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Autoviuda modelo 1970: así murió el periodista Carlos Denegri

Los turbulentos años sesenta se terminaron; el país quería olvidarse de mil cosas desagradables, y no eran pocos los que deseaban no escuchar los crujidos del sistema político desgastado. La nueva década sería de crecimiento y de progreso, aseguraron los optimistas; empezaba un año agitado, de campaña por la presidencia, “de Hidalgo”, para los vivales incrustados en la administración pública. Sí, serían años agitados. Tan solo el primer día, cayó muerto el que era considerado uno de los mejores reporteros de México y una muy, PERO MUY mala persona.

historias sangrientas

El tercer matrmonio de Denegri, con Hermelinda Mendoza, fue el inicio de un caso de lo que hoy llamaríamos violencia intrafamiliar. Mayor que ella 24 años, Denegri, cada vez que se alcoholizaba, se volvía agresivo y violento.

El tercer matrimonio de Denegri, con Hermelinda Mendoza, fue el inicio de un caso de lo que hoy llamaríamos violencia intrafamiliar. Cada vez que se alcoholizaba, se volvía agresivo y violento.

Se sabe que en las redacciones de los periódicos se trabaja el primer día de enero, mientras los mortales comunes y corrientes disfrutan un día de asueto. Así ha sido por décadas; así es, si se quiere que haya edición el día 2. Pero en esas, las primeras horas de 1970, mientras se armaban planas y se corregían notas, una historia hasta cierto punto sorprendente empezó a correr por los medios de comunicación mexicanos. No solamente porque era un tema de valor noticioso, sino porque el hecho en cuestión tenía que ver con el gremio.

-Fue un “autoviudazo”.

Así resumieron los hechos, con su cierta dosis de cinismo, los reporteros de la fuente policiaca. Todavía no se terminaba el primer día de 1970 y ya había un caso sustancioso, “con carnita”. Era una historia mucho mejor que la nota cajonera de los entambados en El Torito por manejar en estado de ebriedad. Era una nota mejor que la de los inevitables accidentes automovilísticos ocurridos en la Nochevieja de 1969 y que, como todos los años, dejaba unos cuantos cadáveres en el Servicio Médico Forense. Un hombre que lo tenía todo había muerto en las primeras horas de la mañana: había abandonado este mundo con una bala incrustada en la cabeza.

Dos detalles le daban fuerza al texto que los reporteros de nota roja escribían aquella tarde para la edición del 2 de enero de 1970: uno, que el muerto era, nada menos que el muy afamado y temido columnista Carlos Denegri. El otro detalle, importantísimo para darle vuelo a la nota, era que el balazo en la cabeza se lo había administrado su joven esposa, en medio de lo que había sido, según los primeros informes, una fea riña conyugal.

AUTOVIUDA MODELO 1970

¿Algo había cambiado en la sociedad mexicana, en el curso de medio siglo, con respecto al fenómeno de las autoviudas? Los códigos penales habían cambiado de manera sustancial en el curso de esos cincuenta años. No obstante, había sectores de la población que seguían siendo profundamente conservadores, y cada tanto, la resistencia a las políticas públicas novedosas o la desconfianza hacia las nuevas formas de pensar y de vivir se traducían en juicios morales y descalificaciones colectivas, a falta de un aparato de justicia que siguiera apegado a ideas como “la defensa del honor”, o “la defensa de la honra femenina” como elementos suficientes para absolver a los o las responsables de asesinatos.

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Pero la sociedad seguía condenando a las mujeres que, en una situación desesperada o acorraladas por un entorno de violencia doméstica que las asfixiaba, timaban medidas extremas y de repente se veían convertidas en homicidas de sus esposos.

Tal fue el caso, en 1961, de María Luisa Nieto, que, durante una acalorada pelea con su esposo, un médico prestigiado de nombre Rodolfo Ayala. A pesar de las declaraciones de los hijos de la pareja –“Mi padre no merecía que lo quisiera”, dijo el joven Luis Ayala Nieto, de 19 años- que confirmaban una vida familiar llena de violencia, y se presentaron testimonios sobre infidelidades del médico asesinado, asunto que originó la pelea en que murió, las publicaciones de nota roja se concentraron en la historia personal de la acusada, sus relaciones anteriores. “Tener historia” era una expresión sin ningún sustento jurídico y a la autoviuda de 1961 se le criminalizó por ello como si fuese un agravante “tener dos matrimonios previos”,

¿Habían cambiado las cosas en 1970? ¿Qué ocurrió con el caso del periodista Denegri? Su esposa, la culpable del crimen, una mujer más joven, llamada Herlinda Mendoza Rojo declararía que todo había ocurrido como en un torbellino. Ni siquiera tenía claro cómo es que aquella pistola se había disparado. Pero, en el año y medio transcurrido desde su matrimonio con el columnista del periódico Excelsior, habían quedado desperdigados montones de testimonios, grandes y pequeños, de los raptos de violencia que atenazaban el entendimiento del que, en esos días, era considerado un excelente reportero y un cronista de gran nivel: era un hombre violento; buena parte del gremio y de la clase política conocían su lado oscuro, y era sabido que, a esas alturas de su matrimonio, aquella mujer que había cambiado su nombre por Linda Denegri, soportaba frecuentes agresiones y había llegado a tenerle miedo.

EL PERIODISTA DE FAMA

La muerte de Denegri, uno de los grandes reporteros de mediados del siglo XX, corresponsal mexicano en la Europa de fines de la segunda guerra mundial, pionero de los noticieros televisivos y muy leído columnista, solamente hizo público algo que mucha gente sabía: que su esposa, la tercera, 24 años más joven, vivía una larga cadena de maltratos y agresiones y que llevaba meses intentando, infructuosamente, separarse de aquel hombre que, más que cortejarla, la había perseguido y presionado para convencerla de casarse con ella.

Denegri tenía muchos años en el candelero más brillante del periodismo mexicano. Dueño de muy buena pluma, solía ser enviado a giras presidenciales, pues era seguro que llegaría con un texto de primera. En los años de la segunda guerra mundial, tuvo un programa radiofónico, “El reportero del aire”, que era seguido por muchos para enterarse de los sucesos bélicos. Hijo de un diplomático, Denegri poseía numerosos contactos en las agencias noticiosas internacionales. Cuando lo más duro del conflicto mundial pasó, Denegri se fue a Europa a reportear el fin de la guerra.

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Las historias de los viejos periodistas del siglo XX hablan de un Carlos Denegri gran narrador, director de la publicación ya desaparecida Revista de Revistas y colaborador de la muy famosa revista Life. Amigo, por lo menos cercano, a muchos de los hombres del poder político y económico, parecía que no había barreras a sus deseos y a sus caprichos. Y sí, se hablaba abiertamente de tráfico de influencias, cuando no de corrupción.

Carlos Denegri combinaba triunfos periodísticos, como sus entrevistas a Martin Luther King, John Kennedy, Francisco Franco, Golda Meir y muchos más, con un mundo mucho menos luminoso, donde los secretos personales, los negocios turbios y los errores del pasado, se convertían en mercancía que le redituaba buenos beneficios, fuera por explotarlos publicándolos o por conservarlos en las sombras, para alivio de sus propietarios.

Alrededor de Carlos Denegri había una oscura fama: tenía el poder para acabar a sus enemigos, y el peso para recomendar o encumbrar a quienes le simpatizaban. Su famoso archivo era legendario, y no eran pocos los que aseguraba que aparecer en su columna y ser bien tratado, costaba una buena cantidad de pesos. Con los años, con la crisis periodística que supuso la cobertura del movimiento estudiantil de 1968 y la modificación de la línea editorial del periódico Excelsior, dirigido por Julio Scherer, la estrella de Denegri empezó a declinar. Los tiempos empezaban a cambiar, el periodismo también. Poco a poco, Scherer había ido alejando a Denegri de las coberturas principales. Pero aquel hombre todavía tenía poder. Desarrolló una importante adicción a las bebidas alcohólicas, y bajo los efectos de la borrachera podía volverse muy violento. De eso daría testimonio Hermelinda Mendoza Rojo cuando declaró acerca de la forma en que mató a Carlos Denegri.

LA MUERTE EN AÑO NUEVO

Denegri empezó a cortejar a Hermelinda Mendoza a mediados de 1968. Después, en sus memorias, contaría que ese cortejo es lo que hoy claramente se llamaría acoso. Hermelinda, una mujer divorciada con dos niños, conoció, en un principio, a un Denegri atento, simpático, encantador, con dinero, poder e influencia. Pero, poco a poco, su insistencia empezó a volverse incómoda, Cada vez presionaba más y más, hasta que la “convenció” de casarse con él.

A la boda asistieron numerosos hombres del poder político: diputados, secretarios de estado, ex presidentes. Hermelinda se transformó en Linda Denegri, con todo lo bueno y lo malo que ello implicaba: viajaba, tenía comodidades, sus hijos estaban protegidos. Pero poco a poco, surgieron los celos. Denegri no olvidaba que su esposa, la tercera en su vida, era 24 años más joven que él, y, cuando se pasaba de copas, los celos se volvían violentos.

La placidez del nuevo matrimonio se terminó pronto: Denegri empezó a maltratarla. Hermelinda empezó a temerle, y en 1969 escapó de su hogar, llevándose a los niños, dispuesta a divorciarse. El periodista la encontró, y entre juramentos de enmienda, fuertes presiones e ira contenida, la llevó de regreso a la ciudad de México.

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Pero las cosas no cambiaron. Cada vez que Denegri bebía, sus celos regresaban y su furia afloraba contra Hermelinda. Las fiestas de fin de año de 1969 no fueron la excepción.

Una vez en la cárcel, mientras el cuerpo de Carlos Denegri era sepultado a toda prisa, Hermelinda recuperó su nombre; ya no quiso ser Linda Denegri y empezó a narrar la vida que llevaba. Contó así las múltiples agresiones, los intentos de huir de su esposo. El periodista, agregó, no quería ni oír hablar de divorcio.

El 1 de enero de 1970, al despertar por la mañana, se dio cuenta de que Denegri había seguido bebiendo. Temiendo otra agresión, declaró que pretendía ocultar la pistola que Denegri tenía en un cajón, para evitar que la atacara a ella o a sus hijos.

El periodista la interceptó. Forcejearon. Ella escuchó una detonación y vio a su esposo caer al suelo. Cuando llegó la policía, ella permanecía en estado de shock. Esa condición, que duró horas, la puso a merced de un abogado que, además de cobrarle muchísimo, nunca logró el menor beneficio de la ley.

Hermelinda continuó la relación de sus desdichas: se supo de ataques con sables, con pistolas, golpes e insultos, alternados con ruegos, obsequios y etapas de dulzura profunda.

En el siglo XXI se habría discutido el terrible caso de violencia familiar, acaso de intentos de feminicidio como parte de la historia. Pero en 1960, Linda no encontró sino la complicidad para con Denegri, por parte de mucha gente, desde directores de prisiones hasta meseros, fuese por amistad, por conveniencia o por temor. Esa complicidad que aún después de muerto el periodista, la mantuvo tras las rejas, sin escuchar sus quejas, la historia de la violencia, la posibilidad de que simplemente se hubiera tratado de un disparo accidental.