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Antes de que estallara la guerra, en marzo de 2011, Alepo era la ciudad más poblada de Siria (más que Damasco) y el mayor centro comercial e industrial de ese país árabe. La Gran Mezquita de Ummayyad se erguía orgullosa en el centro de una ciudad, cuyo destino quedó marcado tras caer en manos de la oposición al régimen. Con tal de recuperarla, el tirano de Damasco, Bachar al Asad, machacó sus edificios y martirizó a su población, con la inestimable ayuda de su aliado Vladímir Putin. Hoy puede cantar victoria, pero sobre las ruinas de Alepo y señalado por todo el mundo (menos por Moscú, Pekín y Teherán) como un criminal de guerra.
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