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Linchamiento: la oscura noche en Tláhuac

Nuestro país llegó al siglo XXI con el recuerdo desvaído de aquel que se llamó “el primer linchamiento en México”, derivado de un intento de agresión contra Porfirio Díaz, ocurrido en 1897. A lo largo de las décadas que siguieron, se documentaron sucesos similares, siempre brutales siempre con una explicación más allá de los límites establecidos por las leyes, y donde nunca hay una sola causa que explique la mezcla de furia, miedo e intereses que llevan a una comunidad a pretender hacerse justicia por propia mano. Los hechos de San Juan Ixtayopan mostraron parte de lo que hoy muchos llaman “el México real”.

historias sangrientas

En 2004, los habitantes de San Juan Ixtayopan alegaron hartazgo ante la impunidad para justificar el linchamiento de los agentes federales. Es el mismo argumento que sale a relucir cuando se da un nuevo caso de linchamiento.

En 2004, los habitantes de San Juan Ixtayopan alegaron hartazgo ante la impunidad para justificar el linchamiento de los agentes federales. 

¿Fue el miedo exacerbado? ¿Fueron intereses de crimen organizado en pequeña escala? ¿Fue el desprecio al otro, al ajeno, al que no es del pueblo, y si resulta policía, tanto peor? ¿La suma de todo? El linchamiento de tres agentes de la Policía Federal Preventiva en el pueblo de San Juan Ixtayopan, en Tláhuac, una noche de noviembre de 2004, generó debates que no dejaban de tener su toque de escándalo desde los sectores intelectuales de México: ¿cómo era posible que en el siglo XXI todavía sucedieran hechos tan atroces? Aquel suceso desdichado, por si fuera poco, se contaminó de política, y escribió un capítulo más en la historia de la difícil pero democrática convivencia de autoridades y gobiernos pertenecientes a distintos proyectos partidistas.

Nada de eso, sin embargo, ha logrado atenuar, y pese al paso de los años, la brutalidad de lo ocurrido hace 19 años y que todavía se conoce como “La Noche de Tláhuac” o “El caso Tláhuac”.

LA OSCURIDAD DE NOVIEMBRE

Como casi todo, en tiempos de la inmediatez informativa, lo que ocurría en San Juan Ixtayopan, al anochecer del 23 de noviembre de 2004, empezó a ser del conocimiento público por medio de las coberturas informativas de la televisión mexicana. Se percibió agitación, fuerte movimiento en las calles del pequeño pueblo de Tláhuac. Poco a poco se fueron detallando los rasgos del horror.

Se empezó a hablar de linchamiento. Los habitantes del pueblo explicaron, a los primeros reporteros que se apersonaron en San Juan Ixtayopan, que se trataba de “robachicos”, y que no estaban dispuestos a tolerar la presencia de delincuentes en su pueblo; estaban dispuestos a “hacerse justicia” ellos mismos. Aquellos datos escuetos, proporcionados en medio de un enorme bullicio, entre gritos enardecidos y rostros iracundos, eran apenas el inicio de una historia que sorprendió al país entero y que se volvió otro capítulo de una lucha política entre la autoridad de la ciudad de México y el gobierno federal.

Porque no se trataba de “robachicos”. Poco a poco, la información aumentó: se trataba de tres agentes federales que hacían una investigación para localizar redes de narcomenudeo. Lo más terrible del caso sería que la identidad de aquellos hombres fue revelada por uno de ellos, con el rostro deforme por los golpes, en un entorno de gran tensión, donde ni siquiera los reporteros y sus camarógrafos estaban completamente a salvo.

El horror del linchamiento en Tláhuac tuvo una vertiente televisiva: bajo una brutal presión, reporteros entrevistaron a una de las tres víctimas, la única que lograron rescatar.

El horror del linchamiento en Tláhuac tuvo una vertiente televisiva: bajo una brutal presión, reporteros entrevistaron a una de las tres víctimas, la única que lograron rescatar.

La tragedia comenzó hacia las seis y media de la tarde. Los tres agentes federales, Víctor Mireles Barrera, Cristóbal Bonilla Martín y Edgar Moreno Nolasco, vestidos de civiles, se habían estacionado cerca de la primaria Popol-Vuh, de San Juan Ixtayopan. Empleaban un auto Focus en su encomienda: hacían trabajo de inteligencia para investigar redes de narcomenudeo.

El auto llamó la atención de un grupo de mujeres. Después, el pueblo entero afirmaría que les inspiró desconfianza y recelo. La presencia del vehículo despertó uno de los miedos de larga historia en la cultura popular mexicana: el temor a los “robachicos”.

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Las autoridades acudieron con prontitud al sitio donde un adolescente con grave depresión se convirtió en agresor de sus compañeros.

Como la mecha que, una vez encendida, corre directo hacia los explosivos, empezó lo que se volverían horas de violencia desbocada. ¿De qué boca salió el primer grito? Nadie lo podría asegurar, pero esa voz afirmó que los hombres del auto Focus le estaban tomando fotos a los niños que salían de las clases del turno vespertino; alguien agregó que ya llevaban secuestrados a dos niños. Así empezó el desastre.

A los gritos de las mujeres se sucedieron carreras, golpes en las puertas, más gritos: había robachicos en el pueblo y se estaban llevando a los niños de la primaria. Las puertas ser abrieron, los hombres salieron. Cuando se investigaron los hechos, mucha de aquella gente afirmó que en San Juan Ixtayopan estaban hartos de las constantes visitas de delincuentes. Se habían cansado ya de levantar denuncias que nunca eran investigadas; de sufrir robos que siempre quedaban impunes. Por eso, dijeron después, cuando surgió el escándalo, cuando les hablaron de los hombres del auto Focus, se prometieron que ningún niño de San Juan Ixtayopan sería secuestrado.

La andanada violenta tomó por sorpresa a los agentes federales. Cuando se dieron cuenta, ya estaban rodeados por los hombres y las mujeres del pueblo. No le costó trabajo a la muchedumbre arrancar del auto a esos tres hombres: llovieron golpes, insultos. Les ataron las manos, los golpearon más. Con los puños, con piedras, con lo que hubo a la mano. Alguien mostró en la mano un bat de beisbol. Aquella gente, que rabiosa maltrató a los agentes hasta deformarles el rostro, parecía decidida a matar. Cumplirían su propósito.

LINCHAMIENTO EN VIVO

Cuando los reporteros de los diferentes medios de comunicación llegaron a San Juan Ixtayopan, el linchamiento estaba en marcha. Pocas veces, en la historia periodística mexicana, la transmisión en vivo de lo que estaba ocurriendo en aquel poblado de Tláhuac, mostró con esa amplitud el alcance de la furia popular. Televidentes de todas partes del país atestiguaron como los enardecidos habitantes de San Juan llevaron al agente Edgar Moreno a un poste de luz. Ahí, le sujetaron los brazos y lo exhibieron a las cámaras de televisión. La escena era terrible: ni siquiera los reporteros estaban completamente seguros, rodeados por aquella multitud enfurecida que exigía a sus víctimas confesar al aire sus crímenes.

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Cuando la policía judicial se presentó en su casa, en busca de una de las víctimas, Calva intentó escapar por el balcón de su casa. Con golpes y lesiones todavía pretendió huir, pero los agentes lograron capturarlo. Luego se revelaría el alcance de sus crímenes.

El diálogo es macabro, tremendo. Edgar Moreno, con el rostro hinchado por los golpes, habla con gran esfuerzo:

Reportero: “¿Qué era lo que estaban haciendo aquí?”

Edgar Moreno: “Somos de la PFP… estamos investigando..."

Reportero: "¿Qué investigaban?”.

Edgar: “Narcomenudeo, somos de inteligencia de PFP”

Reportero: “Nos dicen que ustedes subieron en un taxi a dos niños…

Edgar: “No, no hay nada de eso, es mentira… las señoras nos están... están inventando cosas, nosotros... nosotros nos identificamos desde el principio…"

Edgar Moreno no puede decir más. La muchedumbre lo arrastra fuera del alcance de la prensa. Sus dos compañeros, Víctor Mireles Barrera y Cristóbal Bonilla Martín, están tirados en el piso, muertos a golpes. Después, sus agresores les prenderán fuego, Esas imágenes de pesadilla, tomadas desde los helicópteros de la prensa, mostrarán el horror que domina las calles de San Juan Ixtayopan.

Es tal la fuerza de la multitud, ya sin freno, que las fuerzas policiacas de los alrededores no se atreven a intervenir para frenar el linchamiento; permanecen como observadores. Nada pueden hacer por Mireles y Bonilla. A Edgar Moreno lo alcanzan a rescatar los elementos de la procuraduría capitalina, antes de que los lugareños lo lleven al quiosco del pueblo para matarlo ahí. A toda prisa es llevado al hospital de Xoco, donde le salvarán la vida.

Conscientes de que son culpables de dos homicidios, los habitantes de San Juan Ixtayopan se dispersan, se guardan en sus casas. Los dos cadáveres de los dos agentes federales quedan tirados en la calle.

Al día siguiente, el horror televisado deriva en escándalo y en un capítulo más del pleito político que sostienen el gobierno federal de Vicente Fox y el gobierno capitalino, que encabeza Andrés Manuel López Obrador.

FUENTEOVEJUNA Y EL CHOQUE POLÍTICO

A la mañana siguiente, y muy temprano, Andrés Manuel López Obrador condena la violencia y pide no politizar los hechos de Tláhuac. El presidente Fox anuncia su decisión de destituir a Marcelo Ebrard, Secretario de Seguridad Pública de lo que todavía en esos días se llamaba Distrito Federal.

Ese mismo día, se instrumenta un operativo, llamado “Ciclón”, en San Juan Ixtayopan: agentes de la Agencia Federal de Investigación (AFI) llegan al pueblo y arrestan a 32 personas. No hay órdenes de cateo, pero sí cargos por homicidio y lesiones. Después se informará que los instigadores del linchamiento de los agentes Mireles y Bonilla son dos personas: Alicia Zamora Luna, alias “La Gorda”, y su esposo Eduardo Torres Montes.

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El escándalo tiene tres dimensiones. Por un lado, se discute la ineficacia de un sistema de justicia, que lleva a la gente al hartazgo y a la certeza de que nadie sino ellos pueden asegurarse de que se hace justicia. La Procuraduría General de la República investiga probables actos de negligencia, cometidos por autoridades federales y locales que no intervinieron para rescatar a los agentes, cuyos compañeros de la Policía Federal Preventiva exigen la destitución de sus jefes, quienes tampoco actuaron para salvar a las víctimas de San Juan Ixtayopan. Se escribe otro capítulo de la bronca, no tan soterrada, entre gobierno capitalino y gobierno federal.

López Obrador defiende a su secretario de Seguridad; afirma que Marcelo Ebrard no se va ni aunque se lo pida el Presidente, quien, por su lado, no habla de “petición”, sino de “destitución”. Mientras el pleito político escala, son enviados al reclusorio 29 de los detenidos en Tláhuac y 2 más al Consejo Titular de Menores.

Inevitablemente, el linchamiento en Tláhuac hace que rueden cabezas. La Secretaría de Seguridad Pública Federal separa de sus cargos a algunos jefes de la PFP para -como siempre se dice- facilitar las investigaciones de lo ocurrido.

El Presidente Fox se compromete ante familiares de los agentes muertos de investigar a fondo lo sucedido en San Juan Ixtayopan. José Luis Figueroa, comisionado de la Policía Federal Preventiva, acepta que se enteró por televisión del linchamiento de sus elementos y niega que hubiese negligencia; a lo más, incapacidad.

Las hipótesis sobre lo ocurrido se multiplican: hay quienes afirman que los narcomenudistas que sí operan en la zona de la tragedia fueron quienes azuzaron a los habitantes del pueblo. La PGR establece que los jefes policíacos si se enteraron a tiempo de la violencia en Tláhuac. Cobra fuerza la versión de que los policías linchados investigaban en Tláhuac a la Comandancia General de un movimiento guerrillero, el Ejército Popular Revolucionario (EPR).

Trece días después del linchamiento, sin que la PGR haya terminado sus indagaciones, el presidente Fox destituye a Marcelo Ebrard de su puesto al frente la policía capitalina, y a José Luis Figueroa como comisionado de la federal preventiva. Cierra la polémica exculpando de toda responsabilidad a Ramón Martín Huerta secretario de Seguridad Pública federal.

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El gobierno capitalino encaja el golpe, pero acepta la destitución. Ebrard responde: su cese es una decisión política que busca culpar al gobierno del Distrito Federal de lo ocurrido en Tláhuac. Mientras la PGR detiene a otros cuatro habitantes de San Juan Ixtayopan, Andrés Manuel López Obrador declara que no comparte la decisión del presidente Fox de cesar a Ebrard; sin embargo, acatará la instrucción presidencial.

Contaminado el caso por el enfrentamiento político, la memoria de los tres agentes linchados palidece a la luz de las acusaciones cruzadas entre autoridades locales y federales. Se volverá una pieza más en la colección de rencores y agravios que un día u otro se cobrarán. Corren los años del nuevo siglo. A estas alturas, ya no sorprende a nadie enterarse de nuevos linchamientos: la normalización de la violencia propicia la indiferencia.