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Carlos de Sigüenza y Eusebio Kino: pleitos por un cometa

Durante siglos el avistamiento de un cometa llenaba de miedo a naciones enteras:malos augurios, avisos de inminentes calamidades, de terribles males para la humanidad. Pero a fines del siglo XVII ya había hombres y mujeres que brillaban por su talento y uso de la razón, y en particular, en la Nueva España, uno de ellos se esforzó por explicar a quien quisiera escucharlo, que los cometas eran fenómenos astronómicos y no asuntos mágicos. Para ello, no vaciló en debatir, debatir y debatir.

Carlos de Sigüenza y Góngora
Al entrar en polémica con su compañero jesuita Francisco Eusebio Kino, Carlos de Sigüenza no vaciló en escalar el debate. El resultado fue un tratado profundo, defensor de la razón y el conocimiento: La Libra Astronómica. Al entrar en polémica con su compañero jesuita Francisco Eusebio Kino, Carlos de Sigüenza no vaciló en escalar el debate. El resultado fue un tratado profundo, defensor de la razón y el conocimiento: La Libra Astronómica. (La Crónica de Hoy)

Todos los novohispanos estaban inquietos, desazonados: aquel cometa que a simple vista destacaba en el cielo nocturno, en noviembre de 1680, a no dudarlo, era el anuncio de grandes desastres. ¿Qué sería? ¿Una epidemia peor que las conocidas en esos tiempos? ¿Una guerra? ¿Un temblor de tierra, de esos larguísimos, durante los cuales se escuchaban sordos y brutales gruñidos debajo de los suelos? Todo era posible en ese momento de nuestro pasado donde las explicaciones mágicas eran las más frecuentes. No obstante, ya había quienes defendían el uso de la razón como la gran herramienta para la explicación de los fenómenos de la naturaleza. Carlos de Sigüenza y Góngora era uno de ellos.

De hecho, y junto con la célebre monja jerónima, Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza era tenido como uno de los mayores talentos, orgullos de la Nueva España y de toda la América española. En ese noviembre de 1680, era ya, nombrado ese mismo año, cosmógrafo de la corte virreinal, al servicio de los Condes de Paredes.

En esa posición, Sigüenza pudo darse cuenta de que el temor que despertaban los cometas no era exclusivo de los más humildes e ignorantes de la Nueva España: en la corte también corría el miedo, impregnando salones y habitaciones, alcanzando, incluso, la cámara de la virreina. Sí: la señora condesa de Paredes estaba bastante asustada: ¿qué sería del mundo y qué había detrás del malhadado cometa?

Con la mejor de las intenciones, Sigüenza anunció que redactaría un breve texto, que fuese sencillo y comprensible para el que estuviese en posibilidad de leerlo, con el fin de desvanecer, de una vez por todas, aquella maraña de miedos y creencias absurdas que desde hacía siglos resurgían cada vez que era posible avistar un cometa. Estaba seguro, añadió el sabio, catedrático de la Real y Pontificia Universidad de México, que, con sus explicaciones, los virreyes, la corte y todos los novohispanos recuperarían la paz de sus corazones.

Y así fue: don Carlos produjo un folleto: el “Manifiesto filosófico contra los cometas despojados del imperio que tenían sobre los tímidos”. Por “tímidos”, Sigüenza se refería a los ingenuos, a los supersticiosos, a los ignorantes que seguían pensando extrañas cosas y padeciendo tremendos miedos cada vez que se hablaba de un cometa. Tantos siglos después, bien podemos pensar en aquel folleto de algo que hoy llamaríamos divulgación del conocimiento científico, pues en aquel material, Sigüenza dejó muy claros sus objetivos: “con este discurso procuraré despojar a los cometas del imperio que tienen sobre los corazones tímidos de los hombres, manifestado su ninguna eficacia y quitándoles la máscara para que no nos espanten”.

Como importante intelectual de su tiempo, Sigüenza estaba al tanto de las inquietudes y discusiones de la época. Al interesarse por explicar el fenómeno de los cometas, estaba en “la moda” del momento: el cometa de noviembre de 1680 fue estudiado en muchas partes del mundo. Muchos cronistas afirmaron que se trataba de uno de los cometas más grandes vistos por la humanidad. Como era de color rojo intenso, era muy fácil de mirar a simple vista, y destacaba en el cielo nocturno. Eso explica que, en palabras de un sabio apellidado Huygens, que publicó sus observaciones del fenómeno en un Journal des Savants, fuera”la noticia más importante” de aquellos momentos. Entre otros muchos estudiosos, Isaac Newton también estudió aquel rojo cometa que tanto temor infundió. Era natural que en la Nueva España también se trabajara para comprender y clarificar la aparición del cometa.

NUNCAFALTA ALGUIEN ASÍ

Eso es lo que debe haber pensado Carlos de Sigüenza cuando empezaron a aparecer textos que osaban refutar sus explicaciones acerca de la naturaleza de los cometas. El primero de ellos era un matemático establecido en Campeche, llamado Martín de la Torre, que, al conocer el folleto de don Carlos, decidió replicar. Llama la atención que fuera un matemático el autor de un texto que se llamaba “Manifiesto cristiano en favor de los cometas mantenidos en su natural significación”, donde se declaraba partidario de la astrología y defendía la naturaleza mágica de los cometas, con los cuales Dios avisaba a los hombres de grandes tragedias, para que pusieran en orden sus cuentas y sus devociones.

Sin dudarlo, Sigüenza agarró la pluma y se puso a escribir la respuesta, el llamado “Belerofonte Matemático contra la Quimera Astrológica”. Este texto, hoy perdido, insistía en la necesidad de estudiar los cometas de manera racional, sin andar echándole la culpa a la divinidad de los temores de los hombres.

Hubo otro personaje que también le rezongó a Carlos de Sigüenza. Su nombre era José de Escobar Salmerón y Castro, quien también produjo un impreso titulado “Discurso cometológico y relación del nuevo cometa”, que defendía también la misión de los cometas como emisarios divinos para jalarle las orejas a la humanidad.

Aquí sí que se enojó Sigüenza, y debe haber sido presa de un violento cólico, derivado del berrinche. Como se sabría a su muerte, el pobre sabio tenía un enorme cálculo que le provocaba fuertes dolores. Y había razón para hacer corajes: según Salmerón y Castro, los cometas no solo eran -ya se sabe- augurios de los peores acontecimientos, sino que estaban hechos de los miasmas que despedían los cadáveres humanos y el sudor.

Tanto se enfureció Sigüenza, que, en vez de ponerse a escribir para tundir al necio replicante, anunció que a ese, en particular, no le iba a responder, porque las barbaridades que afirmaba ni siquiera eran dignas de tomarse en cuenta.

Y APARECIÓ EL PADRE KINO

El jesuita Francisco Eusebio Kino estaba empezando a acostumbrarse a la Nueva España cuando sobrevino el fenómeno del cometa. Estaba en la ciudad de México, preparando su viaje hacia las misiones del lejano norte, donde pretendía hacer tareas evangelizadoras. Fue en esas circunstancias que conoció el primer texto de Carlos de Sigüenza y debió enterarse de las discusiones en torno al fenómeno. A Kino le pareció que él también tenía cosas qué decir en aquel asunto. Además, ya conocía a Sigüenza, y había tenido algunas conversaciones con él. Incluso, Sigüenza orientó a Kino, con mapas e información sobre Sonora y Arizona, las regiones hacia las que el jesuita se marcharía.

Así, Kino puso manos a la obra: el resultado fue un texto llamado “Exposición astronómica del cometa”. Hay que recordar que el tiempo corría, hace casi trescientos cincuenta años, de otra manera. El trabajo de Kino estuvo listo en 1683, y justo cuando ya se iba para el norte novohispano, pasó a ver a Sigüenza, y regalarle un ejemplar de su aportación al debate.

Seguramente, Sigüenza volvió a hacer un memorable coraje, porque el texto de Kino defendía exactamente todo lo que él llevaba tres años descalificando. Encima, Kino cometió ¿involuntariamente? Una majadería, al dedicar su impreso a la condesa de Paredes. A don Carlos le pareció una descortesía que lo afrentaba en su calidad de cosmógrafo real adscrito a la corte.

El pleito fue inevitable, aunque Kino ya andaba en otras cosas. Hay que decir que el texto del jesuita fue muy aplaudido porque era mucha la gente, hasta los catedráticos de la Universidad, que temían al cometa. Kino insistía en todos los lugares comunes sobre los cometas, asegurando que cada uno de ellos era “elaborado” por Dios para un propósito específico, y aseguraba que los cometas de 1640 y 1641 habían sido anuncios de graves desastres, y que eso probaba sus dichos. Sus partidarios opinaron que era un texto erudito, y, lo más importante, “se ajustaba a los dogmas de la fe cristiana”.

Pero Sigüenza no se amilanó. Lo respaldaba un grupo de intelectuales más pequeño que el de apoyadores de Kino. Estaba decidido a demostrar racionalmente, que nada de lo que se decía en el texto de su rival era cierto, como el que los cometas eran resultado de “una junta de las exhalaciones y vapores que, conspirados en uno, manan del globo terráqueo”. Se suponía que entonces, Dios tomaba “eso” y lo echaba a andar por el firmamento.

Entonces, Sigüenza emprendió una de sus obras más relevantes: la tituló “Libra Astronómica”, y sería una batalla intelectual que lo colocó como uno de los pensadores avanzados de su tiempo.

(Continuará)

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