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El Asesino de Cumbres: el doble crimen que cimbró a México

Como una densa marea negra, la violencia generada por el crimen organizado empezaba a permear al país en los inicios del siglo XXI y empezaba a ocurrir el fenómeno que hoy se conoce como “normalización”. No obstante, situaciones límite que generaron brutales historias de sangre, todavía tuvieron la capacidad de estremecer al país entero, como aquel día en que dos pequeños murieron asesinados de manera aterradora.

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Diego Santoy sufría de celos oscuros y violentos

Diego Santoy sufría de celos oscuros y violentos

No bien se revelaban, poco a poco, los detalles de la maquinaria asesina que era Juana Barraza, “La Mataviejitas”, México volvió a estremecerse. La muerte había mirado hacia el otro extremo de la humanidad, y dos pequeñitos regiomontanos se convirtieron en víctimas de la roja niebla que convierte a los seres humanos en criminales. Al muchacho responsable de aquel horror, se le conoció, desde entonces, como “El Asesino de Cumbres”.

LOS CELOS QUE MATAN

Marzo de 2006: Diego Santoy sufría de celos oscuros y violentos; los sentía en cada centímetro de su cuerpo. No podía comprender por qué Erika, su ex novia, había cortado la relación. La sola idea de no sentirse querido, de verse despreciado, lo exasperaba. Pasaba las horas rumiando la manera en acercarse de nuevo a la muchacha, y convencerla de regresar con él.

La noche del día primero de marzo, Diego, torturado por sus emociones, cenó con su amigo, Humberto Leal. En la madrugada, le pidió que lo llevara hasta la casa de su novia, en la calle Monte Casino, en la muy acomodada zona de Cumbres en la capital regiomontana. Llevaba al hombro una mochila con herramientas. Después, su amigo declararía que, esa noche, Diego Santoy “enloqueció”.

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Razones no le faltaban al joven Humberto para opinar de esa manera: eran las 4 de la mañana cuando Diego quiso ir a casa de Erika. Allí, saltó la entrada y se puso un pasamontañas. Estaba ya metido en un problema, y sus acciones, en los minutos que siguieron, solamente lo hundirían más, pues cortó los cables del teléfono y los cordones de las persianas de la casa.

Se movía con sigilo; todos los habitantes de aquel hogar dormían. Diego se sentó a fumar un cigarro, dejó la colilla en una maceta. Eran las cinco y media de la mañana cuando subió a la alcoba de Erika, a la que despertó. Naturalmente, la chica se asustó. Pero su ex novio procuró tranquilizarla: solamente quería conversar. Quería arreglar las cosas, que ella aceptara volver con él. En una situación forzada, en la que el intercambio de palabras ya estaba convirtiéndose en una airada discusión, como tantas otras que habían tenido, la muchacha lo persuadió de bajar a la cocina. Allí conversarían sin que sus hermanos, y Catalina, la nana de los niños pequeños, Erik y María Fernanda, se dieran cuenta de que Diego se había metido a la casa.

El horror estaba por desatarse.

EL ASESINO EN ACCIÓN Y SU ALUCINANTE FUGA

Hasta la fecha, la historia de los asesinatos de Erik y María Fernanda, de siete y tres años de edad, ha sido fuente de polémica. Incluso en careos ocurridos durante el proceso, Diego y Erika se acusaron mutuamente: Ella lo señaló como el asesino de sus hermanitos y su atacante. Él afirmó que la muchacha había participado en los asesinatos.

En marzo de 2006, las investigaciones policiacas y la declaración de Erika, describieron cómo Diego Santoy, enloquecido de celos, no pudo asimilar la negativa de la muchacha para restablecer el noviazgo. Furioso, agredió a la chica, pretendiendo degollarla. Luego, aparecer los niños en la escena donde los jóvenes peleaban, se habrían convertido en víctimas de Diego: el niño, muerto a cuchilladas; la pequeña, ahorcada con uno de los cordones de persiana que el joven había cortado cuando penetró en la casa.

Despuntaba ya el día, y Diego, consciente de la gravedad de sus acciones, decidió escapar, pero no lo hizo solo: secuestró a Catalina, la nana de los pequeños. A bordo de un coche robado, se alejó de Cumbres. Poco después, dejándole una moneda de diez pesos en la mano, soltó a la nana en el centro de Monterrey. Se reunió con su hermano Mauricio. Los muchachos Santoy se apresuraron a abandonar la capital de Nuevo León. Ignoraban que serían objeto de una intensa persecución y que todo el país estaría pendiente de su captura.

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La brutalidad de los asesinatos, que se tratara de dos niños de corta edad y el hecho de que la madre de Erika, María Fernanda y Erik tuviera presencia en los medios de comunicación electrónica de Nuevo León, convirtieron al terrible suceso en asunto de importancia nacional. Las autoridades de Nuevo León anunciaron que no permitirían que Diego Santoy, que huía acompañado de su hermano, escaparan del país.

Cuatro días después, los hermanos Santoy fueron reconocidos y aprehendidos en Oaxaca. Se supo que pretendían llegar a la frontera sur del país e internarse en Guatemala. No es exagerado afirmar – y eso que la tradición narrativa de la nota roja tiende a los superlativo desde hace siglos- que, a lo largo de esos cuatro días, México entero estuvo pendiente de que el asesino no lograra escapar.

Los hermanos Santoy fueron llevados a Monterrey. Diego fue internado en el penal de Cadereyta.

EL PROCESO Y LAS ACUSACIONES CRUZADAS

“Yo estoy dispuesto a pagar por lo mío, pero por lo tuyo no”, le arrojó Diego a Erika durante un careo. “Mis manos están limpias, al igual que mi alma”, le respondió la muchacha.

Y es que el juicio contra Diego Santoy se volvió una discusión densa, en la que el joven al que el país entero ya llamaba el Asesino de Cumbres, aseguró que su ex novia era responsable también de la muerte de los niños. No faltó quien le creyera.

A las pocas semanas de su encarcelamiento, surgieron admiradoras del doble asesino, que, incluso, se organizaron en una especie de club, que solían hablar de Santoy como un chico guapísimo, como si se refirieran a un cantante de pop, con aspecto de buena gente y gran corazón. No parecía que se refirieran a un doble asesino, sino al joven estudiante de Ingeniería de la Universidad Autónoma de Nuevo León, que había sido hasta antes de marzo de 2006. Un detalle de humor macabro ocurrió en Monterrey: se vendieron camisetas que, junto a la fotografía de Diego Santoy, tenían la leyenda: “Te cuido a tus hermanitos”,

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A pesar de ello, y con las mismas herramientas de la psicología especializada, que se habían empleado en el caso de la Mataviejitas, pudo establecerse que Diego Santoy era lo que se conoce como “personalidad limítrofe”, con tendencia a buscar ser controlado por otra persona, o querer ser controlador de otros, y de ello derivaron los celos patológicos que experimentaba respecto de Erika. El estudio psicológico también señaló que en Diego había una tendencia patológica a mentir, factor que se hizo evidente cuando empezó a cambiar declaraciones e insistió en que su exnovia era la verdadera artífice del crimen.

Diego acabaría relatando que, cuando discutían en la cocina, el pequeño Érick entró. Erika afirmó que, sin dudar por un instante, Diego lo atacó, propinándole varias cuchilladas. El niño aún trató de escapar, pero Santoy corrió detrás de él y volvió a herirlo. Cuando cambió su declaración, Diego acusó a la muchacha de haber sido ella la agresora del pequeño.

Santoy aseguró que Erika no quería a los niños y que por eso lo había azuzado para matarlos. “Si me quieres, mátalo”, aseguró que ella le dijo, pero como Diego no se atrevió a hacerlo, ella acuchilló al niño. Todas esas declaraciones fueron desechadas por la autoridad al revelarse los trastornos mentales de Diego Santoy. El diagnóstico de mentiroso patológico se reforzó cuando volvió a cambiar su declaración, afirmando que el móvil del crimen era que él se había

involucrado sentimentalmente con su suegra, y que Erika, celosa, se había desquitado con los niños.

RESCOLDOS DE UN CRIMEN

Trasladado de Cadereyta al penal de Topo Chico, Diego Santoy esperó cuatro años para ser sentenciado. En 2010 se le impusieron 137 años y medio de prisión, además de la obligación de pagar diversas indemnizaciones a su ex novia y a la familia. El escándalo original se acrecentó porque la abogada de Santoy, Silvia Raquenel Villanueva, conocida por defender a personajes del crimen organizado, fue asesinada en una plaza comercial de la ciudad de Monterrey.

Hasta la fecha, Diego Santoy permanece en prisión. Apenas en 2021 se ajustó su sentencia a 71 años de cárcel, pero las leyes de Nuevo León establecen como máximo una pena carcelaria de 40 años. Pronto se cumplirán 17 años de aquella madrugada terrible.

El “Asesino de Cumbres” tiene una posibilidad de rehacer su vida: casado con una de las jóvenes de sus grupos de admiradoras, se sabe que tiene un hijo pequeño. Participa en actividades de servicio social, como tareas de alfabetización. Los reportes carcelarios afirman que el señor Santoy nunca ha tenido conductas violentas o agresivas.