
“Córranle, córranle”, se escucha en la calle de Moneda, en la colonia Centro, al mismo tiempo que ambulantes, mejor conocidos como toreros, levantan su lona con mercancía y se esconden en los comercios establecidos.
Se les dio el nombre de toreros, pues van corriendo por la calle esperando no encontrarse a los de Reordenamiento de la Vía Pública y a los policías, como si estos fueran un toro despavorido que los va persiguiendo.
Los locatarios han hecho una tregua con los vendedores callejeros; venden cosas diferentes a ellos y así les ofrecen un refugio para que las autoridades no les quiten los productos que venden. Mientras que, los que traen carritos de comida, deben hacer maniobras para esconderse y que su “medio de transporte y de venta” no sea decomisado.
Los que dan el pitazo cobran una pequeña cuota a los vendedores por, hacerles el favor y, avisar cuando los trabajadores del Gobierno de la Ciudad de México y los uniformados pasan por alguna de las calles del Centro Histórico.
Hombres con radio en mano, son los encargados de vigilar las calles del primer cuadro de la ciudad; unos van de un lado a otro de las banquetas y arroyos vehiculares que cuidan, en tanto que otros permanecen sentados en bancos en algunas esquinas con un cuaderno para anotar quien ya pago “su moche” y quien no.
En la calle de Moneda uno de los vigías está parado justo afuera de una de las entradas laterales de Palacio Nacional, unos pasos delante hay tres camionetas de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, poco le importa al hombre que, sin cubrebocas, brinda información de primera mano a su sequito de seguridad.
“Ya salió el chaleco verde, por la quinta y se fue con la 600, se dirigen a Correo Mayor”, dice en el radio mientras le grita a su compañero que se ponga en el canal 1 para que reciba el dato completo y pueda pasárselo a los demás.
Más adelante, en la calle de Santísima, los ambulantes venden a pesar de la presencia de dos uniformados en bicicleta. Ya no les temen, ni les preocupan; lo único que quieren es acabar con su mercancía para irse.
Sábanas, lonas, bolsas de plástico y retazos de tela sirven para extender un puesto; todos con cuerdas amarradas en las cuatro esquinas para poder recogerlas rápido y correr con los bultos al hombro.
Mientras Crónica realizaba un recorrido por la zona; dos trabajadores de la Secretaría de Gobierno pasaron por la calle; sólo se escuchaban los radios dando indicaciones para que los toreros corrieran y no fueran levantados.
“Ya van, ya van, son dos. Un wey y una vieja, traen puesto su chaleco verde. Muévanse en chinga porque ya van anotando y están avisando”, dice el hombre de sudadera azul que esta en la esquina de la calle Academia y Moneda.
A pesar de quitarse; siempre hay constancia de la presencia del ambulante en el sitio, pues el piso está delimitado por las cartulinas de colores pegadas a los adoquines en forma de señal de pertenencia, esto sirve para que cada ambulante sepa el espacio que le corresponde.
“Ay señor, ya me dio en la madre”, grita una mujer tras ser atropellada por un sujeto que vende mascarillas faciales a 3 pesos cada una; corre desesperadamente mientras va gritando.
“Quítense, quítense…. Perdón, perdón”, refunfuña mientras se esconde en una vecindad que a la entrada tiene un local de venta de artículos para el cabello. Durante el recorrido se contaron 23 personas que cumplen con las misión de velar por la seguridad del comerciante y cuidar su mercancía.
Una vez que los funcionarios públicos pasan por las calles todo regresa a la "normalidad"; los ambulantes se vuelven apropiar del suelo para reiniciar la vendimia.
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