
Para los primeros años de la década de los 70, el movimiento musical conocido como La Onda Chicana se encontraba en pleno auge. Un estilo congruente con el rock ácido y psicodélico de la época, apoyado por las disqueras y radiodifusoras que dieron a conocer grupos provenientes de toda la República.
Ante esa efervescencia rockera el paso lógico era llevar a cabo un festival tipo Woodstock. En Valle de Bravo se llevaba a cabo una tradicional carrera de autos, y los organizadores decidieron escenificar el día previo a la competencia, una fiesta amenizada por unos grupos de rock.
El entusiasmo de los grupos por formar parte del evento fue grande y en lugar de que tocaran dos bandas, fueron confirmadas 16. Al comenzar a promocionarse el Festival de Rock y Ruedas la exaltación entre los jóvenes fue abrumadora, y muy pronto se vendieron los 75 mil boletos que se tenían a 25 pesos cada uno, pero el aforo fue rebasado.
En ese momento, las autoridades temían a la congregación de las masas por el antecedente del movimiento estudiantil de 1968 en Tlatelolco, por lo que estuvo bajo la amenaza de represión por parte del gobierno. Apenas tres meses antes se había dado la brutal represión del Jueves de Corpus por lo que las autoridades se mantenían aprensivas ante una concentración masiva de adolescentes.
“Íbamos, inconscientemente, con la rabia contenida. Ansiabamos una catarsis, individual y colectiva, que duró tres días, en realidad. Comenzó el viernes, alrededor del mediodía, y finalizó la mañana del domingo siguiente, el 13. Esa experiencia se convirtió en huella indeleble en el corazón y pensamiento de la llamada ’generación Avándaro’”, expresó el periodista Jesús Yáñez Orozco, en su artículo Pacífica rebeldía: Avándaro, 49 años después, publicado el año pasado.
Los organizadores, Luis de Llano hijo, Eduardo López Negrete, y otros jóvenes adinerados fueron quienes consiguieron la autorización del entonces gobernador del Estado de México, Hank González.
A las 20 horas del sábado inició el festival. Actuaron 11 grupos pues el doceavo, Love Army, quedó varado en la carretera. Los primeros en iniciar en forma el evento fueron los Dug Dug’s que a través de su buena actitud se ganaron a los miles de asistentes. Después de ellos tocaron El Epílogo, que recibió una respuesta generalmente indiferente; después, La División Del Norte y la banda Tequila, notorias por sus influencias de funk y blues.
Posteriormente se presentó Peace and Love, cuyas canciones fueron de las más coreadas en todo el festival y en cuya participación se interpretó “Marihuana” y “Tenemos el poder”, dos de las canciones más representativas de la época. Enseguida tocó El Ritual que no causó gran impresión, a las dos de la mañana apareció “La encuerada de Avándaro” que no era ninguna banda, sino una chica del público que bailaba desnuda en las plataformas.
Comenzó a llover y continuaron Los Yaki con Mayita Campos como vocalista invitada, Bandido, La Tinta Blanca, El Amor y por último Three souls in my mind cerrando de milagro el festival antes de que el sonido colapsara por completo. Eran las ocho de la mañana cuando se dio por finalizado el evento, y los participantes emprendían el regreso a casa, sólo que nadie imaginó lo que acontecería después de estos dos días de rock and roll.
Pese a que el evento se realizó sin altercados, la euforia colectiva de los temas de protesta creó una alerta en las autoridades del momento, ante el temor de un complot en contra del gobierno. Después del concierto se llevó a cabo una campaña en los medios de comunicación para difundir el supuesto libertinaje y desenfreno de más de 250 mil jóvenes. “¿Amor y paz? ¡El Infierno!”, fue el encabezado más popular que apareció en la revista Alarma.
“En Avándaro me encontré con una realidad de mi país que no conocía y que me gustó mucho. Fue muy exagerado todo lo que se dijo. No hubo ni sexo, ni drogas. Se fumaba mota (marihuana), eso sí, y alguien tendría sexo, pero no lo veías. Eso fue todo”, dijo la fotógrafa Graciela Iturbide.
“Se convirtió en un pellizco en la entraña de la sociedad conservadora. Y en sus primeras planas y espacios informativos se aseguraba que había sido una ’orgía de drogas sexo y rock and roll’. Nada más alejado de la realidad”, destacó Yáñez Orozco. “Sí hubo consumo de mariguana y alcohol, pero ello no condujo nunca a un desbordamiento generalizado, caótico, agresivo y degenerado como se quiso hacer parecer. Sí hubo varios jóvenes que se despojaron de sus ropas, pero esto no llevó a un aquelarre de desnudos”, complementó el escritor Federico Rubli Kaiser, quien es uno de los grandes documentalistas del suceso (destaca Yo estuve en Avándaro, con fotografías de la mencionada Graciela Iturbide).
A partir de ese momento, el gobierno prohibió las presentaciones en vivo, lo que orilló a las bandas a crear espacios subterráneos que con el tiempo fueron conocidos como “hoyos funky”, que consistían en viejos edificios abandonados o en desuso, como bodegas o locales vacíos en distintos barrios.
Se prohibieron también las transmisiones por radio y las disqueras vetaron la grabación de bandas de rock nacional y se usaba a la policía como medio de represión contra los rockeros; quienes además comenzarían a ser señalados como “vagos” y “drogadictos”. Fue apenas en las décadas de los ochenta y noventa que se dio una gradual reinserción del rock en la vida cultural nacional.
Desde el concierto de Avándaro, en México no se ha realizado un concierto de tales magnitudes. Sin embargo, el evento quedó en la historia con muchas lecciones: “El Festival de Avándaro nos enseñó muchas cosas. En primer lugar, que es posible la reunión de grandes masas de jóvenes dedicados a oír rock y a reventar sin que surjan problemas, pues todo depende de la intención con que la gente se congrega. De esta manera, Avándaro nos deja ver el tremendo poder de los ideales, pues el Festival sólo fue posible porque la gente compartía ideas trascendentales, aunque parecieran utópicas, ingenuas y románticas”, dijo en una antigua entrevista el escritor José Agustín.
“¿Qué es la Nación Avándaro? Grupos que cantan en un idioma que no es el suyo. Canciones inocuas: rechazo a la guerra de Vietnam, pero no a la explotación del campesino mexicano; pelo largo y astrología, pero no lecturas y confrontación crítica. Creo que la Nación Avándaro es el mayor triunfo de los mass media norteamericanos: es el Mr. Hyde de artículos, reportajes y crónicas sobre Woodstock. Es uno de los grandes momentos del colonialismo mental en el Tercer Mundo”, escribió en otro momento Carlos Monsiváis.
Copyright © 2021 La Crónica de Hoy .