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“Veo ratas todo el tiempo”: Perfil psicológico de un sádico llamado Putin

Expertos advierten que el presidente ruso es más peligroso de lo que imaginamos porque su patrón de comportamiento es el de un “narcisista con rasgos psicópatas” que hará lo que sea para no perder. Y lo más preocupante: él mismo es una rata "pero con garras nucleares"

guerra en ucrania

Fotos del adolescente Vladimir Vladimirovich Putin y del actual presidente ruso

Fotos del adolescente Vladimir Vladimirovich Putin y del actual presidente ruso

Si Vladimir Putin estuviera en el diván es probable que hiciera esta confesión: “Veo ratas todo el tiempo”. Pero esto no va a ocurrir porque, para que alguien decida pedir ayuda a un psicoanalista “hace falta un mínimo de desacuerdo con uno mismo”, como recuerda Manuel Fernández Blanco, secretario de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Refiriéndose al presidente ruso, el experto rescata una frase que él mismo dejó de testimonio en su autobiografía “En primera persona”, redactada por tres periodistas de confianza: “Tengo la sensación de que conseguiré todo lo que quiero”. En otras palabras, “no concibe el límite de la imposibilidad”, por lo que, junto con su destacada falta de empatía, convierte al inquilino del Kremlin en alguien sumamente peligroso, alerta Fernández Blanco.

Una alerta que llega tarde

Para desgracia del mundo, la llamada de atención del psicoanalista español llega demasiado tarde. Putin ha logrado todo lo que se ha propuesto, más o menos en este orden: llegar a la presidencia, aplastar la rebelión chechena; aterrorizar a la prensa libre con el “misterioso” asesinato de Anna Politkovsya, la única periodista que se atrevió a informar de las atrocidades de la tropas rusas contra los civiles chechenos; aterrorizar a la oposición y la disidencia con los de nuevo “misteriosos” asesinatos de su máximo adversario en las urnas, Boris Nemtsov (a tiros frente a las murallas del Kremlin) y del exoficial del KGB Alexander Litvineko (antes de morir por envenamiento con polonio radioactivo en un hospital de Londres alcanzó a decir: “Fue Putin”).

La lista de objetivos cumplidos sigue. Putin logró la independencia “de facto” de las provincias prorrusas de la exrepública soviética de Georgia: Abjasia y Osetia, mediante la entrega de armas a los rebeldes separatistas. Asimismo, se anexionó la península ucraniana de Crimea y armó a los rebeldes prorrusos del este de Ucrania (uno de cuyos misiles derribó el avión de Malaysia Airlines EN 2014, matando a sus 295 ocupantes, en su mayoría turistas holandeses que volaban a Kuala Lumpur). Y, por último, ya con la Duma y la Corte Suprema sometidas, el nuevo “zar” logró reformar la Constitución para perpetuarse en el poder y mandar sin contrapesos.

Y mientras Putin violaba a placer el derecho humano y el derecho internacional ¿qué hacían sus vecinos, los líderes europeos? Básicamente, se dejaron marear por el abundante, barato y apestoso olor a gas procedente de la lejana Siberia.

Paso y aplausos en el Kremlin al nuevo

Paso y aplausos en el Kremlin al nuevo "zar" de Todas las Rusias

EFE

Adictos al gas ruso

Así fue cómo Putin logró cuadrar su círculo siniestro. Por un lado, logró convencer a la sociedad rusa de que, lo que el país necesita no es ni “perestroika” ni “glasnost” de Mijail Gorbachov, ni los aires democráticos occidentales de Boris Yeltsin, que lo único que hicieron fue destruir el imperio soviético, sino que, lo que necesitan los rusos, es un líder macho alfa y con mente de espía (es decir, él). Y por otro lado, Putin logró amarrar el destino de Europa occidental a Rusia con sus gasoductos para, llegado el momento, usar el combustible como herramienta de chantaje.

La cándida Angela Merkel fue una de las que se dejó hipnotizar y ahora Alemania no sabe cómo cortar su dependencia al gas ruso, con el que el presidente ruso financia el siguiente punto en su agenda: ganar la guerra de Ucrania para forzar a esa exrepública soviética a que regrese de donde nunca debió de salir, del imperio ruso, que él se propone reconstruir… por las buenas o por las malas.

Putin y Merkel en una fotografía de archivo

Putin y Merkel en una fotografía de archivo

EFE

Pero para entender por qué Putin ni se inmuta ante los crímenes de guerra que se están cometiendo en Ucrania —bombardeo de refugios con niños, mujeres violadas y luego asesinadas, hombres ejecutados con las manos atadas, destrucción de escuelas y hospitales…— habrá que volver de nuevo a esa imagen que le corroe su mente de criminal: las ratas.

“La rata más famosa del mundo”

El propio Putin lo cuenta en su autobiografía sobre su enfermiza obsesión con las ratas y cómo se ha interpretado desde un punto de vista psicológico.

Cuando era un adolescente que creció en la década de 1960, Putin era el típico vándalo que vivía con su familia en un departamento comunal en lo que entonces era la soviética Leningrado (hoy San Petersburgo). Varias otras familias, incluida la de Putin, compartían estas viviendas, a menudo sin agua caliente y con un inodoro colectivo. Para llegar a su departamento en la quinta planta, Putin tenía que subir corriendo las escaleras, infestadas de ratas hambrientas.

“Había hordas de ratas en la entrada principal. Mis amigos y yo solíamos perseguirlos con palos. Una vez vi una rata enorme y la perseguí por el pasillo hasta que la llevé a una esquina. No tenía a dónde correr. Cuando se vio acorralada se arrojó sobre mí. Estaba sorprendido y asustado. Ahora la rata me perseguía. Salté por el rellano y bajé las escaleras. Por suerte, fui un poco más rápido y logré cerrar la puerta de un portazo”, comenta en su autobiografía. Fue entonces cuando decidió cambiar de estrategia y decidió observar el comportamiento de las ratas y la importancia de golpear primero, si presiente una amenaza.

Bajo esta lógica, el analista Andreas Kluth escribió recientemente un artículo en Bloomberg.com en el que señala que el presidente ruso es “la rata más famosa del mundo” y que él mismo se encarga de usar esta metáfora a modo de amenaza velada: “Yo soy esa rata, excepto que tengo garras nucleares. Así que, no me acorralen”.

El problema, apuntan algunos analistas, es que Putin también ve a sus enemigos como ratas y por eso necesita eliminarlas primero, para que nadie amenace su liderazgo. Uno de ellos fue el líder opositor ruso, Alexei Navalni, al que trató de eliminar con veneno (como si se tratara de una rata), y también son ratas todo aquellos rusos, a los que llama traidores a la patria y mete en la cárcel si protestan contra la guerra.

Pero hay un enemigo aún mayor para Putin: los ucranianos que se niegan a someterse a su autoridad. Por eso los bombardea sin piedad y los trata como si fueran eso: una plaga de ratas.

Putin, eneatipo 8

Jorge Sobral, catedrático especializado en pensamiento criminal, señala en entrevista al diario “La Voz de Galicia” que no cree que Putin sea un “psicópata genuino” (como lo fue Stalin, quien no dudó en dejar morir de hambre a más de tres millones de soviéticos), pero admite que “tiene ciertas características psicópatas, que lo sitúan en el lado oscuro de la personalidad”. Lo que sí cree es que el líder ruso posee un componente de sadismo notable: “Causa sufrimiento a cualquiera sin despeinarse, lo entiende como un instrumento del poder”. Otros rasgos que destaca es su maquiavelismo, ya que ”legitima el engaño, la manipulación y la mentira”y también el narcisismo, ”esa degeneración de la autoestima, que es el polo opuesto de la humildad.

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Sobral reconoce que no se puede prescindir del contexto político-social al definir su personalidad —”influye la desintegración de la URSS, el ego herido de la Gran Rusia”—, pero recuerda que en ese mismo contexto estuvo Gorbachov y esto no lo convirtió en un “narcisista con rasgos psicópatas”, que convierte el perfil psicológico de Putin en eneatipo 8, el de las personas que “no soportan que las dominen ni sometan. De ahí que tiendan a ser fuertes, duras, agresivas e intimidantes”.

Una prueba de que Putin es eneatipo 8 ocurrió el pasado 23 de febrero, cuando el presidente humilló a su jefe de inteligencia, Serguéi Narishkin, en el Consejo de Seguridad que había convocado antes de un discurso televisado en el que reconoció la independencia de los territorios prorrusos del este de Ucrania. Casi todos los miembros se decantaron a favor del reconocimiento, pero Narishkin titubeó y Putin le humilló públicamente por ello, con el fin de intimidarle y conseguir que diga lo que quiere oír.

Por todo esto, como advierte el psicoanalista Fernández Blanco al mismo diario español, Putin es un “sádico porque no solo goza con hacer daño, sino especialmente con que el otro se angustie por lo que le puede ocurrir”.

Trasladado todo esto a la invasión de Ucrania, advierte que “esta guerra es el cálculo de un sádico que se presenta de un modo inquietante, amenazando o sugiriendo que va a hacer cosas terribles, pero sin nombrarlas, jugando con la angustia individual y colectiva”.