Mundo

A un año del asalto al Capitolio, Trump afila garras desde su escondite

EU sufrió una intentona golpista el 6 de enero de 2021 por parte de una turba teledirigida por el entonces presidente, que sigue con sus maniobras sucias para no ser atrapado. Que nadie lo dude: si le vuelven a perdonar lo intentará de nuevo

Radical ataca a un agente del Congreso que trató de impedir el asalto al Capitolio (EFE)

Radical ataca a un agente del Congreso que trató de impedir el asalto al Capitolio (EFE)

Si el 11 de septiembre de 2001 fue el día que la sociedad estadounidense perdió la inocencia sobre su imbatibilidad frente a cualquier enemigo exterior, con el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York; el 6 de enero de 2021 fue el día que Estados Unidos perdió la inocencia sobre su imbatibilidad frente a cualquier enemigo interior, con el asalto al Capitolio de Washington, el templo sagrado de la democracia que una turba de miles de seguidores de Donald Trump profanó hace justo un año.

El 11-S fue incomparablemente más trágico en vidas humanas rotas que el 6-E—casi tres mil muertos frente a cinco— y generó un impacto brutal en el curso de la historia del país y del mundo. Sin embargo, el 6-E, cuyo primer aniversario se conmemora este jueves, presenta dos elementos diferenciadores potencialmente muy peligrosos, al extremo de que podrían conducir a EU a un nuevo enfrentamiento civil, de consecuencias impredecibles no sólo para la primera potencia sino para la estabilidad mundial.

El enemigo era el presidente

El primer hecho diferenciador es que el 11-S unificó a la sociedad ante un solo enemigo: el terrorismo yihadista. Por el contrario, el 6-N agravó hasta límites muy preocupantes la división entre una parte de la sociedad blanca que se resiste a perder la hegemonía; y el resto de la sociedad, multirracial, multicultural y tolerante con las minorías, que les recuerda a la otra parte que el país ya no les pertenece y que eso de “hacer que EU sea grande de nuevo” es una fantasía supremacista que se inventó Donald Trump para entusiasmar y empoderar a esa masa de votantes blancos, que se siente frustrada y engañada por la élite liberal blanca.

El segundo hecho diferenciador es consecuencia directa del primero e igual de grave. Si el presidente George W. Bush logró logró unificar una nación y ponerse él mismo al frente en el combate al terrorismo yihadista —pese a las graves fallas de la inteligencia estadounidense, que no vio venir el ataque de Al Qaeda—, el presidente Donald Trump también usó su liderazgo, pero no para unificar la nación, sino para dividirla hasta extremos nunca vistos con sus mentiras sobre que le robaron las elecciones.

Miles de seguidores de Trump se dirigen al Capitolio para impedir que legalice la victoria de Biden (EFE)

Miles de seguidores de Trump se dirigen al Capitolio para impedir que legalice la victoria de Biden (EFE)

Habría que retroceder más de 160 años para encontrar un presidente que haya polarizado de tal manera a la sociedad.

Tan nefasto como Buchanan

El 4 de marzo de 1857, James Buchanan asumió la presidencia de un país cada vez más polarizado entre esclavistas y abolicionistas. En su calidad de presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas era el único que pudo revertir la tensión creciente, pero hizo lo contrario. No sólo declaró en su discurso inaugural que “la esclavitud es constitucional, por lo que hay que respetarla y no permitir que este desacuerdo fracture el país”, sino que, incumpliendo sus propias palabras dichas momentos antes, hizo un pronóstico pesimista de lo que iba a ocurrir: “Tarde o temprano, tantos años de abolicionismo traerán la guerra a nuestra tierra. Y puede estallar durante la siguiente presidencia”.

Fue en lo único que acertó el demócrata Buchanan. Fiel a la corriente mayoritaria esclavista de su partido, el presidente no hizo nada para impedir que los estados sureños declarasen su independencia de la Unión. Su sucesor, el republicano Abraham Lincoln, se vio así obligado a declarar la guerra civil, que perdieron los de la bandera confederada esclavista, la misma que se vió hace un año en el interior del Capitolio profanado.

No es casualidad que una encuesta realizada entre 142 historiadores y publicada en julio de 2021, Buchanan esté considerado el peor presidente de la historia de EU, seguido de otros dos mandatarios esclavistas, Andrew Johnson y Franklin Pierce, y en cuarto peor lugar, el supremacista Donald Trump, precisamente por reavivar el fantasma de la guerra civil, como quedó patente cuando azuzó a las masas enfurecidas a que impidieran que el Congreso ratificara la victoria de Biden en las elecciones de noviembre de 2020.

Pero, una cosa es lo que opinen los historiadores y más de la mitad de los estadounidenses sobre el peligro que supone Trump para la democracia, y otra lo que opinan los medios de ultraderecha, como Fox News, y la gran mayoría de votantes republicanos, que mantienen viva la Gran Mentira de Trump, pese al cúmulo de evidencias que niegan fraude electoral; y lo más inquietante, que justifican el uso de la violencia para imponer su voluntad, que no es otra que reinstalar a su “presidente legítimo” en la Casa Blanca.

La traición republicana

Nada de esto, sin embargo, podría haberse sostenido en el tiempo, si no fuera porque los congresistas republicanos —con un par de honrosas excepciones— decidieron sacrificar lo poco que quedaba de ética y honradez en el Partido Republicano para dejar que se transforme en una secta de obligado culto a Trump, que es el que garantiza los votos de la masa conservadora estadounidense.

Por eso, absolvieron a Trump del juicio político, tras el asalto al Capitolio, alegando que no cometió el delito de sedición ni arengó a las masas para evitar que los congresistas cumplieran con su deber. En la era de la posverdad, los republicanos sumisos no oyeron lo que dijo Trump durante un mitin en el jardín de la Casa Blanca a las masas esa mañana del 6 e enero de 2021, pese a que quedó recogido en miles de videos:

“Vamos a caminar por la avenida Pensilvania al Capitolio. Vamos a presionar a nuestros republicanos, a los débiles, porque los fuertes no necesitan nuestra ayuda para recuperar nuestro país". Y añadió: “Lucharemos a vida o muerte, porque si no lo hacemos, ya no tendrán país”.

Si Lincoln, Reagan o Bush padre levantaran la cabeza y vieran en lo que se ha transformado su partido, volverían amargados a sus tumbas: ¿A qué país se refiere este loco?

Impasible, Trump se siente satisfecho tras haber domado a los congresistas republicanos y no muestra la menor empatía por los que asaltaron el Congreso, a los que desdeña con su silencio, que parece decir en tono de reproche: Que no hubieran tomado sus palabras tan al pie de la letra.

700 acusados, sólo 71 condenas

A un año del asalto, más de 700 manifestantes han sido acusados con cargos que van desde planear un ataque para impedir la confirmación oficial de la victoria electoral de Biden a agredir a la policía. Hasta ahora, 165 se han declarado culpables —cuatro de ellos se arriesgan a una condena de 20 o más años de cárcel— y 71 han sido condenados con penas que alcanzan los cinco años de prisión, según datos del Departamento de Justicia.

Pero los verdaderos autores intelectuales siguen libres, como el siniestro Steve Bannon, el exasesor de Trump, su abogado, Rudolf Giuliani, el presentador de Fox News, Sean Hannity, e incluso el hijo del expresidente, Donald Trump Jr., de quien se ha sabido recientemente que llegó a suplicar a su padre que ordenara frenar el asalto, ya fuera de control y televisado en directo mientras el mundo contemplaba la escena estupefacto. El magnate sólo reaccionó dos horas después y de la forma más condescendiente posible.

Y mientras tanto, desde su lujoso escondite en Florida, el cerebro del golpe fallido continúa con su bombardeo de recursos para impedir que el comité que investiga el asalto al Capitolio tenga acceso a miles de documentos sobre qué ocurrió en la Casa Blanca ese 6 de enero, a la vez que afila sus garras para el siguiente golpe, por las buenas o por las malas: su regreso al poder en 2024.