La música y el cine tienen una hermandad implícita. Por ello, no es raro que de vez en cuando fluyan a la par de proyectos que pueden ser ambiciosos, que otorgan satisfactorios resultados o visiones un tanto experimentales cuya narrativa es un caos. Hace diez años, una de las bandas más populares del mundo, Metallica, decidió meterse en el mundo del séptimo arte a través de un concierto que se apoyaba con la historia demencial de un roadie en busca de conseguir una misión encomendada por la banda en medio de lo que, aparentemente, era una batalla en el fin del mundo.
Ese proyecto, llamado Through the never, fue proyectado por primera vez en 27 de septiembre de 2013, fecha del 27mo aniversario luctuoso de Cliff Burton, ex bajista de la banda. El filme era algo especial que se viviría en 3D exclusivamente en un par de salas de este formato para maximizar el sonido y la experiencia de los fanáticos de esta banda que llenaron las proyecciones en la Ciudad de la Esperanza, antes de ser rebautizada como CDMX.
El año era 2013 y quien escribe estaba en la brecha de entrar al ‘tercer piso’ y el país estaba en plena transición del ‘Calderonismo’ y la guerra contra el narco al regreso del PRI en el poder ejecutivo en manos de Enrique Peña Nieto. Barack Obama había visitado el país, Angela Merkel se consolidaba como la Dama de Hierro alemana, mientras que Mandela y Hugo Chávez encontraban su lecho de muerte, así como por primera vez teníamos un Papa latinoamericano en Francisco.
En la música, Robin Thicke volvía loco al mundo con sus “Blurred lines” al lado de Pharrell Williams, que también haría equipo con Daft Punk para poner a bailar a todos a ritmo de “Get Lucky”. En medio de un panorama donde la agrupación de Lars Ulrich, James Hetfield, Kirk Hammett y el más nuevo integrante, Robert Trujillo, no tenía pensado lanzar nada después del Death Magnetic del 2008, la banda decidió enfrentarse al monstruo del séptimo arte, uno que ya habían domado anteriormente con otra obra mucho más personal, un documental que expuso los problemas entre los integrantes y el terrible alcoholismo de su vocalista en Some Kind of Monster (2004), un año después del lanzamiento del que es considerado uno de los peores discos de Metallica, St. Anger.
Más allá de esos líos, uno puede amar y odiar a este cuarteto a la vez. Si bien el exorcismo de sus demonios más íntimos había marcado a los fans al ver una faceta de los ídolos que no conocían, la fe por Metallica y sus ‘trues’ siguió, haciéndolos llenar tres noches en el Foro Sol en su reencuentro con todos los fans en el 2009. Sin embargo, las noticias no eran alentadoras hacia un futuro. Un servidor esperaba lo peor, el anuncio de su separación inminente o el retiro. Pero al anunciar este experimento, la sensación de alegría no se pudo contener pues eran señales de esperanza. Y qué mejor experiencia que combinar la pasión del cine con los guitarrazos y líricas de la banda en ese evento que prometía ser espectacular.
La noche esperada llegaba y los fans estaban ahí, sentados en la sala o haciendo fila para ingresar a la sala IMAX, ya fuera en Perisur o Universidad, para tener un reencuentro con las melodías pegajosas y clásicas de Metallica. El añadido de Nimrod Antal como director daba una sensación, para aquellos fans del cine, de interés profundo en lo que haría visualmente a través de las canciones de Hetfield, Hammett y Urlich, compositores de cabecera de la agrupación. Y cómo no esperar algo magnífico, si los antecedentes en el cine de acción y ciencia ficción eran bastante buenos. La emoción se sentía en la sala, que esperaba los primeros sonidos de “The Ecstasy of Gold” de Ennio Morricone para saber que el show estaba a punto de comenzar.
Antes de seguir, habría que hacer un paréntesis para explicar una parte del porqué está experiencia es tan importante para el que escribe. Primero, unir dos de las pasiones más grandes que uno tiene, la música con el séptimo arte, era algo que no me había tocado de esa manera. Si bien Michael Jackson hizo lo propio con su Ghosts en los 90 o U2 con el Rattle and hum a finales de los 80 e incluso los documentales musicales de los Talking Heads: Stop Making Sense hasta las óperas rock de The Who como Quadrophenia o Tommy, la experiencia se había escapado de las manos de ese joven adulto de poder disfrutar ese choque de dos mundos.
Después, vendría la experiencia por si misma. Si bien Through the never era un concierto con partes surrealistas de violencia y ficción por fuera guiados por la simpleza de un ‘macguffin’, la oportunidad de escuchar nuevamente un concierto de Metallica era única. El no poder asistir a esas noches mágicas del Foro Sol que quedaron inmortalizadas en un excelente DVD, la espina seguía clavada ahí, en lo más profundo de mi ser. Este reencuentro tenía que ser definitivo, un pretexto para seguir creyendo en la banda después de la brutalidad de su documental que me hizo creer que dejarían de tocar en cualquier momento. Este espectáculo significaba volver de alguna manera a mis tiempos mozos donde las sillas volaban y el rock triunfaba a pesar de todo.
Seamos honestos. La cinta terminó siendo un caos argumental sostenido en mayor parte por el espectáculo en vivo grabado que daba mayor sustento al espectáculo de cine. Pero en una opinión impopular, debo decir que la ‘no historia’ del roadie Trip (el entonces joven estrella en ascenso Dane DeHaan) fue la que conectó conmigo y existe un gran porqué: soy un tonto que cree en las oportunidades de redención así como en la pasión de un fanático que hará lo que sea por su ídolo. En ese entonces, me sobraba pasión y actitud ante un panorama de un nuevo nivel de vida que a todas luces no entendía. De alguna extraña manera, por hora y media me convertí en Trip, pensando en pelear contra el mundo, mi edad y mis miedos, a bordo de un caballo poseído en medio de un motín escuchando “Hit the lights”, “Cyanide” o “Wherever I may roam”, creyendo que podría comerme al mundo.
De la película, ver a los cuatro miembros como si fueran un equipo enfrentándose a ese escenario vivo que los rodeaba, presentándole un show de primera a todos los presentes era ya lo suficientemente bueno para la noche. Y a pesar de la locura desatada sin pies ni cabeza en el relato de DeHaan, fue esa capacidad de querer vivir esa alocada aventura con él y Metallica lo que me regresó a mis años mozos, donde el Black Album era una sensación, cuando nadie dejaba de cantar “The Unforgiven”, de hacer headbanging con “Enter Sandman” o incluso cantarle con dolor a aquel amor perdido de secundaria en “Nothing else matters”. Todo eso ante una calidad visual que Antal, el cineasta, imprimió a esas secuencias surreales que aunque no tenían nada que ver, daban una grata sensación de locura contagiosa, como estar en ácidos mientras cada guitarrazo daba.
Aunque Through the never es considerado un punto muy bajo por muchos fanáticos de Metallica, he de confesar que para un servidor no lo fue. En esa experiencia, en ver a la sala de cine mover la cabeza, simular que tocaban la batería con sus asientos o incluso, como no, encontrar a un amor platónico en la sala en una chica solitaria vestida con playera de la banda, es algo que no se me olvidará jamás pues no sólo demuestra la sinergia que la hermandad entre la música y el cine tienen, sino, para uno, el poder de renacer constantemente de las cenizas en busca de una redención que aún no alcanzan pero que siguen luchando por encontrar.
Este bello recuerdo vino a mi mente porque, en unos días (para ser exactos el jueves 13 de abril), Metallica hará otro evento en cines de todo el mundo en donde sus seguidores podrán disfrutar del lanzamiento de su nuevo material llamado 72 Seasons, en una sola noche de escucha exclusiva de este álbum, mostrando que esa conexión que funciona como un motor para seguir adelante, les da aún las fuerzas suficientes para vencer al amenazante monstruo del 2004, encontrando cabida en cines hace diez años, atravesando la nada y culminando con un sentido homenaje a Cliff Burton al entonar Orion durante los créditos finales. No hay nada más Metallica que eso.
Copyright © 2023 La Crónica de Hoy .