El intento del senador Ricardo Monreal para ponerle brida y freno a las redes sociales –o al menos a la aplicación del convenio de afiliación, por parte de los dueños de las plataformas digitales -- ha fracasado.
Al parecer no por la decisión de asamblea alguna, mucho menos de los usuarios, sino por el parecer del presidente quien ha exornado su punto de vista con una metáfora escultórica.
No estoy de acuerdo --ha dicho-- con limitar de manera alguna la libertad de expresión. Y una vez más se ha puesto del lado de los golpistas trumpianos y la convocatoria digital para la asonada.
Pensando así, si Huerta hubiera tenido un teléfono inteligente y con él hubiera enviado mensajes previos al cuartelazo; seguramente deberíamos reconocer el derecho a la libérrima expresión de don Victoriano y no la infamia del golpe.
Si al menos hubieran convocado a la “Marcha de la lealtad” por tuiter o feisbuc, la estatua de la Libertad no se habría puesto verde de coraje, según el cromático descubrimiento de nuestro presidente cuyos conocimientos de oxidación broncínea son limitados.
Es notable la frase: la estatua regalada por los franceses a la democracia estadunidense no se opuso verde por el atentado a las instituciones tras el invento de un fraude electoral (¿les suena?), sino por la cancelación de los mensajes del golpista.
La estatua de la Libertad –como todos los bronces del mundo-- se pone verde por la exposición a la intemperie.
“Carbonato de cobre: Se produce por la interacción lenta del dióxido de carbono disuelto en agua con el óxido de cobre presente en la superficie de la pieza. El cobre, expuesto al aire y la humedad, pierde su brillo, se empaña, se vuelve mate y se torna verde. Esta capa no se incrusta, sino que lo recubre y lo protege” (el retoquerestauración.com).
Esa capa protectora se conoce como “pátina” y no es producto del estado anìmico de la estatua, ni mucho menos de su pena por la clausura de una cuenta. No, es otra cosa.
Pero sean cuales sean los motivos de la Cuarta para este afán, cuyos mejores momentos parecen ser los de una gigantesca “finta” o amago, las palabras presidenciales parecen haber frenado el empeño, siempre bajo la muy correcta invocación de la libertad, cuya existencia, hasta donde se sabe, no depende de las plataformas ni de su reglamento interno, ni mucho menos de los afanes por limitar la aplicación de ese reglamento.
El proyecto no buscaba garantizar la libertad sino sujetar a un orden burocrático el funcionamiento de varias empresas extranjeras cuya existencia depende de la voluntad de quien quiera hacer uso de ellas.
No era tanto defender la libre expresión, era lograr para el Estado la capacidad de controlar las plataformas.
Era una censura a la censura para ejercer la censura.
Y los dueños de esas grandes corporaciones están ahora casi todos ellos en el hospital. Sufrieron severos ataques de hilartidad. Se estaban muriendo de risa.
Mientras tanto deberíamos saber cuál es el curso de esta información surgida, como casi todo en México, de la mañanera:
“(13 de enero): El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador propuso la creación de una red social nacional para que la población no sufra de “censura” como ocurrió recientemente en Estados Unidos con las cuentas de Donald Trump.
“Mencionó que le dio órdenes al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), la Secretaría de Gobernación, la Consejería Jurídica, o la Secretaría de Relaciones Exteriores, entre otras para buscar un plan con la finalidad de crear una plataforma para “garantizar la comunicación y la libertad de expresión” en México…”
Pues hasta ahora no sabemos nada de nuestro “Feisbocóatl” o nuestro “Tuitcatlipoca” y si se lo han encargado al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, pues ya estamos listos para estrenarlo dentro de varios siglos, porque con la elaboración de respiradores, vacunas y otras cosas a las cuales creen tener acceso, el tiempo se irá como agua.
Por lo pronto un documento confidencial del Conacyt (en poder de esta columna, como dicen algunos), analiza con detalle sus avances en el mejoramiento de la rueda, el fuego; el agua tibia y el envase al alto vacío en lata de los tamales de chipilín
También se analiza la construcción de máquinas de vapor para el Tren Maya y el uso de alcohol de caña para los aviones de la Fuerza Aérea Mexicana.
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