‘Juego perfecto’: El blofeo cinematográfico de Russell Crowe
CORTE Y QUEDA. Al final es evidente que el actor se mintió a sí mismo cartas para revelar que realmente nunca tuvo una baraja ganadora, ni nada novedoso o medianamente interesante para contar
cine
A lo largo de su carrera, el actor australiano -aunque de origen neozelandés- Russell Crowe ha desempeñado papeles importantes (algunos incluso emblemáticos) en el cine hollywoodense, en filmes como Gladiador (Scott, 2000); Una mente brillante (Howard, 2001); Los Miserables (Hooper, 2012); Noé (Aronofsky, 2014); Dos tipos peligrosos (Black, 2016) y recientemente en Thor: amor y trueno (2022).
Además de su carrera actoral, Crowe ha incursionado en otros terrenos artísticos: cantante, compositor, e incluso cineasta. En este último rubro, en 2014 dirigió (y protagonizó) su ópera prima Promesa de vida (The Water Diviner), la cual tuvo una recepción aceptable. Y en 2022, lo ha vuelto a intentar con un nuevo largometraje intitulado Juego Perfecto (Poker Face).
En su segundo intento como director, narra la historia de Jake Foley (Crowe), un jugador de cartas quién se ha convertido en un opulento empresario al desarrollar un exitoso software para jugar poker online. Se ha casado dos veces, y es padre de una adolescente llamada Rebecca (Molly Grace). Jake además mantiene un caro pasatiempo: adquiere costosas obras de pintores famosos, y las integra a su invaluable colección personal.
Un día, recibe una mala noticia, y a partir de ello toma varias decisiones importantes. Una de ellas es invitar a sus amigos de la infancia a una mansión suya, ubicada en un lugar apartado de Australia, con el pretexto de reunirse tras un tiempo de no verse. Ya instalados en ese lugar Foley les propone pasar una velada agradable, bebiendo y jugando una partida amistosa de póker, proporcionando a cada uno de ellos una suma millonaria para emplearla en las apuestas, y ello promete que el ganador saldrá de allí con una cantidad estratosférica de dinero.
Pero (casi) ninguno de sus invitados sabe, que la reunión organizada cuidadosamente por Jake oculta otros propósitos, y esa en apariencia tranquila noche de juego, pronto se convertirá en una odisea tortuosa, de revelaciones y confrontaciones. Y las cosas se pondrán aún más intensas con la imprevista llegada al lugar de varios visitantes, los cuales no estaban contemplados en los planes originales del anfitrión.
Desde su tráiler, Juego perfecto mostraba algo que parecía combinar películas sobre apuestas con taimados y calculadores jugadores de cartas al estilo de 21 blackjack (Luketic, 2008) o El contador de cartas (Schrader, 2021); fusionado con el subgénero de home invasion / cuartos de seguridad al estilo de La habitación del pánico (Fincher, 2002) o Panic Room (G.M. Whiting, 2016). Y justo allí podría decirse que da inicio el blofeo cinematográfico de Rusell Crowe, porque el rumbo y modo de esta producción va cambiando de forma indiscriminada y desparpajada conforme va avanzando.
Arranca con una secuencia -a modo de flashback- calcada de Cuenta conmigo (Reiner, 1986) y otros coming-of-age análogos, luego pasa por el terreno de las producciones sobre enfermos desahuciados quienes intentan dejar sus asuntos en orden previo a su muerte, como Mi vida sin mí (Coixet, 2003) o Antes de partir (Reiner, 2007); de ahí muta a lo que parece una sofisticada y retorcida venganza al estilo de El menú (Mylod, 2022)... y así continúa durante 90 minutos, dando saltos entre diversos géneros, insertando entre cada uno frases pretendidamente filosóficas y elevadas (un ejemplo, su comparación de la vida con una partida de cartas).
En resumen: Crowe y su guionista Stephen M. Coates, se la pasan juntando retazos de lugares comunes en la cinematografía contemporánea -principalmente, de la estadounidense- tratando de armar con ello una mano ganadora lo cual, a final de cuentas, no consigue.
Hay varias razones para ello: la primera es la forma como estos géneros y referencias son abordados en el filme, la cual peca de superficial y poco inspirada. Cada una de estas incursiones en sustancia tampoco le aporta mucho a la historia, y para rematar el gran total de las escenas se hallan pésimamente ejecutadas y peor actuadas. De hecho, para ser algo dirigido por un histrión, la dirección de actores brilla por su ausencia, y parece haber sido un as que fue sencillamente eliminado del mazo.
En ese tenor, dichos géneros y referencias están insertos de forma incoherente, disminuyendo y dispersando la poca credibilidad e intensidad que la historia pudiese tener, haciéndolo risible por momentos, sobre todo en su anticlimático desenlace. Aferrándose por tener un largometraje multigenérico y camaleónico, Crowe y compañía terminan por ofrecer un relato voluble y mediocre, sin un rumbo claro y lleno de subtramas las cuales, en su accidentada conclusión sencillamente se olvidan o se dejan a la deriva.
Pero sobre todo, da la impresión de que, o bien sus guionistas se dieron cuenta de que la anécdota a relatar era mínima, y decidieron añadirle al guión distintas situaciones sin ton ni son con el mero propósito de hacer crecer y alargar la historia; o bien nunca pudieron ponerse de acuerdo en cual historia contenida en su baraja, era la que iban a contar. O quizás fue un poco de ambos.
La cinta es un retroceso notable en la carrera de Crowe como realizador. Y para colmo; resulta una obra egocéntrica a un nivel tan exagerado, a grado tal que recuerda mucho ese capítulo de Los Simpson cuando el señor Burns decide producir una película sobre su propia efigie, obteniendo algo absurdo y pretencioso. Algo similar ocurre aquí, con un personaje mesiánico buscando redención, y la única a la cual le parece posible acceder, es a través de la vía financiera.
Al final de este desastre llamado Juego perfecto (que de esto último no tiene nada), es evidente que Crowe se la pasó blofeando durante hora y media para, al final, revelar que realmente nunca tuvo una baraja ganadora, ni nada novedoso o medianamente interesante para contar. Y su partida de poker cinematográfica resultó ser un simple juego de solitario el cual irónicamente, terminó perdiendo.