No nos prohíben participar, ni nos amenazan, pero me corren si me ven rayar, por eso me tapo muy bien y en este pedacito de calle es suficiente para manifestarme. Al rato voy a lavar lo que escribí (No te tengo miedo) pero ya sé que alguien vio lo que siento y estoy orgullosa", concluyó Guadalupe.

Areli, poblana de 25 años, radica desde hace una década en la Ciudad de México y lleva laborando cinco años como personal de limpieza que embellece los espacios de la capital. Para ella, este día conmemorativo hacia los derechos de las mujeres resulta incoherente, pues no está de acuerdo con suprimir las acusaciones impresas en las bancas y paredes de las avenidas, donde miles de mujeres exteriorizaron sus historias de vida.

"Muy chiquita me vine con mi novio a la ciudad porque se suponía que íbamos a tener nuestra casa y un negocio, pero la historia de terror empezó al mes de estar aquí, porque sintió mucha inseguridad de los hombres que me decían que estoy guapa, entonces mi pareja me celaba y decía que los provocaba. Después fueron gritos y golpes, pude salir de eso, pero veo a muchas chavas que dicen: "mi falda no es muy corta, tu educación sí" y me cuesta muchísimo trabajo lavar todo eso", declaró.

"En algún momento me hizo tirar mi ropa y vestirme a su gusto y lo peor fue que acepté para que no se enojara. Quisiera manifestarme con ellas, pero desde lejos las apoyo con mis gritos y levantando las flores moradas; aunque no estoy marchando soy feliz de tener mi trabajo porque me lo gané y no dependo de nadie, pero no quiero que me vean la cara cuando mañana vean que todos los rayones ya no están y sepan que yo los borré, ¿eso es apoyar la violencia?", terminó Areli.

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