Opinión

IncorrectoZ

(La Crónica de Hoy)

[ Iris Santacruz ]

En El libro de mi madre, René escribió: “Su muerte fue el sábado a eso de las doce, con un sol esplendoroso, sin nubes en el cielo. Buenos días, mamá”.

Así termina ese relato que narra su versión íntima de nuestra madre y de la relación entre ellos. En cambio, el día en que él murió, era un domingo frío y lluvioso, a eso de las nueve de la mañana.

Cuando se enteró su sobrino Alfonso Sodi, dijo: se retiró invicto.

En efecto, René no conoció la decrepitud.

Solamente usó una silla de ruedas cuando se fracturó un pie y era el mejor drifter conduciéndola. En esa silla estaba durante una memorable noche de Año Nuevo cuando, en el momento más importante de la fiesta, les ordenó a Alfonso y a Pablo Suinaga: llévenme de aquí. Vamos a buscar mujeres espléndidas, estas dos ya me aburrieron. Las dos mujeres que le provocábamos aburrimiento éramos su esposa y yo.

Aunque no voy a perdonarle nunca, nunca, que nos dejara permanentemente solas, prometo cuidar de sus cenizas para que no ocurra lo que en su ficción “Las Cenizas del General.”

Los orígenes del fascismo
Los orígenes del fascismo
Por: Francisco Báez RodríJune 24, 2025

“A time to be born, a time to die…”, dice la gran canción de Seeger, popularizada por The Byrds, uno de los grupos favoritos de mi hermano, no obstante, más que en la existencia de un plan augurado por algún ser supremo, intuyo que él decidió el momento para irse invicto. Cierto, escogió un día plomizo y sombrío, pero se fue guapo, gallardo, pleno de vitalidad, lúcido y simpático.

Buenos días, hermano.

[ David Gutiérrez Fuentes ]

René era un escapista extraordinario. Cuando no quería hablar con alguien por teléfono recurría a la táctica del teléfono descompuesto, subía el tono de voz y decía: ¿buenoooo, no te oigo, se está cortando la llamada, buenoooo? Y después colgaba en medio de risas. Cuando su celular volvía a sonar ya no contestaba. Si en una comida o en una junta se aburría alcanzaba a comentar, discúlpenme un minuto y desaparecía. Si en los pasillos divisaba a alguien con quien no deseaba cruzarse decía literalmente: chíngalo, ahí viene este pendejo, no lo quiero ver porque me va a contar de nuevo sus tragedias, vámonos por acá, y tomaba intrincados atajos para escapar. Siempre fue consecuente con lo que pensaba y supongo que llegó a un punto en el que ya no quería ver a nadie. Su último gran truco fue desaparecer de este mundo y a todos nos sorprendió.

[ Jorge Meléndez Preciado ]

El Águila Negra, RAF o René Avilés Fabila, como quiera decirle, era irreverente en grado extremo. Ver sus obras iniciales: Los juegos y El gran solitario de Palacio. ¿Cómo entonces emprender un suplemento cultural que no fuera aburrido, tedioso, repetitivo, de las mafias, ni siquiera tomara en cuenta a esos grupos? Justamente invitando a los jóvenes, a los excluidos (muchísimos) y a los que estaban fuera del sistema de becas y premios ya designados. Luego de saber qué hacer (oh, Lenin), deberíamos buscar el nombre. Días y noches en vigilia, y sin poder encontrar la piedra filosofal, hasta que Rosario Casco Montoya dijo: “Debe llamarse: El Búho, lo representativo de Excélsior (volver a Marx y El Capital). Ya resuelto eso, debíamos luchar contra la corriente. José Luis Cuevas, a quien sedujo René no obstante que lo motejó Culeid en su primera novela, hace un texto donde elogia a Avilés y critica a Diego Rivera. Se lo fusila Vuelta pero quitándole los abrazos a René; denunciamos el plagio y monta en cólera Paz y sentencia René: Hábil es o Vil es; aplausos de la porra y bajeza del escritor. Publicamos, también, un texto de Gabriel García Márquez que apareció en Juventud Rebelde, periódico cubano. Luego lo replica Fernando Benítez en Sábado. Risas de los que fueron primero. René decía: “El líquido vital para mí es el güisqui, no el agua”. Prefiero ser “Doctorado Honoris Sauza”, porque así no sólo me darán medallas de bronce y diplomas, sino elíxires para la vida. Antes de fallecer dijo en entrevista televisiva: “Últimamente me dan muchos reconocimientos; tal vez porque voy a morir”. Siempre irreverente, juguetón, único. En su velorio lloraban como magdalenas una mujer madura y otra muy joven. Y Leticia Picazo llevaba su novela publicada nuevamente: Tantadel. Allá nos veremos, mi Águila.

[ Kutzi Hernández Galván ]

Hace unos 14 años conocí en Zacatecas a René Avilés Fabila y a su esposa, Rosario Casco, así como a David Gutiérrez Fuentes, Juan Luis Nutte y Felipe Gallardo, entre otros. Durante un par de años tuve oportunidad de alternar con la palomilla, con la que hice buenas migas. En esa época el legendario suplemento El Búho había desaparecido y se había convertido en la revista Universo de El búho, dirigida por René, en la que me abrieron espacio para publicar algunos poemas, aunque más tarde se recuperó el registro del nombre original: El Búho.

René era un excelente conversador. Recuerdo que aborrecía a las personas inexpresivas. Aunque tenía muchísimas amistades, superaba como por treinta años a los de ese grupo de amigos. Por convicción, Rosario y René no tuvieron descendencia, y él decía que sus amigos bien tenían la edad para ser sus hijos. Bebían un montón y, por seguirles el paso, me puse la peor borrachera que he tenido en mi vida, de la cual hasta la fecha aun recuerdo todo. Con alcohol o sin él, la charla de René era siempre animosa, plagada de anécdotas y de referencias cultas, sin pose alguna. Tenía esa maravillosa habilidad de demostrar su amplio bagaje cultural de una manera fluida, informal y sin pedantería. No había diferencia entre leer sus artículos y escucharlo hablar: una siempre aprendía algo nuevo, pero además la visión de René, deliciosamente irónica, era equilibrada, o buscaba serlo. Voy a extrañar al incorrecto mayor.

Ignoro si René Avilés Fabila presentía su muerte. Lo que sí es un hecho es que últimamente hablaba mucho del tema. Comentaba que quería morir de un solo golpe. O que deseaba morir como su mamá, de un derrame cerebral. O que quería morir por diez minutos. En fin, lo que haya sido ya no importa. Lo relevante es que se le cumplieron sus dos primeros deseos. Murió de derrame cerebral, de un solo golpe. Según los médicos René no sintió ningún dolor ni siquiera supo que iba a fallecer. ¡Qué fortuna! El consuelo lo necesitamos quienes lo queríamos y admirábamos.

René Avilés Fabila tenía dificultades para dormir por lo que decidió ir a una clínica del sueño. Después de intrincados estudios y la prescripción de algunos medicamentos, le recomendaron terapia. En su primera cita, el terapeuta le pidió que le contara su vida. René habló por varias horas hasta que escuchó algunos ronquidos: era su interlocutor que se había quedado profundamente dormido. Y eso que René apenas iba en los seis meses de edad.

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