Escenario

Foo Fighters y el poder de simplemente tocar música y bailar

Parece simple para el público que se encuentra seguro en la oscuridad de la masa y el anonimato, criticar lo que sucede en el escenario; es ahí donde el amor por la música vence los prejuicios y solo quedan las palmas hacia el artista que lo da todo arriba: ¡Gracias Foo Fighters!

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OCESA / Liliana Estrada

Pasaron poco más de ocho años de aquel mítico concierto —al menos para quienes anoche lo recordamos con particular emoción y melancolía— en el que Foo Fighters se presentó por primera vez en solitario en el país arriba del escenario del Foro Sol.

En aquel entonces, Dave Grohl y familia se hicieron acompañar por Apolo y The National como las bandas teloneras; la formula no solo fue responsable sino efectiva: impulsar un proyecto local independiente/emergente y, por otro lado, traer a una banda extranjera con poca cercanía al país; dos propuestas llenas de calidad.

Aquella visita nos valió que The National no tardara demasiado en confirmar su primer concierto en solitario en el país cuatro años después (enero, 2018) en el Pepsi Center; quienes desde entonces han cosechado una legión de seguidores gracias también a sus participaciones en festivales mexicanos.

Para quienes ahora acostumbran asistir a conciertos como a bares en viernes de quincena, deben saber que hubo una época en que las cosas eran distintas…

En la última década, México se ha convertido en la gansa de los huevos de oro para la industria musical (entre otras), con un público ávido consumidor de prácticamente todo lo que le pongan en frente, y —con todo y alza en el precio de la gasolina y la canasta básica— dispuesto a invertir considerables cantidades de dinero en conciertos, mercancía y cualquier souvenir de sus artistas favoritos —algo así como las grupies de los años sesentas que acosaban a sus músicos favoritos hasta al baño; para más referencias pregúntenle a Chela Lora—.

Sin embargo, en años pasados no era tan común ver a artistas extranjeros con frecuencia en nuestro país; basta con preguntar a aquellos que vivieron esos primeros encuentros con bandas como The Rolling Stones, Pixies, The Cure, Oasis o Soda Stereo, para entender lo valioso que es, para algunos, ese primer momento con proyectos que son importantes o sabes que lo serán —al menos en tu vida—.

LA FÓRMULA: KILLS BIRDS Y THE WARNING

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Así que, siguiendo la misma fórmula, el regreso de Foo Fighters no pudo ser menos ad hoc. Arrancó el evento durante la tarde-noche de un martes de quincena, lluvioso, frío (pese a estar a días de entrar la primavera) y con muchas expectativas por el concierto.

Kills Birds fueron los primeros en subir; para quienes no los conocían hasta ese momento, se trata del trío estadounidense ‘emergente’ apadrinado por Dave Grohl, que aunque no me parecen “los sucesores de Nirvana”, definitivamente tienen potencial para convertirse en un proyecto con una buena base de seguidores en nuestro país.

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Pero quienes se llevaron probablemente el mayor gesto de sorpresa fue el trío mexicano The Warning; quienes también han captado la atención del público y la prensa, tras presentarse en el escenario de la Carpa Intolerante del Vive Latino hace dos años. Aunque el nivel de energía y potencia de su música y líricas es impresionante, parece seguir siendo tema de asombro por el simple hecho de ser mujeres —algo que solo el tiempo hará cambiar o eso espero—.

Conforme pasaron las horas y como era de esperarse, el número de asistentes comenzó a aumentar y pronto fue evidente cuánto ha crecido el público adepto a Foo Fighters, con un número notablemente mayor de asistentes que el de aquel diciembre del 2013, en el que ofrecieron uno de los mejores conciertos de ese año, frente a un puñado de personas que nos encontrábamos en un Foro Sol algo vacío; pero ahora no fue el caso.

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Aunque no puedo asegurar que todos hayan ido a disfrutar con la misma emoción —sería ingenuo no considerar el modo en que la pandemia y los conflictos políticos y sociales que atañen al mundo y a nuestro país, influyen en el público— confío en que la mayoría de los asistentes que no fueron exclusiva o primordialmente por la banda estelar, lo hicieron motivados por la necesidad de “desconectarse” por un momento y simplemente disfrutar de la música y lo catártico que puede ser un concierto; en ambos casos, Foo Fighters demostraron ser ideales para el trabajo.

NO FUE NECESARIO SUBIRSE AL MAME

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En torno al actual conflicto entre Rusia y Ucrania, diversos artistas han proclamado, tanto arriba del escenario como a través de redes, su postura al respecto en la aparente búsqueda por generar conciencia civil y humanitaria —sobre todo incentivando donaciones para el financiamiento de tropas ucranianas—.

No obstante, ¿la música puede simplemente ser… sin la forzosa connotación política / social / espiritual / simbólica? Depende quien (público/prensa) pregunte y quien (artista) responda.

Si las leyes morales de lo políticamente correcto me lo permiten, fue muy placentero que anoche no se tratara de todo lo que hay afuera, sino de lo que la música genera al interior de las personas.

UNA FIESTA SIN FIN...

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Como si fuéramos invitados especiales a la fiesta de Foo Fighters, Grohl fue el anfitrión principal, con quien hicimos un recorrido por sus temas más icónicos y antiguos, desde los usualmente tocados “The pretender”, “Best of you”, “Learn to fly”, “My hero” o la infaltable “Everlong”, hasta una que otra sorpresa que tenía mucho tiempo sin sonar en vivo o que ya cuenta con canas blancas sobre sus notas, como el caso de “Wheels” o “Aurora” y “Monkey wrench”.

Y como en cada fiesta, ya entrados en copas (canciones), no faltaron las complacencias para los propios anfitriones, a través de interpretaciones divertidas de temas como “Somebody to love” en la voz de Taylor Hawkins, que era rescatado por las coristas que lograban empatar mejor con las notas de nuestro inigualable Freddie Mercury.

Momentos antes, en la misma línea, Grohl invitó a sacar los pasos disco con “You should be dancing”, aprovechando que tenían el tema fresco, gracias al proyecto Dee Gees, con el que precisamente coverean canciones de Bee Gees —solo porque quieren y pueden—.

Porque Foo Fighters es justamente el tipo de banda que sube a un escenario principalmente para divertirse y compartir su pasión por tocar música, sin importar que sea de ellos o no.

Por muy innecesario que resultara para algunos asistentes el que decidieran alargar algunos temas, porque lejos de “comer tiempo para tocar menos”, como algunas veces sí parece suceder (cof, cof, Caifanes), esos puentes musicales nos entregaron extraordinarios solos de guitarra, batería y bajo —más allá de los realizados por cada músico cuando Grohl los presentó casi al término del concierto—.

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Fue, a mi parecer, la oportunidad de demostrar que no son músicos que suelan entregar lo mismo en cada presentación, hay un esfuerzo por crear un show lleno de energía, incluyendo los chascarrillos de nuestro forever young Dave o las tonterías que suele protagonizar también su partner de travesuras, Taylor Hawkins cuando decide cederle el asiento de la batería.

Por ello, a diferencia de aquel primer concierto solitario en México que fue simplemente increíble, ahora echaron la casa por la ventana con una producción que no solo superó la cantidad de músicos o iluminación, sino también la calidad sonora, arreglos y la entrega arriba del escenario, tocando canciones continuas que fueron testigo de la destreza y virtuosismo que les ha engendrado a Grohl, Hawkins, Pat Smear, Nate Mendel, Chris Shiflett y Rami Jaffee, las casi tres décadas (o más) de experiencia musical.