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‘De vuelta al deseo’: Una cinta que vivirá del morbo del público

CORTE Y QUEDA. En cuya trama inexistente radica en ver los desnudos cuerpos de Simone Sussina y su plana actuación de modelo italiano y el doloroso tropezón de Magdalena Boczarksa 

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Fotograma del filme.

Fotograma del filme.

Cortesía

El erotismo es la sensación de un amor sensual exacerbado, una provocación del deseo que surge a partir de la imaginación, las fantasías de cada uno y algunas estimulaciones que usualmente son sensoriales. En el cine, ha estado presente desde los principios de su historia, regalándonos obras transgresoras de las convenciones sociales y cinematográficas e incluso mostrando el deseo sexual desde diversas perspectivas. Enfrentándose a la censura (el Código Hays en Hollywood por ejemplo) o generando siempre un debate interesante entre la delgada línea que puede separar este género de la pornografía, existen cintas representativas como Crash: Extraños Placeres (Cronenberg, 1996), El imperio de los sentidos (Oshima, 1976) o 9 ½ semanas (Lyne, 1986) que sentaron precedentes para la apertura del sexo en el séptimo arte.

Sin embargo, en tiempos recientes el cine erótico ha decaído de fea forma. Basta ver el ejemplo de la adaptación literaria de la trilogía 50 Sombras de Grey, donde las situaciones gráficas o medio explícitas contadas en la novela se quedan en un mal intento de soft porn barato de telenovela, o peor aún, algunos relatos que no tienen pies ni cabeza en donde, literalmente, cualquier pretexto absurdo y sin sentido es buena justificación para una escena sexual que vende por puro morbo o el físico de los protagonistas, como en la trilogía 365 días de Netflix, dirigida por el polaco Tomasz Mandes.

Este cineasta está de vuelta con otra cinta más de esta índole llamada De vuelta al deseo, en la que uno de sus actores preferidos, el siciliano Simone Sussina, vuelve al ruedo con todo y sus bíceps y su falta de playera en una historia que involucra un trío amoroso entre un hombre, Maks (Simone Sussina), una mujer madura llamada Olga (Magdalena Boczarska) y su hija Maja (Kataryna Sawczuk), que sirve como pretexto para que nuestro galán tenga secuencias de sexo dignas de las funciones de medianoche en el Canal Golden que no aportan nada a su relato.

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Una de las pretensiones nuevas de Mandes en este romance erótico es reafirmar la cuestión de que el amor no tiene edad. Si bien Olga es soltera, madura y exitosa, se enamora de alguien mucho más joven que ella, algo que puede desatar prejuicios de su familia medio conservadora y a los que se va a enfrentar. Sin embargo, las condiciones en cómo se da este encuentro con Maks y su aparente romance jamás son sólidas ni bien argumentadas, sintiéndose como una larga cita en Tinder que continuamente termina en sexo sólo porque sí.

El conflicto dramático que Mandes (quien hace un cameo en el filme) junto a Mojca Tirsen plantean en su guion es tan simplista que carece de lógica o sentido. Aunque el dilema aparente es la diferencia de edades o los mundos tan distintos a los cuales pertenecen ambos (él es un criminal de poca monta, ella es una juez consolidada), el trío amoroso se siente más como un pancho de una adolescente sin pies ni cabeza que, además, detona a partir de, efectivamente, el sexo. Esto para al final revelar un acto de rebeldía insulso que ni en las porno más baratas podría tener sentido.

No olvidemos el problema que Maks tiene con su amigo y socio, otro estafador de poca monta al que traiciona por el poder del amor y del cual cobra venganza como un idiota inmaduro en un relato que lamentablemente se alarga hasta las dos horas de duración en las que no existe vuelta atrás ni al deseo, ni mucho menos al cielo o el infierno al que su título en ingles hace alusión, demostrando la incapacidad latente de Mandes como director y escritor de buenas historias, mal que se le viene dando desde que entró al mundo de los 365 días.

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Aunado a ello, la música peca de caer entre lo cursi y lo fastidioso en cada escena, buscando contagiar sensualidad, tristeza o dolor a través de ello, pero fallando de fea forma cada vez que lo intenta. Eso sí, la fotografía de Bartek Cierlica es un punto medianamente rescatable, pues sabe al menos iluminar bien una escena de sexo y consigue una que otra toma bastante bonita, pero sin llegar a ser algo destacado en una producción que depende completamente de un lema básico: el sexo vende.

Eso sí, Sussina y Boczarska tienen una curiosa química que funciona en ciertos puntos, salvo cuando azota el dramón digno de Televisa. Ellos, por breves momentos, ofrecen chispazos que tristemente se quedan en la incandescencia ante la insulsa mirada de Mandes y su pésima dirección, ahogándolos sin una sola chance de encontrar una redención o sentido en medio de un pantanoso relato cursi que olvida en todo momento el supuesto propósito de su premisa, no ofreciendo ni una mirada atrevida o diferente acerca de la sexualidad ni mucho menos un romance ya no digamos memorable, ni siquiera decente.

Así, De vuelta al deseo es una cinta que vivirá del morbo del público, de todos aquellos que disfruten de los buenos ‘tacos de ojo’, en cuya trama inexistente radica en ver los desnudos cuerpos de Sussina y su plana actuación de modelo italiano y el doloroso tropezón de Magdalena Boczarksa, que en busca de un romance erótico efectivo para este siglo, da de tumbos con un papel bastante malo. La mayor lección aprendida de este filme es que, tal vez, en plena era de corrección política, el erotismo agoniza y la gratuidad del sexo predomina y mata incluso al amor.