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Los meses empantanados en la Pequeña Haití de la Colonia Juárez

 Con el Instituto de Migración ahorcado presupuestalmente, la vida en la calle para los migrantes tiende a perpetuarse. La mente está en el norte, pero sus cuerpos están atrapados en la capital del país

Crisis migratoria

La Pequeña Haití

La Pequeña Haití

Han pasado meses desde que los migrantes arribaron a la ciudad y el panorama sólo refleja incertidumbre. En un principio sus pertenencias estaban siempre a la mano para salir en cualquier momento, pues las autoridades prometieron solucionar su situación. Esto para ellos se traduce en que pronto tendrían que trasladarse una vez más a un sitio desconocido, pero que apunta a ser un paso más próximo a su destino.

Mientras tanto, la rutina consistía en montar un refugio por las tardes para poder pasar la noche y desmontarlo al día siguiente por fines prácticos, tanto por administración como movilidad. Por el día era necesario abastecerse con lo principal como alimentos, artículos de limpieza e higiene personal; para esto, algunos optaban por conseguir trabajos provisionales que pudiesen encontrar en las zonas cercanas, otros debían de permanecer en un mismo sitio porque tenían que cuidar de sus hijos, así que administran sus recursos adecuadamente para poder comerciar con sus compañeros.

Campamento de migrantes a espaldas de la camara de diputados

Campamento de migrantes a espaldas de la camara de diputados

Adrián Contreras

Después de algunos meses el panorama ha cambiado, la rutina es diferente pero la situación sigue siendo la misma. Esperan a que su condición pueda ser solucionada, ya sea que se les permita continuar con su camino o que se les brinde la documentación necesaria para conseguir un trabajo formal que les permita subsistir adecuadamente. Con el paso del tiempo delimitaron la zona que habitaban de modo que pudieran almacenar sus pertenencias con mayor comodidad, estás habían aumentado ligeramente; es de esperarse después de pasar un tiempo en un mismo sitio.

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El paso del tiempo es más notorio en las infancias, los niños han cambiado sus facciones, están creciendo y se van adaptando al lugar, aprenden mucho de su reducido entorno y en sus juegos se refleja su familiaridad con el espacio, con cada rincón que ya han explorado en reiteradas ocasiones, probablemente conozcan el lugar mejor que los locales. Su aguda atención les permite adaptarse a otro idioma con las breves interacciones que han podido establecer con otros. Sus juegos se diversifican porque el espacio cada vez es menor, tanto para el cuerpo como la mente.

migrantes mantienen su campamento en un parque de la colonia Juarez en espera a su resolucion en migracion.

Migrantes mantienen su campamento en un parque de la colonia Juarez en espera a su resolucion en migracion.

Adrian Contreras

Por su parte, los adultos, quienes sólo esperan una pronta respuesta que cada vez parece más lejana, experimentan la incertidumbre en completa pasividad. La poca movilidad a la que los somete su situación los mantiene en una disyuntiva constante entre buscar un modo de subsistir que nos ha permitido verlos en diferentes sitios, realizando actividades que les deja algo de dinero y la pasividad, sentados o recostados esperando, mientras miran sus celulares, aunque no haya mucho que mirar, solo es un modo de pasar el tiempo, pues no hay mucho que se les permita hacer.

Las conversaciones con familiares se han vuelto monótonas, no hay nada nuevo que contar, la situación es la misma: la espera. Ahora los vemos haciendo menos llamadas, no hay nuevas noticias, ya no se desgastan en prepararse para partir, pues no parece haber una fecha concreta y parece que su tiempo está detenido mientras que todo a su alrededor se mantiene en movimiento.