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Jugarse la vida: apuestas y mentiras

Los ludópatas juegan sin parar, no hacerlo los conduce a la ansiedad. Vencer al demonio de la apuesta no es fácil

Un hombre en el balcón
Un hombre en el balcón Un hombre en el balcón (La Crónica de Hoy)

Víctor Manuel Miranda tiene 60 años y al menos cinco de ellos los dedicó a los juegos de azar, a las salas de juego y a cualquier tipo de actividad que le permitiera apostar.

“Nunca supe en qué momento me hice adicto, yo sólo quería ganar y ganar. No me daba cuenta que perdía más de lo que lograba recaudar”, platica sentado en el balcón de su departamento.

Víctor asiste a terapias psicológicas y trata de mantener su mente enfocada. Da largas caminatas y estudia idiomas, pero  la mayor parte del tiempo, dice, reaparece las ganas de asistir a alguna sala de juegos para entretenerse.

El hombre cuenta que hace años le gustaba de jugar ajedrez o cartas con sus amigos, apostaban cantidades pequeñas para hacer el juego más entretenido; sin embargo, conforme fue pasando el tiempo, le empezaron a llamar la atención los juegos clandestinos.

“Iba caminando por el centro, en una de las calles vi una bolita de personas intentando ver qué pasaba, me acerqué y vi a un señor tirando las cartas, se me hizo fácil comenzar a jugar yo también”, recuerda el hombre mientras mesa el cabello. Luego de una pausa, sigue relatando que apostó hasta 500 pesos y nunca ganó un centavo, el estafador hizo bien su labor.

No se puede decir de Víctor que sea un hombre inculto. Sabe de ecuaciones, de física, de matemáticas y de química; también es un experto en ajedrez. Pero ese encuentro con el estafador callejero lo enredó con las apuestas,

Víctor probó muy pronto con los juegos en línea. El ajedrez fue el primer escenario de su ludopatía. “Llegaba a mi casa y lo primero que hacía era prender la computadora y conectarme, jugaba con gente de todo el mundo, gracias a los libros que leo y las jugadas que me sé, comencé a ganar, no había partida de ajedrez que perdiera y al ser el ganador me hacía sentir bien”, dice esbozando una sonrisa.

En ese momento Víctor pensaba sólo en el  ajedrez, pero cuenta que llegó el momento en donde ya ni podía dormir, se despertaba en la madrugada y corría a la computadora; “mañana, tarde y noche, todo mi mundo era ajedrez”.

El ajedrez fue perdiendo atractivo y fue cuestión de tiempo para que Víctor pisara su primer casino. “El lugar me gustaba, me trataban bien y me daban un servicio perfecto... simplemente se me iba el día en jugar, pedía la noción del tiempo”.

Víctor comenta que dentro de las salas de juego se sentía feliz. No se daba cuenta de las cantidades que perdía al seguir abonando dinero de su tarjeta de apuestas. “La dinámica era abonar 500 pesos mientras jugaba; si tenía suerte, a veces sí ganaba hasta el triple, pero por seguir jugando gastaba hasta cinco mil pesos en una sola noche”.

Las cosas se fueron agravando, llegó a gastar hasta nueve mil pesos en una sola noche. El propio ambiente lo adentró en otras actividades. Conoció a un “amigo” que le llevó a reuniones con apuestas. “Mi amigo”, como Víctor le llama con sorna, “me atrajo hablándome de ganancias seguras, me decía que en ese tipo de reuniones siempre había algún ganador, pero yo no de daba cuenta de que todo era mentira”.

Víctor llegó a apostar hasta 25 mil pesos y le mentía a su hijo mayor para que le prestara dinero.

“Mi esposa y mis hijos comenzaron a darse cuenta de que algo estaba pasando, me había vuelto mentiroso”, dice y agachaba la cabeza. En alguna ocasión Víctor ganó 11 mil pesos, “ese había sido un golpe de suerte”, estaba tan obsesionado con la esperanza de ganar que comenzaba a pensar en vender el anillo de compromiso y su automóvil. “Por suerte mi familia me frenó”, relata.

LUDOPATÍA. De acuerdo con Felipe Gaytán, sociólogo de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad La Salle, la ludopatía se considera como un desorden mental, relacionado con la obsesión por los juegos de azar.

El humano, indica Gaytán, necesita juegos, “por eso se habla de las actividades lúdicas, las cuales ayudan a establecer un espacio; muchas veces los juegos son compartidos o en solitario, la cuestión es que las actividades lúdicas pueden derivar en ciertas patologías”.

–¿Quiénes pueden pasar de esto a una enfermedad?

–Aquellas personas que se obsesionan con los juegos de azar y con el sentido de ganar, de retar al fracaso o al éxito. Cuando uno más quiere ganar, más puede perder.

El investigador señala que antes la ludopatía se veía como una manía o un vicio pero no como una enfermedad.

“Esta enfermedad es como una adicción, tal como si se tratase de alcohol, drogas y debe tratarse como tal; sin embargo la ludopatía no se centra sólo en los juegos de azar, también hay una nueva vertiente que son los videojuegos”, asegura. Lo anterior ya no sólo es tema de los adultos, los niños “son propensos de ocho años en adelante; y va hasta adultos que también se obsesionan con juegos”, añade el especialista.

Pero en el caso de adultos, como Víctor, el ludópata depende económicamente de sí mismo, tiene ingreso, así que el impacto se extiende a la familia.

El sociólogo indica que los casinos no deben estigmatizarse, ya que han existido desde hace mucho tiempo, lo que debe identificarse es que alguien es ludópata.

No existen registros fiables del número de ludópatas en el país, señala Gaytán, a lo que contribuye que los pacientes se atienden con especialistas privados, como es el caso de Víctor.

vida nueva. Víctor sigue en terapia. Una adicción al juego, como cualquier otra, tarda es ser revertida.

Víctor se arrepiente, sabe que sin su familia ni siquiera se hubiera dado cuenta de que tenia un problema; tampoco supo cuando la ludopatía lo llevó a ser un mitómano; su esposa e hijos no creían en las mentiras con las que trataba de ocultar dónde y cómo perdía dinero, pero el seguía mintiéndoles y mintiéndose.

Víctor dejó de apostar hace meses. Sigue en la lucha contra el deminio del juego. De vez en vez, reta a alguién al ajedrez desde su computadora.

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