‘Llaman a la puerta’: Minimalismo que termina por devenir en simpleza
CORTE Y QUEDA. El más reciente filme de M. Night Shyamalan no puede salvarse por completo, quedando como un tropiezo más (entre varios) de su carrera
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Mientras se encuentran pasando un tiempo de descanso juntos, la pareja homoparental conformada por Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge) así como su pequeña hija adoptiva Wen (Kristen Cui), reciben la inesperada visita de cuatro desconocidos, encabezados por el corpulento Leonard (Dave Bautista), quienes entran a su hogar a la fuerza, los someten y atan de pies y manos en sillas.
Aunque vienen armados con instrumentos poco usuales los cuales les hacen lucir peligrosos, Leonard y los otros intrusos afirman no pretender hacerles daño a ninguno de los habitantes de la casa, pero en cambio les hacen una insólita e imperativa petición: alguno de los integrantes de la feliz familia debe ofrendar su vida en sacrificio de modo voluntario, ya que de no hacerlo, una hecatombe global se cernirá sobre el resto de la humanidad, llevándola a su extinción.
En principio, Andrew y Eric toman la petición de los extraños como una locura, y creen lidiar con un grupo de fanáticos religiosos y chiflados. Pero cuando sus captores ejecutan un acto espeluznante frente a ellos, y posteriormente les muestran que dicha acción ha propiciado un desastre cataclísmico, uno de los cautivos comienza a pensar en la veracidad detrás de los aparentes delirios de esas personas.
Un año antes del estallido de la pandemia de COVID-19, el escritor estadounidense Paul Tremblay recibió el afamado premio literario Bram Stoker por su novela editada en 2018, The cabin at the end of the world, la cual es el punto de partida de Llaman a la puerta (Knock at the cabin, EU, 2023), el nuevo largometraje del cineasta de origen hindú M. Night Shyamalan (La dama en el agua, Señales, La aldea, El sexto sentido), donde combina el subgénero del home invasion con las películas de corte apocalíptico, e incluye a unos protagonistas quienes luchan denodadamente para evitarlo. Solo que aquí, los métodos empleados por ellos no son nada convencionales.
Shyamalan desarrolla su argumento en una cabaña ubicada en una zona boscosa, en apariencia alejada de la civilización, y tiene lugar prácticamente solo en el interior y las inmediaciones de dicha casa, acrecentando así el sentido de claustrofobia y aislamiento del mundo, creando la atmósfera propicia para su relato.
La selección un reducido cuadro de actores también resulta acertada, armando un pack memorable destacando de entre ellos Dave Bautista, quien interpreta a un personaje el cual debe lidiar con una situación que le supera e intenta mantener un liderazgo pero, y a pesar de su impresionante físico y apariencia por momentos intimidante, también se muestra amable, sensible, empático e incluso un tanto vulnerable por momentos, plasmando escenas memorables como su primer encuentro con Wen, homenaje a la famosa secuencia del Frankenstein (EU, 1931) de James Whale, cuando la criatura se topa con una menor en una zona boscosa a orillas de un río. Sin duda, uno de los varios guiños cinéfilos incluidos por el realizador en esta cinta.
Mención aparte merece también la actuación de un irreconocible (positivamente hablando) Rupert Grint, con una fugaz aparición como Redmond, un hombre de pasado turbulento quien está luchando por redimirse.
Su compacto cuadro estelar es además diverso e incluyente, pero no por meras cuestiones de cuota. Da la impresión de que el cineasta intentase condensar a través de ellos un grupo lo más representativo posible no solo de razas o preferencias sexuales, sino también de personalidades, profesiones, actitudes y funciones sociales, como si tratase de concebir un microcosmos de la sociedad estadounidense actual, y en menor medida, de la humanidad misma. Y en ese punto, la equivalencia establecida entre el cuarteto de extraños con la figura bíblica de los cuatro jinetes del Apocalípsis, funciona bien.
Aunque técnicamente es muy lograda y los dilemas morales que su protagonistas afrontan resultan interesantes, donde Llaman a la puerta cojea notablemente, es en la forma como M. Night Shyamalan elabora en pantalla el guión adaptado por él mismo, con la colaboración de Steve Desmond y Michael Sherman el cual, tratando de mantener ese espíritu minimalista, termina siendo demasiado simple en su desarrollo.
Si bien durante los primeros minutos consigue sacarle partido al juego de incertidumbre (reforzado en el espectador con la ayuda de los actores y sus diálogos), la efectividad de dicho juego se va agotando y se vuelve reiterativo conforme la trama avanza, ya que el cineasta no es capaz de mantener la tensión inicial, y no encuentra resortes efectivos para impulsarla o potenciarla. Incluso desperdicia subtramas las cuales pudo haber utilizado para crear mayor tensión y dimensión en su narración, como por ejemplo, cuando uno de los prisioneros reconoce en Redmond a un posible agresor de su pasado, movido por la homofobia al momento de atacar, y por ello sospecha que están siendo víctimas de un crimen de odio.
Shyamalan, siempre es proclive a las sobre explicaciones en sus relatos. Aquí hace justo lo contrario; le quita complejidad, dosifica en exceso la información, y deja demasiados elementos sin detallar, algunos de los cuales valía la pena profundizar un poco más. E incluso la famosa “vuelta de tuerca” que ha sido un sello narrativo característico de su cine, aquí no resulta sorpresiva, y ello conduce a un final no solo anticlimático, sino hasta predecible.
Y en relación a ese desenlace, hubiese sido más atractivo ver lo ocurrido si el cineasta, en lugar de quedarse con la conclusión más espectacular -pero convencional-, hubiese optado por otra más arriesgada y transgresora, pero mucho más devastadora y eficaz. Tratando de salvar al mundo y dar de paso un mensaje esperanzador, el filme no puede salvarse por completo, quedando como un tropiezo más (entre varios) de su carrera. Una pena, porque realmente la historia y sus personajes no tenían desperdicio.