Nacional

Crímenes del nuevo siglo: Juana Barraza, “la Mataviejitas”

En el siglo XXI, la “cultura de nota roja” de los mexicanos había cambiado notoriamente. Al despuntar la nueva centuria, la criminalística y la investigación forense se habían refinado, enriquecidas con las herramientas que la ciencia había desarrollado. Todo ese conocimiento saltó a las pantallas televisivas por medio de series policiacas, casi todas de importación. La reaparición de esa figura tenebrosa, la del asesino serial, adquirió nuevas y terribles profundidades.

historias sangrientas

Las descripciones del asesino de ancianas hacían suponer que se trataba de un hombre joven, disfrazado de mujer o de enfermera. La captura de Juana Barraza reveló su particular perfil

Las descripciones del asesino de ancianas hacían suponer que se trataba de un hombre joven, disfrazado de mujer o de enfermera. La captura de Juana Barraza reveló su particular perfil

Cuartoscuro

“Así son siempre las gatas. Quieren ganar demasiado”. Con esa frase despectiva, Ana María, una mujer viuda, de 84 años, selló su destino. En cuestión de minutos estaba muerta, ahorcada con un estetoscopio. Poco podía hacer una anciana para resistirse a la fuerza física de la persona a quien había franqueado la entrada a su hogar. La brevísima discusión por el precio del lavado y planchado de una docena de prendas, había terminado en asesinato.

Pero no eran los 22 pesos, una verdadera miseria, que Ana María había ofrecido por el trabajo. Eran los demonios internos de una mujer de 48 años, que se agitaron iracundos al sentir el maltrato, al recordar la miseria. Juana Barraza, no dudó: con la misma habilidad que un día había desplegado en el ring de lucha libre, y con lo primero que encontró a mano, le arrancó la vida la anciana. Echó una mirada a la habitación, buscando algo de valor qué llevarse. Se apresuró a abandonar el hogar de Ana María.

La Mataviejitas había cometido el último de sus crímenes.

LA CAPTURA, EL ESCÁNDALO, LA SORPRESA

Quiso el azar que, al abandonar el lugar, Juana Barraza se cruzara con un muchacho de nombre Joel, inquilino de Ana María. Al entrar al hogar de la anciana, Joel vio a su casera, tirada en el piso, muerta, con un hilo de sangre saliendo por uno de sus oídos.

Todo adquirió nuevo significado para el muchacho, que logró sobreponerse a la brutal sorpresa. Salió corriendo, intentando dar alcance a aquella mujer, de pantalones negros y sudadera roja, con la que se había cruzado en la entrada del edificio, y que había ladeado la cara cuando pasó junto a él.

Juana Barraza caminaba, calmosamente, hacia la estación Moctezuma del Metro capitalino. El muchacho empezó a gritar, pidiendo auxilio. Dos policías atendieron el llamado, no les costó trabajo sujetar y dominar a la mujer.

Lee también

El miedo tomó las calles: el “mataindigentes” de Guadalajara

bertha hernández
La última víctima del mataindigentes fue un antiguo ladrón, apodado "El Raffles mexicano", que a los 89 años vivía en las calles de Guadalajara/

Como ha ocurrido en la ciudad de México, a lo largo de los siglos, cuando se suscita un hecho de sangre, la gente empezó a arremolinarse cuando escucharon los gritos de Joel. Fue cosa de minutos para que se empezara a decir que, por fin, había caído el asesino de ancianas al que la prensa ha bautizado como “Mataviejitas”.

Pero hay varios elementos que sorprenden tanto a la policía como a los primeros testigos de la captura, que al día siguiente, en ese frío enero de 2006, ganan espacio en las primeras planas, cuando muchos mexicanos han empezado a enterarse por los noticiarios de radio y televisión: el asesino múltiple es una mujer. Relativamente joven, es corpulenta. No ha cumplido cincuenta años, se llama Juana Barraza Samperio, y en alguna época de su vida se ganó el pan como luchadora. Pronto se localizan algunas fotografías de esos tiempos idos: ahí está Juana, enmascarada, vestida completamente de rosa, cinturón y botas blancas, grandes brazaletes metálicos que le cubren los antebrazos. Un enorme antifaz negro completa el atavío. Quienes la vieron en el ring la conocieron como La Dama del Silencio.

Pero en el invierno de 2006, aquellos días están muy lejanos. Después de luchar en arenas pequeñas, se dedicó por un rato a ser promotora de lucha libre. Nunca fue a la escuela, sabe contar hasta cien y escribir su nombre, no más. Había entablado conversación con la octogenaria Ana María, ofreciendo sus servicios de trabajo doméstico, mientras sus hijos menores estaban en la escuela, cerca de su humilde hogar en Iztapalapa.

Es el escándalo, es la sorpresa. Es una rareza en la cultura de nota roja de México, la aparición de una mujer culpable de varios asesinatos. En boca de todos está el término de la nueva cultura forense que caracteriza a los tiempos que corren: Juana Barraza es una asesina serial. No es trama de película, no es exageración. Con una mezcla de horror y fascinación, los mexicanos comunes y corrientes contemplan a esa mujer, de pelo muy corto, que usa maquillaje, que no habla fuerte. En ella identifican a una de las formas más famosas del monstruo; el que toma vidas sin preocupación o remordimiento; ese tipo de monstruos que deambulan por el mundo de todos los días sin que nadie se percate de su verdadera naturaleza, hasta que la casualidad o el empeño policiaco los pone al descubierto.

UNA MUERTE, DOS MUERTES, OCHO MUERTES

Fue LA CRÓNICA DE HOY quien lo dijo, antes que nadie, antes que las autoridades policiacas, en 2005: un asesino serial era el responsable de las muertes de mujeres ancianas, frágiles, en condiciones de soledad completa o parcial. El correr de aquel año le daría la razón al periódico.

Una vez que Juana Barraza fue aprehendida, profesionales de la psicología, con mejores instrumentos que los disponibles en tiempos del siniestro y decimonónico Chalequero, contemporáneo de Jack el Destripador, o en los días de Goyo Cárdenas, en la primera mitad del siglo XX, interrogan a la luchadora. La radiografía de la asesina, que construye la especialista Feggy Ostrosky-Solís es estremecedora, porque no solo habla de los impulsos que llevan a Juana a matar, sino que revela la dolorosa historia de los más pobres, de los que viven entre miseria y violencia, factores que, en ocasiones, modifican para siempre su biología y su pensamiento.

Lee también

El horror en un drenaje: los crímenes de la Descuartizadora de la Roma

Bertha Hernández
Cuando Felicitas Sánchez declaró ante el Ministerio Público, afloró una historia de miseria y violencia que se amplificó en las páginas de los periódicos.

Los rastros de esta asesina serial son dispersos al principio. Entre 1998 y 2003, se documentan 34 casos de ancianas asesinadas en lo que todavía es el Distrito Federal. Todas esas mujeres murieron por estrangulamiento, con objetos tomados al azar en las casas de las propias víctimas. No hay indicios de violación o de asalto con violencia. En esos cinco años, a veces aparece la idea de que hay alguien que, con cierto método, comete esos asesinatos, pero la policía capitalina se resiste a dar por buena la afirmación.

En julio de 2004, la policía presenta a un hombre llamado Alejandro Ovando y lo señala como culpable de la muerte de una anciana. Un par de meses después, en septiembre, otro hombre, Jorge Mario Tablas, es aprehendido y se le achacan los diversos asesinatos de mujeres mayores.

Pero 2005 se vuelve un año aterrador: se suceden en negra cadena, más asesinatos de ancianas. Se habla del Mataviejitas; LA CRÓNICA DE HOY es rotundo: se trata de un asesino serial. Se le imagina como un hombre joven, capaz de someter a las mujeres. De comportamiento solitario, probablemente disfrazado de mujer o de enfermero, capaz de ganarse, en cuestión de minutos, la confianza de las ancianas a las que escoge como víctimas.

En febrero de 2005, aparece una mujer asesinada, con el modus operandi del Mataviejitas. En abril son tres las víctimas. En mayo, es asesinada otra anciana. En agosto una más, en septiembre otras dos. El Mataviejitas es escurridizo. Se le supone habilidoso, ágil, rápido. Si bien se le supone carismático, para entablar con prontitud una relación empática, la captura de Juana Barraza, en enero de 2006 pone al descubierto rasgos que nadie habría supuesto: del universo de los asesinos seriales, apenas un 10 por ciento son mujeres. La aprehensión de La Mataviejitas no solo es un caso de nota roja: permite documentar, como nunca antes en la historia criminal de México, el desarrollo de las oscuras tormentas que un asesino serial lleva dentro.

LA HISTORIA DE JUANA, SU CONDENA

La de Juana Barraza es una biografía tremenda, brutal. Un hogar violento, donde el desamor campea. Adolescente, una madre alcohólica la canjea por unas cervezas. Violada, embarazada a edad temprana, su vida es una sucesión de abandonos, de pérdidas, de miseria. Desarrolla una personalidad psicopática. Mal vive de pequeños y malpagados oficios. La lucha libre le da la oportunidad de sentirse bien, poderosa, admirada. Cuando aquellos días han pasado, la pelea diaria por sobrevivir y mantener a sus hijos pequeños la orillan al robo. De los robos, de manera ciega, automática, pasa al homicidio.

Los días en que Juana Barraza fue luchadora le dieron a esta mujer, criada en un ambiente de miseria y violencia, la oportunidad de sentirse admirada y poderosa. Su personalidad psicopática desarrolló impulsos violentos que la orillaron a matar.

Los días en que Juana Barraza fue luchadora le dieron a esta mujer, criada en un ambiente de miseria y violencia, la oportunidad de sentirse admirada y poderosa.

Feggy Ostrosky-Solís y el laboratorio de neuropsicología y psicofisiología de la Facultad de Psicología de la UNAM, se adentran en la personalidad de Juana. Gracias a ese trabajo de especialistas, más allá del escándalo mediático, surge información que, a decir de Ostrosky, permite conocer “la naturaleza del mal”.

Juana confesó tres asesinatos, después se desdijo y solamente reconoció el de Ana María, su última víctima. Pero los indicios recopilados, los casos, sometidos a relectura de la información obtenida tras su detención, permitieron suponer que la Mataviejitas cometió su primer crimen en noviembre de 2003. Hoy cumple una condena por quince casos de asesinato y doce de robo. Por lo menos en una decena de los crímenes hay huellas digitales que la involucran. Circula una novela basada en su caso, “Asesina Íntima”, de Bernardo Esquinca. Si los asesinos seriales ejercen en el individuo común un sentimiento mezcla de horror y fascinación, el siglo XXI, que apenas comenzaba, le deparaba, en la materia, brutales sorpresas a los mexicanos.

Lee también