Metrópoli

15 años de alcoholímetro: Noche de caos en punto Del Conduce Sin Alcohol

Una visita a un punto de revisión hace evidente el desgaste de un programa bien evaluado por la ciudadanía y antaño con fama de ser refractario a la corrupción

Policía detiene a conductor por conducir bajo los efectos del alcohol
Policía detiene a conductor por conducir bajo los efectos del alcohol Policía detiene a conductor por conducir bajo los efectos del alcohol (La Crónica de Hoy)

El ticket en el que se registran datos del conductor y su nivel de alcohol en el aliento nunca aparece; al menos a un par de muchachos los hacen soplar repetidamente al aparato y rebasan finalmente el límite legal de alcohol en la sangre para conducir (efectivamente están en falta, pero no están borrachos). Destaca además que no se están usando los nuevos medidores de alcohol en el aliento comprados por la SSPCDMX (se siguen usando los de antigua generación, grises), los nuevos aparatos impedirían mediciones sospechosas, de acumulación les llaman, que llevan los registros un poco arriba del límite legal, pero no aparecen por ningún lado.

El programa que ha logrado reducir muertes al volante, sobre todo de jóvenes, está cumpliendo 15 años. Como todo en la vida, luce con algunos signos de desgaste después de tres lustros. Dos jóvenes van a ser detenidos este jueves y ambos alegan que han soplado tres veces al alcoholímetro. No ha habido un cambio de boquilla entre un soplido y otro, una minucia que abre la duda a los conductores sobre si su prueba ha sido técnicamente válida.

Esto sucede en la medianoche de la Glorieta de la SCOP, a mitad de la Colonia Narvarte, en un punto de alcoholímetro que ya es tradicional. La jornada es caótica y va a terminar con una mujer bajada del auto a jalones y empujones con el argumento de los policías de que es “uso legítimo de la fuerza”; ella se negó a bajar del asiento del copiloto para que el auto fuera arrastrado al corralón. Los policías ignoran que ese procedimiento, el uso legítimo de la fuerza, está destinado a aprehensiones y no a botar a la acera al acompañante de un conductor.

La jornada es trompicada y el programa quinceañero no está en sus mejores galas esta noche de jueves. Hay antecedentes en la misma semana: apenas el lunes, Crónica localizó un punto de revisión (Avenida Cuauhtémoc) de vehículos de carga privada mordiendo a conductores a los que se les hacía la prueba de alcoholemia, se les retenía y después de entregas en manos, podían seguir su camino.

“Si tomó del viernes pasado a hoy, va a salir positivo”, es la advertencia del jefe de punto que terminará mordiendo a un transportista y que, sólo por presentarse él en lugar de las mujeres policías, ya estaba rompiendo los protocolos de procedimientos.

Al momento de escribir estas líneas, aparece el realismo mágico procedente la SSP capitalina. De aquel evento en Cuauhtémoc, voceros de la dependencia aseguran que sí hubo una detención porque el conductor no pasó la prueba de alcoholemia y que así quedó asentado en los reportes. El intimidado conductor y la camioneta de redilas que Crónica alcanzó ese día antes de que se alejara del alcoholímetro fueron, por tanto y respectivamente, un fantasma y una ilusión óptica.

Otro día, un reportero de Crónica que en días pasados es conductor designado y no ha bebido muy a su pesar, lleva en el auto a sus amigos (herméticamente ebrios) y un policía joven lo detiene metros antes del punto en el que debe hacerlo. Insistirá en que el conductor no pasará la prueba, le dirá que para qué se mete en líos. Hágame la prueba, los que huelen son ellos, le señala el conductor designado. Al final, el policía le suelta sin más:  Ya dame algo y te vas.

Pero esto también debe ser un espectro, al igual que Yla cajal como —se dice— es llamada la concentración de dineros mal habidos que se empiezan a generar en estos puntos de revisión de conductores que están cumpliendo 15 años de operación.

–¿Y los alcoholímetros nuevos que compró la SSP, los amarillos, por qué no salen a la calle? ¿por qué salen los viejitos? –pregunta Crónica.

—Esto es lo que nos mandan para que hagamos el trabajo— responde un policía raso. Eso mismo repetirá el subinspector Irak Ramírez, una de las piezas claves en la operación del programa, que también llega a la glorieta de la SCOP esa noche. Señala que los nuevos aparatos sí salen a calle, pero que a dónde van a llegar depende de la planeación previa.

Uno de los jóvenes terminará esposado después de exigir que le informaran del nombre del policía que le había hecho la prueba. No se ve desarticulado en el hablar ni en el andar. Ha rebasado el límite de alcohol en la sangre, aunque sólo ha visto un momento la pantalla del viejo alcoholímetro y, asegura, no le han entregado el ticket de datos con los datos de la prueba de alcoholemia (se imprimen tres, uno  para el infractor, otro para el juez y otro para la SSP).

Otro joven vivirá algo parecido, aunque su caso se complicará rápidamente. Conduce el auto en el que el asiento del copiloto es ocupado por una joven que lo ha acompañado a una reunión; el auto se detiene 20 metros antes del inicio del alcoholímetro. Es evidente que se ha dado cuenta que está en riesgo de no pasar la prueba. Una parvada de seis uniformados rodea al auto y comienzan a dialogar con él.

La presencia de extraños (Crónica se ha acercado) parece desatar acciones de emergencia y poco pensadas. El conductor se niega a entregar su licencia y los oficiales lo conminan a bajar del auto. Una mano uniformada entra por la ventanilla, la puerta abre y en un segundo el joven está afuera.

“Me bajaron”, repetirá una y otra vez como queja. Pero quien va a vivir en los minutos siguientes una experiencia poco grato es su acompañante. Después de la negativa a que ella se lleve el auto (para entonces el conductor ya ha salido con .51 en el alcoholímetro y debe ser conducido al Torito) y aún después de que una tía del muchacho se presenta en el lugar, terminará siendo “retirada” del auto para que éste sea arrastrado por una grúa.

Una oficial entra por el lado del conductor y empuja a la joven mujer; otra oficial, por el costado opuesto, jala del barzo, del cuerpo, de donde puede. Es el “uso legítimo de la fuerza”, dicen abiertamente las uniformadas, “porque usted no hizo caso de la persuasión verbal”.

Las oficiales están tratando de apegarse textualmente al protocolo de uso de la fuerza, pero les ha fallado el fondo del asunto: este uso legítimo de la fuerza es para realizar detenciones y, en efecto, podrían haber detenido a la mujer acusándola de obstrucción de una acción policial. Pero el objetivo esta noche no es detenerla, sino botarla a la acera y que la grúa haga lo suyo.

Una vez cumplido ese objetivo, las policías se desentienden de la mujer. La grúa comienza el arrastre.

“¿Por qué me hacen esto? ¿Yo qué hice? ¿qué he hecho para que me traten así?”, masculla la mujer mientras se reúne con la familiar del conductor.

En efecto, uno de los infractores de la noche (rebasar el límite de alcohol es una mera falta administrativa), ha terminado esposado; a otro se le ha negado lo que dice el protocolo de actuación del “Conduce sin Alcohol”:

“Si el conductor sobrepasa el límite de alcohol permitido en el Reglamento, el Jefe del Punto de Revisión solicitará el servicio de grúa para que el vehículo sea remitido de manera inmediata al depósito vehicular, salvo que se presenten alguno de los supuestos siguientes:

(…)

II.-Que algún acompañante del conductor con plena autorización del mismo pueda conducir el vehículo, en términos de lo dispuesto en el Reglamento. En este caso, se hará entrega del vehículo previa solicitud de la licencia de conducir y/o identificación oficial”.

Esto no pasará. Y Derechos Humanos de la SSP-CDMX es poco menos que una vacilada. El lunes estuvo presente un elemento de esa oficina mientras durante 10 a 15 minutos los oficiales del alcoholímetro Cuauhtémoc intimidan abiertamente a un conductor hasta que le sacan dinero y lo dejan ir. “Yo estaba aquí (un poco lejos), no vi nada”, se justificará.

Este jueves, derechos humanos también está presente. No le llama la atención el jaloneo a la mujer. Tampoco sabe por qué no le han dado tickets de registro de la prueba a los detenidos y tampoco sabe por qué los alcoholímetros de última generación (que evitarían suspicacias) no aparecen por ningún lado.

—El protocolo es muy claro: se hacen cuatro niveles del uso de la fuerza, se utilizan comandos verbales, si no hace caso, se pasa al siguiente— comenta el elemento de Derecho Humanos CDMX.

—¿El ticket que le debieron dar al infractor? ¿dónde quedó?

—La verdad, eso a mí no me compete.

—¿Cuántas veces soplo al alcoholímetro?

—Tres veces, pero el aparato no acumula.

—¿Y los nuevos alcoholímetros que evitan la duda?

—Desconozco.

En la madrugada del viernes, para esta quinceañera que es el programa Conduce sin Alcohol, no hay un tutor que se haga cargo de algunos rasgos no muy lindos de su aspecto actual. Un gran programa, que ha salvado vidas, pero que a 15 años de iniciar, muestra ya algunos de esas pequeñas imperfecciones que, con el tiempo, podrían convertirse en enormes verrugas de pesadilla.

Copyright © 2018 La Crónica de Hoy .

Lo más relevante en México