Opinión

Julio

Conocí a Julio Granados cuando yo era residente de nefrología. Fue en 1989, un día en que vino con su esposa al Instituto para hacerle algunos análisis, porque tenía días sintiéndose cansada. La sorpresa que se llevaron es que tenía un grado muy avanzado de enfermedad renal crónica, con la función renal prácticamente perdida en su totalidad. Yo entonces era el residente de segundo año de nefrología, justamente en la rotación de trasplantes, por lo que me vi ampliamente involucrado en el asunto. Fue difícil convencer a un familiar de la señora que le donara el riñón, pero finalmente decidió hacerlo. Durante esos meses mi visión de Julio era solamente la de un investigador reumatólogo del departamento de inmunología y reumatología del Instituto.

Lo redescubrí años después, cuando regresé del posgrado en Boston para iniciar mi carrera como investigador en el Instituto. Julio era un individuo fuera de serie. Bonachón, siempre contento y rodeado de alumnos. No tardé mucho en identificarlo, porque era de los pocos investigadores que estaba todo el día en el Instituto. No tenía consulta privada. Así que, me lo encontraba con frecuencia por las tardes y él me tenía bien identificado, por lo que ya conté en el párrafo anterior. Empezamos a ser colegas y después amigos. Me contaba con mucho orgullo cómo, durante una reunión con visitantes del National Institute of Health de los Estados Unidos al Instituto, había desafiado al doctor Donato Alarcón, quien terminó por reconocer lo valioso de su trabajo, cuando los visitantes coincidieron en que el trabajo de Julio fue lo mejor que escucharon ese día.

Dr. Julio Granados

Dr. Julio Granados

Especial

Julio introdujo en el Instituto y, no creo equivocarme cuando digo que, en el país, el concepto de la asociación entre el genoma y las enfermedades, pero no de la genética tradicional de enfermedades mendelianas, sino de que variaciones normales del genoma generan riesgos positivos o negativos para el desarrollo de enfermedades complejas. Esto fue mucho antes de que se tuviera secuenciado el genoma humano y las herramientas con las que contamos ahora. Julio lo hizo a través del estudio del complejo principal de histocompatibilidad (CPH), del cual era una autoridad.

Cuando yo era Editor en Jefe de la cada vez menos conocida Revista de Investigación Clínica, un día me llamó la atención un estudio publicado en Nature Genetics que relacionaba la preferencia de un grupo de mujeres sobre el olor de camisetas utilizadas por hombres. Las que calificaban como preferente, eran de sujetos que tenían genes del CPH similares a los del padre, lo que sugería que, a través del olfato, sin saberlo, la mujer detecta una ventaja evolutiva. Me pareció tan interesante, que se lo llevé a Julio y le pedí que escribiera un editorial para la revista, lo que hizo con mucho gusto y, parafraseando a García Márquez, la intituló “Del amor (y el olor) y otros demonios: lo extraordinario de la inmunología” (Rev Invest Clin; 54:490-1, 2002). De ahí, Julio preparó una conferencia maravillosa a la que le llamó la inmunología del amor, que presentó con mucho éxito en diversos foros a lo largo de los años.

Julio fue un investigador muy productivo en el tema del CPH, pero me parece que su aportación principal fue la generación de nuevos científicos (recursos humanos, como espantosamente les decimos ahora). Registró más de 20 tesis doctorales. A juzgar por lo que uno ve y escucha, Julio no solo fue un tutor, fue un mentor. El tutor es el que dirige una tesis doctoral y después se olvida del alumno. El mentor es el que dirige no solo la tesis doctoral, sino la vida. Vela por el desarrollo del alumno el resto del tiempo. Lo promueve. Lo ayuda. Desarrolla a largo plazo una amistad genuina con sus alumnos y eso hizo Julio. Sus exalumnos siempre lo quisieron mucho y vivía rodeado de ellos.

La característica más sobresaliente de Julio es que era un conversador excepcional. Era una delicia platicar con él. De las pocas personas con las que sentarse a tomar un café y platicar un rato no era de ninguna manera pérdida de tiempo. Era ganancia. Siempre tenía una opinión o visión de los hechos o las teorías, muy particular. Era un hombre culto. Varios libros los leí por su recomendación. En particular, uno sobre cómo se gestó y se maneja la escuela de medicina de Harvard. Julio me lo recomendó diciendo. - Así es como se hacen grandes las instituciones.

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Si durante los 20 años que me dediqué exclusivamente a la investigación buscaba a Julio con frecuencia para obtener sus puntos de vista, desde que me nombraron Director de Investigación del Instituto, lo hacía más seguido. Como digo, platicar con él era una delicia, pero, además, lo buscaba porque ya sabía que cada vez que le planteara un problema, cómo lo percibía yo y cómo pensaba resolverlo, él me daría una visión totalmente diferente y a veces opuesta del asunto. Me sentía mejor tomando decisiones después de haberlo escuchado a él.

En los últimos años, nuestra relación se fue moviendo más hacia la amistad. Nos buscábamos para ir a comer a un restaurante que antes fue una hacienda en el pueblo de Tlalpan. Los temas siempre eran de mucho interés y nunca me dejaba pagar la cuenta, aunque siempre acordábamos que la próxima vez yo lo haría, él terminaba haciéndolo. Era muy generoso. La corbata roja que tengo con el símbolo del 70 aniversario del Instituto me la regaló él, solo porque el día que las estaban vendiendo en la oficina de la Asociación de Médicos del Instituto, coincidimos al llegar para pagar nuestra anualidad. Nos ofrecieron la corbata y así nomás, me regaló una.

Julio es de los amigos que se van a extrañar, porque era de los colegas con los que daba gusto convivir. Siempre que me ponga la corbata roja me voy a acordar de él con mucho cariño. Gracias Julio, que tengas un buen viaje a donde sea que te dirijas.

Dr. Gerardo Gamba

Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán e

Instituto de Investigaciones Biomédicas, UNAM