Cultura

Guillermo Prieto y su pasión por la ópera, el teatro y la danza

Bicentenario. En esta última entrega, se recuerda cómo el escritor era un asiduo a los teatros Nacional, Principal y Abreu, los montajes operísticos que presenció y reseñó, además de la vendimia de alimentos y vinos durante los intermedios de los montajes

Parque Central de Nueva York en 1840
Parque Central de Nueva York en 1840 Parque Central de Nueva York en 1840 (La Crónica de Hoy)

Quinta y última

Vender refrescos y vino durante el intermedio de una ópera, que los conciertos se programen siempre de noche o que los mexicanos se maravillen con las fuentes bailarinas, son algunas actividades que iniciaron en el siglo XIX y que el escritor Guillermo Prieto (Ciudad de México, 1918- 1897) plasmó en crónicas semanales.

Para conmemorar los 200 años de nacimiento del poeta, Crónica recupera en este último texto dedicado al autor del Romancero Nacional, su gran pasión por el teatro. Retomamos las visitas que hizo Prieto, como fiel espectador, al Teatro Nacional, Teatro Principal y Teatro Abreu, así como las óperas y compañías que estuvieron en 1879 en el país.

Uno de los teatros más visitados por Guillermo Prieto fue el Teatro Nacional, que se ubicaba en la actual esquina de Bolívar y 5 de Mayo del Centro Histórico de la Ciudad de México (CDMX), ahí cabían 3 mil 500 personas y era el más moderno en cuanto a iluminación escénica.

“Tuvimos una agradable sorpresa al ver un local tan hermoso, con una lámpara ideada de modo que la luz da a los semblantes una media tinta melancólica y agradable, con un foro extenso y unas decoraciones magníficas”, escribió Prieto después de ver la comedia Las paredes oyen, de Juan Ruiz de Alarcón.

En ese teatro, una de las óperas favoritas para el público del siglo XIX y que presenció el escritor fue Reina Índigo, ópera bufa de tres actos del austriaco Johann Strauss, con letra de Jaime y Víctor Wilder, compositores que en aquel entonces aún estaban con vida, Strauss tenía 54 años, Víctor Wilder 40 y de Jaime no existe registro actual de su biografía.

Reina Índigo, describió Prieto, inicia con la muerte del Rey Índigo, después la viuda comenta su deseo de vender todas las esclavas del harem, entre ellas, Fantasea, quien era la favorita de rey y la prometida de Janio, un bufón de la corte; no obstante, para evitar la venta de las mujeres, Janio le propone a la reina formar un ejército de esclavas que él dirigirá.

Otro teatro favorito de Guillermo Prieto fue el Abreu, ubicado en República del Salvador 49, hoy Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada de la CDMX. Ahí los empresarios Joaquín Moreno, Porfirio Macedo y el arquitecto Apolonio Pérez Girón instalaron por primera vez butacas de luneta con asientos movibles para permitir el paso de personas entre las filas.

En cuanto a la iluminación, el recinto tenía una concha que manejaba la intensidad de las luces, herramienta tecnológica que fue aprovechada por la compañía de Schumann, quien presentó una fuente maravillosa y a varios acróbatas.

“A propósito de diversiones: tenemos en expectativa la compañía de Schuman, aquel mismo que ya conduce japoneses que transitan por un cañón de escopeta, ya hombres que se embaúlan espadas como ensaladas de espárragos, ya sílfides que harán una hamaca de una telaraña y una carretera de un rayo de sol”, detalló Prieto sobre la expectativa que generó la visita de estos artistas a la capital.

El escritor mexicano también comentó que Schuman tenía una especie de Australia en el cerebro. “Así como allí (Australia) produce la tierra árboles que crecen para abajo, pavos colorados, pericos blancos y pescados de forma de embudo; éste (Schumann) proyecta y saca a la luz cosas las más estupendas”.

El relato de Prieto fue complementado después por Enrique de Olavarría y Ferrari en su libro Reseña histórica del teatro en México, diciendo que la admiración del escritor y, en general, de los mexicanos hacia la compañía fue porque incorporó a sus óperas violinistas, xilofonistas, equilibristas, un caricaturista eléctrico, varias gimnastas, saltadores, cinco velocipedistas y a Benedetty Wheler con su fuente maravillosa.

Dicha fuente emitía chorros de agua iluminados: “que encantó con sus juegos de aguas de varios colores iluminadas, y sus guapas ninfas, casi desnudas”, escribió Olavarría.

Después del éxito de la fuente maravillosa, llegó al Teatro Principal (que se ubicaba en las actuales calles de Bolívar y 16 de septiembre) una compañía lírica francesa dirigida por Paul Alhaiza con La Dame Blanche, Mignon, Le Pré aux cleres, Haydée y Les Mousquetaires de la Reine.

“Esta compañía, que en las otras Américas, en Estados Unidos y en Francia misma ha conquistado alta celebridad, tiene despierta la atención de los apasionados del arte y de la gracia, y promete placeres deliciosos a los amigos de lo bello”, plasmó Prieto.

En especial, la ópera que más le agradó fue Duquecito, una zarzuela del francés Alexandre Charles Lecocq, quien en 1879 tenía 47 años. “Es una chuchería de oro, es una gota de rocío teñida con todos los colores del iris y que tiembla y oscila en el extremo del pétalo de una rosa”, celebró el poeta.

Después, en su crónica, Guillermo Prieto habla de la maravilla musical de Lecocq y de la traducción hecha por Pepe Negrete, “quien mejor ha comprendido hasta ahora, la fugaz esencia, la levísima espuma de oro del esprit francés”.

¿De qué trataba esa ópera? Prieto nos responde: “Érase un duquecito cuasi niño, le casan con una linda niña y como eso del matrimonio no es juego, después de verificado el enlace guardan a la esposita en un convento hasta que se maduren aquellos tiernos corazones”.

Por ejemplo, después de que terminara una ópera, la noche era lluviosa, entonces Joaquín Moreno impuso la moda de rentar sillas de los palcos porque las calles del Centro Histórico de la CDMX estaban inundadas, además vendió refrescos y vinos para amenizar la espera y puso a su disposición a los cargueros: personas que llevaban en la espalda a los espectadores que no querían mojarse los pies.

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