Opinión

Yo también hablo del encuentro con Joe Biden en la Casa Blanca

Yo también hablo de la rosa, como escribió Xavier Villaurrutia. Emilio Carballido recogió la frase para titular una obra de teatro en la que reflexiona sobre diversas circunstancias de la sociedad contemporánea, presa de la manipulación que borra la realidad. ¿Les suena conocido?

Villaurrutia, cuando todos los poetas anteriores habían hablado de la rosa, incide en el tema. Yo no escribiré sobre la flor poética por excelencia sino sobre el reciente viaje del presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington, aunque muchos comentaristas que leo han abordado el encuentro del presidente de México con Joe Biden, el primer mandatario de los Estados Unidos.

AMLO y Biden en la Casa Blanca

AMLO y Biden en la Casa Blanca

EFE

Comparto mi particular lectura.

De acuerdo con su imagen (sin proporción y desenfocada) de adalid de América Latina y, claro está, en especial de México, sentado sin gracia, sin “saber estar”, en una sillón pequeño, junto al presidente Biden, AMLO llevó por escrito varias cuartillas y tomó la palabra, interrumpidamente, para que la traductora simultánea pasara sus propuestas y sus narraciones históricas a Biden, quien amablemente escuchó todo, quizá con la mente puesta a ratos en la visita que haría en las siguientes horas a Arabia Saudita. Como sabemos, varios problemas lo aquejan: los grupos trumpistas, los cuales, ni aún a pesar de lo que se va revelando en las audiencias bipartitas de republicanos y demócratas para elucidar el compromiso de Donald Trump con los hechos ocurridos el 6 de enero de 2021 en el Capitolio, los hacen cambiar de opinión. Los republicanos se han convertido (siempre lo han sido) en un hueso duro de roer y Biden precisa resistir varios frentes, entre otros, su edad. Anoche, por ejemplo, el doctor Rafael Fernández de Castro, en una entrevista para La hora de opinar (ADN 40), observó, dijo, que Biden necesitaba referirse a lo que llevaba escrito, envejecido, mientras que AMLO habló ad libitum confiado y seguro de sí mismo (sic). Es más, agregó, el presidente de México le espetó “en la cara” a su émulo estadounidense, que la gasolina mexicana es más barata que la de Estados Unidos y que los gabachos cruzan la frontera para cargar los tanques de sus vehículos. Seguramente, Biden no lo sabría (sic). Es decir, que Andrés Manuel, como lo llaman los que lo conocen o los que lo admiran, triunfó sobre Joe, el dirigente del país más poderoso del mundo.

Uno de los temas más contundentes de AMLO era la migración, asunto, por cierto, al que se rindió ante las exigencias de Donald Trump, cuando el hombre anaranjado era, por desgracia, el presidente the land of the free and the home of the brave. Con Trump, solícito, con Biden, altivo y exigente, a pesar de que su lenguaje corporal, si ven las fotografías del encuentro en la Oficina Oval, dice lo contrario (a lo mejor podrían darle unas clases de cómo sentarse, de movimientos de brazos y manos cuando se entreviste con otros líderes, porque hasta con Raúl Castro, quien lo impresiona a través del recuerdo de su hermano Fidel, el dictador, se mantuvo como niño regañado por la directora de una escuela primaria). Pero resulta que el tema de migración es tópico esencial tanto para los republicanos como para los demócratas en las próximas elecciones presidenciales (roguemos a los dioses que no se permita la candidatura de Trump, el delegado de los supremacistas blancos y de ultra derecha, de make America great again). AMLO, es curioso, se preocupa por Enrique Iglesias, el dirigente del partido español Podemos, de extrema izquierda, pero no por la amenaza del grupo afín a Trump, hecho de fanáticos religiosos, hijos del Ku Klux Klan, que destazarían a los mexicanos si pudieran. Ladrones y violadores calificó Trump, que tan bien le cae a nuestro presidente, a los mexicanos que migran a los Estados Unidos. JesusChrist!

En estos momentos, Biden debe valerse del apoyo mexicano para parar la densa migración, las siniestras mafias de polleros e incluso las de trata de blancas. Eso sí, pero legalizar mexicanos en Estados Unidos, proporcionarle permiso como en los años cuarenta y cincuenta, cuando se llamaban braceros, no, por ahora. “Paciencia y trabajo conjunto”, le contesto Biden. Le pidió, eso sí, esfuerzo mutuo para lidiar con los traficantes de fentalino. Pero ya saben ustedes, de balazos, nada. El presidente quiere actuar como la Iglesia católica o la evangélica, que es a la que asiste, no como el estado protector. El orden para impedir la violencia no existe en México.

En términos de “no violencia”, Amlo se identifica (sic) con Martin Luther King, quien abogó por prohibir la segregación racial en Estados Unidos. Es decir, que no tiene que ver nada que ver con la batallas (sic) que pelea nuestro presidente. ¿Qué tanto dijo nuestro primer mandatario con los familiares vivos del hombre que profesaba un sueño (I have a dream), en el que llegara un día en que sus cuatro hijos no vivieran en una nación donde no fueran juzgados por el color de su piel sino por su carácter. Martin Luther King fue el propulsor de los derechos civiles en la Unión Americana, por eso lo asesinaron en un país avanzado, que aún carga con la rémora de la ultraderecha que favorece al loco de Trump.

Lo más reciente que leí es que AMLO se congratuló de su reunión con empresarios norteamericanos y mexicanos, quienes se comprometieron, dice él, a invertir 40 mil millones de pesos en nuestros país. Sin embargo, según anuncia diario El Universal, los empresarios estadounidenses expresan dudas sobre la política energética de México. Francamente yo también.

Entonces, ¿cómo nos fue en Washington con el guía, la antorcha encendida de América Latina, nuestro señor presidente de México?

A saber, o como diría un amigo, traduciendo literalmente de español al inglés, Go you to know.

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