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‘El imperio de la luz’: Las salas de cine como el lugar donde no hay diferencias raciales o de género

CORTE Y QUEDA. Luego de formar parte de la última temporada de premios con un peso discreto, el nuevo filme de Sam Mendes llegó a la plataforma de Star+

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Fotograma de 'El imperio de la luz'.

Fotograma de 'El imperio de la luz'.

CORTESIA

El cine ha funcionado como una forma de exorcizar fantasmas del pasado mediante este arte que tanto ha apasionado a los directores. La línea de lo personal con lo artístico no es tan sencilla de cruzar pero ciertamente ha dado resultados interesantes como 8 ½ o La dolce vita de Federico Fellini y su alter ego Marcelo Mastroianni, o el díptico íntimo de Alejandro Jodorowsky, La danza de la realidad y Poesía sin fin, hasta filmes más recientes como Los Fabelmans de Steven Spielberg e incluso Bardo: Falsa crónica de unas cuantas verdades del mexicano Alejandro G. Iñárritu.

Ante esta reciente tendencia un tanto terapéutica por parte de estos directores, el ganador del Oscar, Sam Mendes, no se quedó atrás y trae un espectáculo visualmente bello acerca de sus memorias personales que toca los espectros de las enfermedades mentales, el racismo y la magia del cine como una fuerza unificados en su más reciente filme: El imperio de la luz. Aquí, el británico nos traslada a principios de la década de los 80, enfocándose en la relación de dos parias sociales, Hilary (Olivia Colman), una esquizofrénica que trabaja en una sala de cine y el nuevo empleado de la misma, Stephen (Micheal Ward), usualmente rechazado por su color de piel.

Las cualidades técnicas en este El imperio de la luz de Mendes tienen cosas muy destacadas como la fotografía de Roger Deakins, que con su ojo demuestra nuevamente una cualidad para el montaje donde la luz y los colores son los adecuados para una época tumultuosa en medio del régimen estricto de la “Dama de Hierro”, Margaret Thatcher. Curiosamente, la virtud del dúo entre el cineasta y el fotógrafo es llenar de luz y esperanza un ambiente que, a todas luces, pareciera ser todo lo contrario. Ese es uno de los méritos que le valió una nueva nominación al Premio de la Academia al maestro Deakins en la quinta colaboración al lado del director.

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AJ Navarro
Fotograma de 'El imperio de la luz'.

La recreación (o más bien remodelación) del gran palacio del séptimo arte conocido como Dreamland en Margate sirve como el perfecto escenario para un guión enteramente trabajado por Mendes, además de ser también un bello homenaje a la memoria del cineasta y sus primeras andanzas, algo que no ha ocultado al hablar del proyecto. Incluso, el personaje de Olivia Colman está basado en los recuerdos que tiene de su madre, que también padeció una enfermedad mental que lo marcó de por vida.

La historia, sin embargo, no logra concretar las diferentes ideas que plantea. Por momentos, las pretensiones de Mendes abarcan desde las cuestiones del género que determinan las circunstancias con las que se enfrenta una estas cuestiones de salud mental, poniendo a Hilary en una posición de sumisión sin opción a salir de ella. Por otra parte, está la cuestión ultra derechista del contexto social que afecta a Stephen, cuya única solución que le queda es trabajar en este cine, un lugar que se erige como el santuario donde nada de estos problemas importan.

Entre ellos se desata un romance particular entre dos personas incomprendidas que tienen que enfrentar estas adversidades. Ese es uno de los puntos flojos del filme, pues la relación tanto amistosa como amorosa no termina por encajar. Por otro lado, las dos historias tienen cierto foco de atención nostálgico, siendo la historia de Hilary y una Colman que demuestra ser una talentosa actriz dramática una vez más, la que se desenvuelve de mejor forma, aunque queda a la deriva las cuestiones de la salud mental que padece y las posibles soluciones más allá del medicamento.

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Asimismo, los problemas sociales como el racismo no son ahondados con la debida profundidad, mostrando sólo guiños de una cara de los británicos que no suele ser tan referida. Si bien el contexto histórico juega un papel importante (nótese el estreno de la cinta Carros de fuego), de repente funge como un mero pretexto en el cual no vemos las dos caras de la situación. Eso sí se aplaude que Mendes lo presente en un contexto actual donde el Brexit y la intolerancia a los emigrantes puede encontrar un eco con el relato de Stephen, a quien el joven Ward dota de una buena inocencia pero también carácter.

A pesar de ello, es el cine llamado Empire (o Imperio en español) el punto de encuentro no sólo de ellos, sino de los demás personajes que adornan el relato. Destaca el rol de Toby Jones como el proteccionista, que habla acerca de la magia de la luz en medio de la sala oscura y la belleza de la misma. Y ese mensaje es, tal vez, el más importante del filme de Mendes. Y es que, con todas las diferencias, los problemas de las razas y géneros, la sala de cine es el punto de encuentro de todos estos extraños que crean una conexión y dejan todo de lado ante la magia del imperio de la luz.

Es irónico que, siendo éste uno de los reforzados puntos del filme, que la cinta en México no haya encontrado su lugar en las salas para llegar directamente al servicio de streaming Star+, evitando esa sensación de comunidad en una sala oscura donde todo se desvanece ante la primer imagen en la pantalla y el milagro de un pequeño rayo de luz es capaz de iluminar la oscuridad no sólo de ese lugar íntimo, sino de los problemas sociales, laborales o psicológicos que uno puede tener. Aún con esas irregularidades en su relato y un ritmo que no le ayuda a ratos, es ese pequeño recordatorio el que resuena.

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