Entre la indiferencia y el resentimiento
CRÓNICA CONFIDENCIAL
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En un chat de amigos, compartimos nuestra experiencia de haber asistido o no a la concentración del pasado domingo. Vimos con cierto pasmo que la gran mayoría de los asistentes pasaban los 50 años, si no es que por lo menos la mitad éramos de la tercera edad.
Pocos, muy pocos jóvenes se manifestaron y su ausencia nos llevó a tres reflexiones sobre nuestra generación. La primera, que a pesar de recibir la pensión, los adultos mayores estuvieron dispuestos a inconformarse con los ataques a la democracia. La segunda, que los de la tercera edad vivieron gobiernos autoritarios y saben qué está en juego en las próximas elecciones: pasar de una democracia imperfecta a una autocracia.
Respecto de los jóvenes, María nos narró su experiencia con esa generación. Ella fue contratada para entrevistar a jóvenes interesados en trabajar por dos años en Illinois y Alabama como maestros de español o como enfermeros.
Además de presentar buenas calificaciones, los jóvenes debían demostrar compromiso con el trabajo y disposición a cumplir con el tiempo laboral, los programas y las reglas habituales. Ahí fue donde dos terceras partes fallaron. Cuando María les notificó la razón del rechazo, casi todos le contestaron que no les preocupaba mucho porque recibían “la beca de López Obrador” (como si fuera de su dinero). “Sentí que una aplanadora había pasado sobre sus expectativas de vida,” nos dijo María.
A lo largo de las entrevistas y en su contacto con otros grupos de jóvenes, María notó la falta de información y de interés por lo que ocurre en México. Ni les va ni les viene lo que hagan los políticos o los partidos; vamos, ni siquiera ven la necesidad de votar o, en todo caso, están dispuestos a vender su voto.
Ahora pasemos al resentimiento. Después de la concentración, Armando y sus vecinos fueron a comer a un restaurante donde se reunirían con un par de matrimonios con niños. Al salir de la comida, se encontraron con un vendedor de globos y, dispuestos a darle gusto a los menores, uno de ellos se acercó a preguntar el precio.
Al ver las camisetas que vestían con las leyendas de “Yo defiendo al INE”, “La democracia no se toca”, etc., al vendedor de globos le cambió la cara y dio inicio a sus reclamos: “Quieren que regrese el PRIAN, que estuvieron royendo el hueso y se robaron todo, ahora ni el polvo del hueso van a dejar,” y continuó repitiendo las frases que se profieren en las mañaneras en contra de los “enemigos” del pueblo.
Para acabar pronto, se dio media vuelta y se fue. Prefirió perder un ingreso de la venta antes que tener el mínimo trato con una persona que piensa diferente.
Tengo la impresión que ambos extremos ven su propia realidad con pocos vínculos con la políticas públicas y las decisiones de gobierno que les afectan y sobre todo, qué pueden hacer al respecto. Los jóvenes por apáticos; los “pejelovers” por no cuestionar la palabra presidencial. ¿Por qué la educación pública es deficiente? ¿Por qué no tengo medicamentos? ¿Por qué los alimentos se han encarecido? ¿Por qué no pavimentan las calles de mi colonia? ¿Por qué hay inseguridad? ¿Por qué no se juzga a los corruptos?
Es como si todos estos asuntos NO los percibieran como bienes públicos y colectivos sobre los cuales vale la pena informarse un poco y, sobre todo, exigir su satisfacción. Ustedes, los de los partidos, nada hacen al respecto, ni siquiera para cuestionar al adversario; se han olvidado de las causas ciudadanas y solo les interesan las clientelas.
No creo que todo esté perdido y es gracias a ciudadanos comprometidos y las organizaciones de la sociedad civil. De hecho, los jóvenes con los que trata María empezaron a cambiar un poco su actitud cuando les ejemplificó cómo todas las decisiones de los gobiernos afectan su vida presente y futura.
Respecto de la sociedad civil, recordemos que la primera gran marcha de este siglo fue en 2004, cuando los chilangos salimos a protestar por la inseguridad; me refiero a aquella marcha que López Obrador, en su calidad de Jefe de Gobierno calificó como la de los “pirrurris” (todavía no eran fifís). Luego se repitieron más o menos cada cinco años y con el mismo motivo. Por ahí brilla la marcha “8M” de 2020 en contra de la violencia hacia las mujeres.
Pero desde hace décadas no se daban expresiones colectivas por la democracia. Este gobierno ha tenido cuatro marchas y concentraciones en menos de año y medio, todas replicadas a lo largo y ancho del país.
Al paso que vamos, creo queda poco tiempo de comodidad a los partidos políticos. Tal vez, como dice mi amigo Cecilio, sea porque estamos dejando de ser habitantes del territorio nacional para convertirnos en ciudadanos de México.
Como sea, algo está pasando.
Colaboró: Upa Ruiz uparuiz@hotmail.com
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