Escenario

Juan Gabriel, una vida de película

Primera Parte. Crónica recuerda la vida de El Divo de Juárez a un año de su muerte. Sus primeros años estuvieron marcados por el abandono y la inestabilidad

El actor mexicano Jorge Rivero en la década de 1970
El actor mexicano Jorge Rivero en la década de 1970 El actor mexicano Jorge Rivero en la década de 1970 (La Crónica de Hoy)

“La música es lo más cercano a Dios y la Naturaleza; una verdad que mueve a la gente, y hasta  animales y plantas reaccionan a ella. Perdono a todas aquéllas personas que me hayan deseado un mal; estoy preparado para soportar mil calumnias, porque la envidia, es la más grande manifestación de admiración”, así se expresó en una de sus contadas entrevistas acerca de la música y sus detractores Juan Gabriel, el artista que desafió a la homofobia con el sentimentalismo de sus canciones.

En sus letras estaba no sólo su sensibilidad sino la que los hombres no se atrevían a decir en sobriedad, pues en sus composiciones tuvo el pulso preciso para remover las fibras de un país machista por arraigo. Este lunes se cumple un año de su muerte, el cual fue un golpe que sólo es comparado con el de figuras como Pedro Infante o Mario Moreno Cantinflas. Era el último gran ídolo de la sociedad, y aunque su música no sea del gusto de toda la gente y tenga sus críticos de calidad musical, su legado tiene una trascendencia innegable.

A las recientes generaciones nos tocará contar a las venideras que vivimos en los tiempos de Juan Gabriel como nuestras abuelitas nos decían de Pedro Infante. Y aunque en el cine no tenga el peso histórico de El Ídolo de Guamúchil, su paso por la pantalla grande también es digna de ser contada, porque sin ser un actor de renombre, sus historias se convirtieron en parte de los primeros intentos por abrir el cine a la figura homosexual. Aunque sus personajes no lo decían abiertamente, como él lo dijo en su momento: “Lo que se ve no se pregunta”.

Siempre tuvo espíritu inocente, hacía ademanes infantiles y era perfeccionista. Su primer contacto con el cine fue en 1973, cuando apenas comenzaba a figurar en la música. Fue como parte de la película La loca de los milagros, en la cual escribió la canción principal “Mañana, mañana” en la voz de Libertad Lamarque y además tuvo un pequeño cameo en el filme.

Posteriormente tuvo otros contactos con las estrellas de la época. Le cantó a María Félix y ya en sus películas también a la carismática Sara García. Escribió “Ha llegado un ángel” para Luisa María Martínez, hija del director de cine Gonzalo Martínez Ortega y María Luisa Arcaraz (hija a su vez, del director de orquesta Luis Arcaraz y, en su momento, su mánager) y luego comenzó su carrera en el cine.

Su platillo favorito fue el arroz blanco con frijoles y las verduras. Amaba el pan de nata con canela. Su número cabalístico fue el siete. Sus canciones preferidas son “Júrame”, de María Greever; “Muñequita” y “Un ángel busco yo”, éxitos interpretados por Enrique Guzmán. Odiaba los hoteles, odiaba los aviones y odiaba el odio, lo cual manifestó cuando le llovieron críticas al anunciar su primera presentación en Bellas Artes en 1990, recinto que abarrotó y en el cual ofreció uno de los conciertos inolvidables, vestido con traje blanco y lentejuelas. Su sueño dorado siempre había sido vivir en un rancho, lejos de la ciudad y lo logró. En sus canciones dejó su historia.

María de Jesús Valverde, comadre se su mamá, fue quien sugirió que lo llamaran Alberto, como el personaje Alberto Limonta, de la famosa radionovela El derecho de nacer. Cuando tenía tres meses de nacido, el padre de Alberto Aguilera Valadez sufrió un suceso que lo marcaría.

Quemaba un pastizal para volver a sembrar; sin embargo, problemas con el viento provocaron que el fuego comenzara a invadir otras propiedades, por lo que, teniendo un padecimiento nervioso y angustiado por los problemas que este suceso le acarrearía, se dirigió al afluente de un río donde se arrojó, entrando posteriormente en shock. Don Gabriel fue internado en el hospital psiquiátrico de La Castañeda, en la Ciudad de México. Algunos testigos cuentan que ahí murió y otros que se escapó. Este hecho inspiraría a Juan Gabriel para escribir la canción “De sol a sol”.

Después de la muerte de don Gabriel, la madre de Alberto llevó a sus hijos a la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez, donde encontró trabajo como empleada doméstica. El tiempo que le absorbía su trabajo le impedía atender a su hijo debidamente y además Alberto tenía un carácter rebelde que hizo que su vida fuera aún más difícil: “Mi mamá no podía conmigo, pienso que por eso me llevó al internado. Antes que ser madre era mujer y eran sus mejores años. Fui un chiquillo viejo, porque aprendí muchas cosas por adelantado”, dijo Juan Gabriel después.

A los cinco años fue internado en el Centro de Mejoramiento Infantil en Ciudad Juárez, también llamado El Tribunal (donde hoy se ubica el Instituto Tecnológico de Ciudad Juárez), situación determinante en su vida; alejado de su madre y en un mundo desconocido, el pequeño Alberto tuvo que aprender a madurar. Su madre rara vez lo visitaba.

Llegó al quinto año de primaria y con una guitarra que le alquilaba a un compañero por 20 centavos diarios empezó a cultivar su amor por la música: “Mi infancia fue bonita y triste, paradójicamente una mezcla extraña de sentimientos, igual que sentimos todos los niños que nos criamos con muchas privaciones. Tengo recuerdos muy bonitos de mi maestra, Micaela Alvarado, a quien le dediqué una canción de mi disco Recuerdos II. La pasaba muy bien con los demás niños, compartíamos juegos, pero a la vez estábamos conscientes de la tristeza por estar ahí internados”.

Esa época, marcada por el abandono y las carencias dentro del internado, también se convirtió en los años en que descubrió su pasión por la música. Fue en el Centro de Mejoramiento donde conoció a Juan Contreras, su protector y maestro. Él le enseñó a ganarse la vida haciendo artesanías y trabajos de hojalatería, pero sobre todo sembró en el pequeño Alberto la semilla musical. Le enseñó a tocar la guitarra y alimentó su gusto por la escritura. Cuando tenía 13 años escribió su primera canción llamada “La muerte del palomo”.

 “Cuando tenía siete años conocí a Juanito, un sordo que trabajó en una banda. Cuando se quedó sin trabajo se fue a Ciudad Juárez. El hombre tenía una tabla en la que estaban dibujadas las teclas de un piano. Él hacía como si tocara (aunque sí tocaba el violín) y me llamó la atención que en una madera él se la pasara practicando. Todos los chiquillos se reían de él por su sordera; le hacían bromas; eso no me gustaba. Yo no me reía y él me observó. Un día me dijo que me enseñaría música porque no era como los otros niños. Mira, esta es la música, me decía, y me enseñaba los tonos por medio del silencio”, explicó Juan Gabriel.

“Cuando tocaba el violín, como no se escuchaba, pensaba que lo hacía celestialmente. Los niños se tapaban los oídos, pero yo hacía como si fuera algo encantador. Luego me enseñó ‘Alborada’. Triste y todo, pero la melodía iba conmigo”, añadió el intérprete para recordar a su maestro Juan Contreras, nombre que tomó para tomarlo como bandera artística. Gabriel es por su padre. El cariño a don Juan quedó plasmado en el tema “Eternamente agradecido”.

Con el tiempo aprendió el sentimiento del perdón hacia su madre, como lo explicó en una entrevista para el diario La Jornada: “Uno tiene que ir comprendiendo con el tiempo, aceptando y perdonando, porque si no, no puedes ser feliz. No puedes llevar contigo demasiado sufrimiento. Es mejor hacer de cuenta que así es la vida. Mi mamá tuvo que internarme, pero me escapé. Lo quise hacer desde los cinco años. Me estuve hasta los 14, cuando ya con la confianza que me tenían, un día al salir a tirar la basura no regresé”, dijo a propósito de que se fue a vivir con su maestro Juan. Después de unos meses se fue a vivir con su hermana Virginia y su madre doña Victoria.

En Ciudad Juárez era un muchacho conocido que se paseaba por las calles de La Paz y La Noche Triste, pero su vida comenzó a cambiar cuando un día escuchó el coro del Templo Metodista de la región, cuando su curiosidad lo llevó a entrar conoció a dos señoras, Leonor y Beatriz Berumen, quienes conmovidas por su historia lo llevaron a vivir con ellas. Para compensar el gesto de las señoras se dedicó a limpiar la iglesia, a cantar en el coro y a leer La Biblia, de la cual aprendía de memoria versículos.

Un día el pastor del Templo Metodista de El Paso, Texas, lo llevó al pueblo de Elsinore, California, para hacer el mismo trabajo. Ahí se quedó seis meses a vivir con una familia de raza negra. Le maravillaban sus voces, su amor a Dios y su fe. El hecho de vivir cerca de Tijuana aumentó su curiosidad por conocer y viajar allá. Así lo hizo y en ella formó parte de los Coros de la Catedral de Guadalupe, donde conoció a su entrañable amigo, don Daniel Díaz, quien lo protegió como un padre. Lo llevó a Rosarito, Ensenada y Mexicali, y justamente ahí es cuando conoció a Monna Bell, su ídolo, en el Marilyn Restaurant Bar. Era noviembre de 1965 y la música ya se había convertido en su obsesión.

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