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Tras los asesinos de Belisario Domínguez

Durante febrero de 1913 ocurrieron algunos de los peores crímenes políticos que registra la historia de México. Se sabe que el presidente Madero, su hermano Gustavo y el presidente Pino Suárez fueron asesinados con lujo de brutalidad. Suerte semejante corrieron algunos legisladores que se atrevieron a denunciar en voz alta el golpe de Estado que llevó a Victoriano Huerta a la presidencia de la República, y de la ilegalidad que subyacía en aquel nombramiento. Pero muchos detalles se sabrían años después, y la justicia se tardó en llegar.

Historias sangrientas

Como a otras víctimas del cuartelazo huertista, a Belisario Domínguez se le llevó al Panteón Francés de la Piedad.

Como a otras víctimas del cuartelazo huertista, a Belisario Domínguez se le llevó al Panteón Francés de la Piedad.

Se cansaron de buscarlo por toda la ciudad de México y nadie pudo dar datos certeros del paradero del senador por Chiapas, Belisario Domínguez. Después del escándalo desatado por los dos discursos que había preparado, donde denunciaba la ilegalidad de la presidencia de Victoriano Huerta, sin llegar siquiera a pronunciarlos en el pleno del Senado, no fueron pocos los que le advirtieron: se había puesto en la mira del general que, mediante la traición, se había adueñado del poder, y no sería extraño que lo buscaran para darle un escarmiento. Era octubre de 1913 y no eran buenos tiempos para llamar traidor a Huerta en un recinto público.

Pero al senador por Chiapas, oriundo de Comitán, no le dio miedo señalar al golpista. Lo que ocurrió después, en momentos tan oscuros de la historia mexicana, resulta casi natural. Domínguez desapareció. Todo mundo supo que fue sacado de sus habitaciones del Hotel Jardín, de la calle de San Francisco, el 7 de octubre de 1913. Después, su rastro se perdió. Su hijo mayor y un puñado de amigos empezaron la búsqueda, pero temían lo peor. No era el primer legislador en desaparecer para luego ser enviado a la muerte. A nadie se le olvidaba la suerte corrida por los diputados Edmundo Pastelín y Serapio Rendón.

En todos estos casos hubo impunidad, como, al principio del cuartelazo había ocurrido con el asesino del general Gabriel Hernández. Tuvieron que pasar ocho años para que se supiera con detalle lo que había ocurrido con el senador Belisario Domínguez.

UNA NOCHE DE OCTUBRE

En 1921, el gobierno de Álvaro Obregón dio seguimiento a la desaparición del senador Domínguez. A nadie le quedaba duda que había sido asesinado, pero, transcurridos ocho años, faltaban detalles importantes, la ubicación exacta de sus restos, y la localización del autor material del crimen, porque a nadie le quedaba duda de que, si se buscaba un autor intelectual, no había otro que Victoriano Huerta.

Los asesinatos de 1913 habían quedado impunes en ese año aciago. Venustiano Carranza inició una indagación acerca de los detalles de los asesinatos de Madero y Pino Suárez. Quedan imágenes inquietantes de esos días. Se habían conservado las chaquetas de ambas víctimas y el sobretodo de Pino Suárez; conservaban las huellas de la sangre de sus propietarios. Pero la lucha política contra los sonorenses, no le dio a Carranza la oportunidad de avanzar más en esa voluntad de justicia, y la muerte lo alcanzó.

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Su sucesor, Álvaro Obregón, promovería la indagación judicial de la desaparición y casi seguro asesinato de Belisario Domínguez.

La causa se abrió casi en el octavo aniversario de la desaparición del senador chiapaneco. Fue el juez del Tercer Distrito Supernumerario el designado para llevar el caso.

Fueron llamados a declarar personajes que en 1913, o habían estado involucrados en el gobierno de Victoriano Huerta, o después habían hablado de detalles que importaban para dar con Belisario Domínguez.

Fue llamado a declarar el abogado Querido Moheno, que, por un breve lapso, había sido secretario de Relaciones Exteriores del huertismo. Moheno aseguró haberse enterado del asesinato de Domínguez dos días después de su desaparición, es decir, el 9 de octubre de 1913. Las autoridades infirieron que el crimen se habría cometido la misma noche del 7 de octubre, cuando hombres armados secuestraron al senador del Hotel Jardín.

Otro personaje llamado a declarar fue un escritor, Ramón Prida, quien aseguró que, desde la noche misma de su desaparición, nadie pensó que Domínguez hubiera vivido mucho más. En el caso de Prida, sí hubo una acusación concreta: señaló a uno de los secretarios de Gobernación del huertismo, Manuel Garza Aldape, como el que dio la orden de matar a don Belisario.

Las autoridades obregonistas actuaron con celeridad; se buscó en los cuerpos policiacos y de la Inspección General de Policía, y empezaron a surgir fragmentos de información. Recuerdos, datos, algún nombre, y el paradero de algunos personajes oscuros de la vida policial capitalina, que habían preferido cambiar de aires.

Esa investigación llevaría a la policía obregonista a buscar al hombre que estaba detrás de un apodo tosco, brutal. “El Matarratas”

EN EL CEMENTERIO DEL PUEBLO DE XOCO

El 25 de octubre de 1921, la policía anunció la aprehensión, en la ciudad de Oaxaca, de un hombre llamado Gilberto Márquez, a quien la prensa señaló como el asesino material de Belisario Domínguez.

Mucho ruido produjo el traslado a la capital del personaje. Márquez fue llevado a una celda de la cárcel de Belem. Fuera por gana de notoriedad o porque pensaba vender caro lo que sabía, Márquez dijo que no hablaría con el juez de distrito y no diría nada acerca de la muerte del senador chipaneco.

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Pero el juez y el gobierno obregonista no estaban para chantajes tontos. No tenían paciencia y así se lo hicieron saber a Márquez que, amedrentado, comenzó a hablar.

En 1913, Gilberto Márquez estaba adscrito a la Inspección General de Policía del Distrito Federal. Se ufanó de haber sido un buen policía, eficaz y silencioso, tanto para las investigaciones como para los trabajos sucios. Por eso, sus jefes solían confiarle asuntos “especiales” o misiones delicadas, con la certeza de que el encargo quedaría bien hecho y sin complicaciones. Pero esa ruta se torció en octubre de 1913, porque el futuro de Belisario Domínguez se decidió en una mesa del muy popular Café Colón.

La primera instrucción la recibió la noche del 7 de octubre, cuando se encontraba de servicio en la Inspección. Él y otro agente, llamado José Hernández, apodado “El Matarratas” deberían trasladarse al Hotel Jardín. Ahí recibirían instrucciones.

El par de agentes reservados marcharon a la calle de San Francisco. Al llegar se dieron cuenta de que no era un encargo cualquiera. A las puertas del Hotel Jardín los esperaba una pequeña, pero llamativa compañía: Pancho Chávez, Inspector General de Policía, el diputado Gabriel Huerta, al que el agente Márquez describió como “jefe de las comisiones de seguridad”, y Alberto Quiroz, jefe del cuerpo de gendarmes y yerno de Victoriano Huerta. Quiroz acababa de ser ascendido a general.

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Sabiéndose respaldados por la fuerza de dos matones, Chávez, Quiroz y Gabriel Huerta penetraron al Hotel Jardín y con lujo de violencia allanaron las habitaciones del senador Domínguez, a quien sacaron en mangas de camisa, envuelto en un sarape rojo, y tocado con un bombín negro. Comportamiento absurdo y contradictorio: pretendían disimular la identidad de su víctima, cuando habían entrado sin disimulos al hotel.

Todos subieron a un auto, que enfiló al cercano Café Colón, donde solía cenar Victoriano Huerta. Chávez y Quiroz informaron: en el auto tenían al senador Domínguez. El agente Márquez declaró que fue el mismísimo Huerta quien dio la orden de asesinar a don Belisario. De hecho, el plan era cosa más armada que un simple acceso de furia homicida: los captores del senador recibieron la instrucción de trasladarse con su víctima hacia el pueblo de Coyoacán, y que, en el cementerio que estaba a orillas del río Churubusco, se le matara y se le enterrara.

Salvo el Inspector General de Policía, quien se quedó al lado de Victoriano Huerta, los demás partieron hacia el sur del Distrito Federal.

A las orillas del río Churubusco, justo antes del puente de madera que llevaba al pueblo de Coyoacán, estaba -y está aún- el cementerio, en las inmediaciones del pueblo de Xoco. Los secuestradores bajaron violentamente a su víctima. Los esperaba en el panteón un mayor apellidado Montes de Oca, y el encargado del lugar. Todos menos Belisario Domínguez sabían cómo terminaría aquello. Incluso, ya se había abierto una fosa donde se ocultaría el cadáver del senador.

Alberto Quiroz, el yerno del Huerta, llamó al Matarratas. Éste se adelantó y se colocó detrás del senador Domínguez. Todo fue muy rápido: el Matarratas desenfundó y le soltó un tiro en la cabeza al senador; Quiroz le dio otros dos. Don Belisario murió al instante.

Trataron de no dejar huellas: desnudaron el cadáver y quemaron las ropas de Belisario Domínguez. Los quince pesos que encontraron en el bolsillo de su víctima, se los dieron al encargado del cementerio, en pago por sus servicios y su silencio. El cuerpo fue arrojado a la fosa y enterrado con prontitud.

Los asesinos abordaron el auto dejando instrucciones precisas: nadie debería entrar al panteón y ninguno de los empleados deberían acercarse a la tumba fresca.

Parecía, ocho años después, que la historia de aquel crimen se confirmaba.

LA LEYENDA NEGRA DE AURELIANO URRUTIA

En realidad, lo que el gobierno de Álvaro Obregón deseaba era consolidar la historia de cómo mataron a Belisario Domínguez, señalar a un autor material y cerrar la causa confirmando la responsabilidad directa de Victoriano Huerta como el personaje que había dado la orden directa de asesinar al senador. La declaración del agente Márquez permitió hacerlo y cerrar la causa judicial.

Los restos de Belisario Domínguez se habían rescatado desde 1914, no bien Huerta había abandonado la ciudad de México. En esos mismos días, se había seguido la pista del Matarratas quien, apenas se dio cuenta de que estaba perdido, cayó de rodillas gritando “¡Papacitos de mi vida! ¡No me maten! ¡Diré todo”. Pero si el Matarratas había hablado en 1914, y había contado cómo, al enterarse de la dimensión de su “encargo” de 1913, habían preferido ir a confirmar la instrucción con el mismísimo presidente de la República, no quedaba clara la responsabilidad directa de Huerta.

Creció la conseja de la lengua cortada de Belisario Domínguez. Nunca hubo pruebas de ello y menos de la responsabilidad del médico Aureliano Urrutia, eminencia de los días porfirianos, compadre y gran amigo de Victoriano Huerta, y uno de sus secretarios de Gobernación. Había dejado el cargo justamente un día antes del secuestro de Belisario Domínguez.

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En 1921, a los obregonistas no les interesaba ese rumor. Además, tenía buen rato que Urrutia se había ido de México. Lo que importaba era acabar de consolidar la reputación criminal de Victoriano Huerta, para que no quedara ninguna duda, en los años por venir, de la calaña del general golpista.