Escenario

‘La huérfana: el origen’: La misma protagonista, la misma historia, pero con un toque de magia final

CORTE Y QUEDA. Esta continuación-secuela termina por consagrar a Isabelle Fuhrman con este personaje, a la vez de consolidarla cada vez más como una de las nuevas actrices psicotrónicas de este milenio

cine

Isabelle Fuhrman regresa al papel que la hizo famosa.

Isabelle Fuhrman regresa al papel que la hizo famosa.

CORTESÍA Steve Ackerman

En 2009, llegó a pantallas La huérfana (Orphan) filme de horror dirigido por el barcelonés Jaume Collet-Serra el cual, partiendo de la premisa propia del subgénero de niños malignos que mienten y asesinan aprovechando su condición de menores inocentes, ofrecía un sorprendente (y escalofriante) giro argumental, inspirado en la historia real de Barbora Skrlova. La película sería exitosa, y su protagonista Isabelle Fuhrman, sería considerada en adelante como un ícono de terror al interpretar a la siniestra y retorcida Esther Albright.

Trece años después, de forma un tanto inesperada, el personaje interpretado por Fuhrman regresa de nuevo a la pantalla grande, protagonizando La huérfana: el origen (Orphan: First Kill), donde se narran los sucesos anteriores a la llegada de la protagonista al seno de la familia Coleman. Con un guión de David Coggeshall; con William Brent Bell (El niño, 2016) ocupando la silla de director en lugar de Collet-Serra; y contando con una niña quien funge como doble de cuerpo para Isabelle en ciertas escenas (porque la otrora actriz infantil ahora tiene 25 años), esta precuela sigue los pasos del personaje desde su confinamiento en el Instituto mental Saarne, justo al momento que decide escaparse aprovechando la llegada de Anna Troyev (Gwendolyn Collins), una nueva y novata terapeuta.

Tras conseguir fugarse (dejando un par de cadáveres en el camino), Leena Klammer -su verdadero nombre e identidad- hace una búsqueda por Internet de niñas extraviadas recientemente en los Estados Unidos, hasta encontrar una quien se parezca físicamente a ella, la cual resulta ser nada menos que Esther, hija del matrimonio Albright conformado por Tricia (Julia Stiles) y Allen (Rossif Sutherland), y hermana de Gunnar (Matthew Finlan).

El filme preserva la esencia del primer filme.

El filme preserva la esencia del primer filme.

CORTESÍA Steve Ackerman

Leena se hace pasar por la menor desaparecida, y contacta a las autoridades para que le ayuden a regresar a “su” casa. Tricia es a su vez contactada por las autoridades y -especialmente sorprendida y escéptica- viaja a Rusia para ir por su “hija”. Tras el “reencuentro” ambas emprenden juntas el camino de regreso a los Estados Unidos para reunirse con el resto de la familia.

La falsa Esther argumenta no poder recordar mucho de lo ocurrido durante el tiempo que estuvo desaparecida. La psiquiatra responsable de evaluarla y casi todos se tragan la historia, excepto por Tricia, la cual sospecha de ella cuando su supuesta hija no recuerda eventos importantes previos a su “rapto”, y porque muestra una conducta distinta. Otro quien también tiene suspicacias hacia ella es el detective Donnan (Hiro Kanagawa), investigador del caso de Esther por años, quien encuentra extraño que haya aparecido de la nada casi mágicamente.

Durante su primera hora, la cinta calca (de manera rutinaria y desangelada) algunas las situaciones vistas en la entrega anterior, con Esther mintiendo, manipulando, amedrentando a aquellos quienes puedan ser amenazas potenciales o asesinando a quienes estén cerca de descubrir su verdad. Hasta ese punto, parecía difícil que la obra pudiera mostrar algo novedoso, porque el gran secreto del personaje fue revelado mucho antes, en el largometraje anterior, y no podría funcionar de nuevo aquí. Es decir, no se podía usar el mismo truco dos veces.

Sin llegar a ser mejor que su primer filme, mantiene la tensión hasta el final.

Sin llegar a ser mejor que su primer filme, mantiene la tensión hasta el final.

CORTESÍA Steve Ackerman

Sin embargo, y consciente de ello, el argumento de Coggeshall consigue sacar un as de debajo de la manga, e introduce un Plot Twist en relación a lo realmente ocurrido con la verdadera Esther. A partir de esta sorpresiva revelación, la dinámica del filme cambia enormemente, y la protagonista se encuentra súbitamente en una posición vulnerable, atrapada dentro de su propia mentira, y pasa de ser victimaria a convertirse en posible víctima, dando pie a una lucha de poder y un juego del gato y el ratón donde (aunque se sabe el resultado de antemano) solo el más apto -o despiadado- podrá salir con vida. Y ello se define en un descabellado, apoteósico y brutal desenlace, no exento de cierto humor por momentos intencionado, y en otros meramente involuntario.

Y eso termina salvando de la quema a La huérfana: el origen, que aunque está lejos de ser superior a la original (y resulta menos impactante) y tener notorios problemas de ritmo y edición, sale avante del reto principal de solo llenar los espacios vacíos en lo planteado en la primera entrega, contando además con la desventaja de deber narrar una historia de la cual ya se conoce el resultado de antemano. Y consigue hacerlo de una forma que –a pesar de replicar la misma estructura de su predecesora- resulta un tanto novedosa, y logra (de nuevo) atrapar la atención del espectador, tenerlo en tensión y entretenerlo hasta el último minuto.

Finalmente, esta continuación-secuela termina por consagrar a Isabelle Fuhrman con este personaje, a la vez de consolidarla cada vez más como una de las nuevas actrices psicotrónicas de este milenio.

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