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Jerusalén: Tres veces sagrada, cien veces maldita

La provocación de Trump con la embajada de EU, que se inaugura hoy en Jerusalén, la empezaremos a ver a partir de ahora, por culpa de esta especie de maldición bíblica que quiso situar a Jerusalén en el centro de la discordia mundial.

Jerusalén, Ciudad Santa
Jerusalén, Ciudad Santa Jerusalén, Ciudad Santa (La Crónica de Hoy)

No busquen más allá. No ha habido ni seguramente habrá en la Tierra un lugar más sagrado y al mismo tiempo más maldito que Jerusalén. Los textos sagrados de las tres religiones monoteístas, los libros de Historia y sus monumentos dan fe de ello:

Jerusalén es donde Yahvé, el Dios de los judíos, quiso que el rey David levantase un templo para adorarlo; es de donde Mahoma, acompañado por el arcángel Gabriel, ascendió a los cielos; y es por donde Jesús arrastró la cruz, antes de ser crucificado en el cercano monte del Gólgota. El Muro de las Lamentaciones es el sitio más sagrado del Judaísmo, porque se cree que es lo que queda del templo destruido de David; la icónica Cúpula dorada de la Mezquita de la Roca es el tercer lugar sagrado del Islam (detrás de La Meca y Medina) porque los musulmanes la señalan como el lugar desde donde el profeta se reunió a su muerte con Alá; y por último, el Vía Crucis en las tortuosas calles de la Ciudad Vieja jerosolimitana, es el que recorren en procesión los cristianos en Semana Santa, para rememorar el duro sacrificio que hizo por la humanidad, antes de resucitar y ascender él también a los cielos.

Esta es la paradoja de Jerusalén: Es tres veces sagrada y, al mismo tiempo, cien veces, mil veces maldita, porque ha sido a lo largo de la historia objeto de codicia de tres religiones y escenario de sangrientos combates. ¿Cuántos judíos y musulmanes fueron masacrados por los cruzados cristianos en nombre de la cruz? ¿Cuántos cristianos y judíos murieron cuando Suleimán el Magnífico conquistó la ciudad con la espada de Alá para su imperio Otomano? ¿Cuántos palestinos y judíos han muerto tras la creación del Estado de Israel, ocurrido tal día como hoy hace 70 años? ¿Cuántos tras la ocupación del sector este de Jerusalén, tras perder los árabes la Guerra de los Seis Días, también en otro mes de mayo, pero de 1967?

Si bien es cierto que las naciones de tradición cristiana completaron con éxito la separación Iglesia-Estado, a diferencia de judíos y musulmanes, que sigue aferrados a símbolos y leyes incompatibles con sociedades multiculturales y tolerantes, no hay que olvidar que fueron las potencias occidentales las que colonizaron y ocuparon durante decenios Oriente Medio y las que trazaron a su antojo fronteras arbitrarias y países con gobiernos títeres, sin importarles que sembraban también la semilla de la discordia entre pueblos y religiones que reivindican el mismo territorio. El caso más sangrante y que nadie ha podido frenar es el de judíos y palestinos, y en el corazón de esa disputa, una vez más, Jerusalén, la ciudad que ambos pueblos la ambicionan como su capital.

Cuando Israel ganó a los árabes en la Guerra de los Seis Días, en 1967, tomó como botín a Jerusalén Oriental, que fue anexionada “de facto”, levantando las iras de la abrumadora mayoría de sus habitantes, palestinos musulmanes y de la minoría cristiana. El mundo lo condenó, pero no lo impidió, lo que animó a los parlamentarios israelíes a legalizar la anexión el 30 de julio de 1980, declarando a toda la ciudad la “capital eterna e indivisible” del Estado judío.

La ONU entendió que, ahora sí, Israel había cruzado una peligrosa línea roja. Un mes después, el 30 de agosto de 1980, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución 478, que condenaba la anexión y solicitaba a los países con sus embajadas en Jerusalén oeste a que se trasladasen a Tel Aviv, como medida de castigo. Hubo un solo país que se abstuvo en la votación, pero aceptó el mandato: Estados Unidos.

Ese consenso internacional se empezó a agrietar precisamente por su flanco más débil. En 1995, el Congreso de Estados Unidos aprobó el traslado de su embajada a Jerusalén, pero ni el entonces presidente demócrata Bill Clinton, ni sus sucesores, el republicano George W. Bush y el demócrata Barack Obama, firmaron el traslado definitivo, para no romper el consenso internacional y al menos no entorpecer aún más el proceso de paz entre israelíes y palestinos, que debería acabar con la fórmula “Dos Estados”.

Pero entonces llegó Donald Trump a la presidencia con ganas de provocar y de demostrar quién es el que manda. Con la inauguración de la embajada de EU, el mandatario republicano envía al mundo (y especialmente al mundo musulmán) el siguiente mensaje: Jerusalén no es negociable porque es la capital de Israel, y punto.

Las consecuencias de su provocación las empezaremos a ver a partir de ahora, por culpa de esta especie de maldición bíblica que quiso situar a Jerusalén en el centro de la discordia mundial. Empiecen, si tienen estómago, a contar palestinos muertos.

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