Escenario

‘Valentina o la serenidad’: Una sensible historia sobre la inocencia y la aceptación de la muerte

CORTE Y QUEDA. El nuevo filme de Ángeles Cruz se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto hace unos días y formará parte del festival de Morelia

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Fotograma de ‘Valentina o la Serenidad’.

Fotograma de ‘Valentina o la serenidad’.

CORTESIA

La actriz, directora, guionista y productora Ángeles Cruz está de vuelta con su segundo largometraje, Valentina o la serenidad, que tuvo su estreno internacional en la sección Discovery dentro el marco del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF) la pasada semana y estrenará en México en el próximo Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), donde la artista continúa ahondando en las problemáticas y visiones de la vida en su comunidad de Villa Guadalupe Victoria, Oaxaca, esta vez a través de un relato de inocencia, muerte y madurez bastante emotivo.

Cruz toma algunas experiencias personales para alimentar el relato de Valentina (Danae Ahuja Aparicio), una niña de siete años que usa un trapo de la casa como capa para convertirse en una superheroína que tiene poderes sobre el viento, la tierra y los árboles. Pero un día, jugando con su mejor amigo, recibe una triste noticia: su padre ha fallecido en un accidente. Devastada, la pequeña tiene que lidiar con su ausencia en un viaje donde aprenderá a conciliar la muerte y cómo la vida sigue a pesar de las dolorosas pérdidas.

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Cruz aprovecha el paisaje del bosque para adentrarse en una travesía de transformación, duelo y crecimiento donde el escenario sirve para brindarle enseñanzas a esta pequeña, cuya imaginación y esperanza de ver de nuevo a su padre con vida así como la dura evasión de la verdad se convierten en un relato lleno de realismo mágico donde la naturaleza cobra vida, usando las estrellas, el río e incluso la madera quemada por un trueno como vías para la lección que la infante aprenderá, mostrándole el camino a Valentina mientras ella aprende a soltar.

La historia nace a partir de que la misma Ángeles se encontró con la muerte a la edad de 8 años, igualmente ante el fallecimiento de su padre. Ante su corta edad, la pérdida la dejó descolocada, generándole un silencio que no pudo compartir con nadie más que con su hermano menor. Ese es el principal motor del relato, pues a través de Valentina, Cruz exorciza esa vivencia dotándola de una mirada que intenta acomodarse ante las ausencias que tiene que encarar poco a poco en su vida.

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El miedo irracional que azota a los adultos y que muchas veces los carcome ante la inevitabilidad de la muerte es al que la pequeña Valentina planta cara. Es emotivo ver cómo esta niña lo confronta desde una perspectiva tan inocente mientras va adquiriendo una madurez inesperada. Es el arco de su acomodo y final asimilación de la muerte la que alimenta su fuerza y virtudes más potentes, llevándola a crecer y reconocer en la serenidad, esa facultad de calma en medio de la dificultad, un solaz que le muestra el camino de resguardar las memorias de quienes hemos perdido pues es así como perduran.

Ante la cámara, Cruz capta momentos donde podemos ver la mirada de Valentina, quien mira con atención la ropa de su padre pero también aquellas pequeñas cosas que la rodean. El paso de una hormiga, el tronco quemado o los sonidos producidos por el ruido le hablan, le muestran una mirada inocente, de una niña que por un momento no encuentra el camino ni el concilio ante el impacto de la situación. Poco a poco, la perspectiva de Valentina cambia ante la mirada del espectador, mientras ella abraza la vida y la muerte a través del vistazo inocente de Valentina. 

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El guión de Ángeles aprovecha todos estos factores íntimos para crear una ficción dramática que nos regala además una reconexión entre el ser humano y la naturaleza, relación que se convierte en uno de los refugios principales para Valentina mientras asimila que estará bien a pesar de la ausencia de su padre. Es esa sensación donde la niña encuentra poco a poco la voz de su padre queriéndole decir que todo estará bien, que la conexión es inquebrantable y trasciende la pérdida ante la serenidad del alma y su memoria, recalcando que la vía para contactarse entre él y la niña es mediante la lengua mixteca y el aprendizaje de la misma, siendo éste la base de su comunicación que además es un bello símbolo de la importancia de las raíces.

Existe una vulnerabilidad en la intimidad que Cruz usa en sus tomas. Es ahí donde Danae Ahuja Aparicio sostiene la cinta gracias a un gran trabajo actoral, su carisma y la capacidad de expresar las cosas a través de ese filtro de inocencia consciente. Es ella y su forma de enfrentar el luto, muy diferente a la de los adultos como su mamá (Myriam Blanco) y sus hermanos mayores, lo que conecta de forma emotiva con la audiencia. Se suma a ella la labor de Alexander Gadiel Mendoza, que interpreta a su mejor amigo con quien comparte este dilema, siendo un muy divertido patiño para las andanzas, travesuras y duros momentos de la protagonista.

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La fotografía de Carlos Correa se conjunta con la música de Alejandra Hernández y Rubén Luengas, miembros de la Orquesta Pasatono, para capturar no sólo la bella atmósfera natural del bosque mixteco que se convierte en otro fiel acompañante para Valentina, sino que ofrece una gama de sentimientos que conjuga muy bien la naturaleza mágica que rodea a la niña con la tradición cultural de este pueblo, otro de los puntos positivos del cine de Ángeles que también había mostrado en su anterior filme, Nudo mixteco (2021).

Valentina o la serenidad fue apoyada por el Apoyo a la Producción de cine para las Infancias así como por el Estímulo a la Creación Audiovisual en México y Centroamérica para Comunidades Indígenas y Afrodescendientes (ECAMC), logrando una historia que, a través de la juventud y la inocencia, nos enseña que la aceptación de la muerte puede llevarnos por un camino de autodescubrimiento y crecimiento inesperado, pues no hay mejor respuesta que la serenidad para encontrar paz en el alma de los que se quedan y decir adiós a los que se van.

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