Opinión

Los nuevos despotismos

Supongamos, por un momento, que hemos estado caracterizando mal el cambio político registrado en nuestra época, tanto en México como en el mundo. Convengamos en que asistimos a una transformación de largo alcance en la cual la democracia ha perdido terreno debido al avance de lo que hemos denominado, erróneamente, populismo o neopopulismo. Es posible que algo más siniestro, en esta época de oscurantismo, esté ante nuestros ojos, aunque no nos hayamos dado cuenta: una especie de despotismo que el mundo no había conocido.

Este despotismo es un nuevo tipo de pseudo democracia: un régimen manejado por gobernantes diestros en el arte de la manipulación para obtener el respaldo de la gente. Esta forma de dominación fluye de arriba hacia abajo en una relación de dependencia lubricada por las dádivas del mandamás; cuenta con un aparato de difusión, medios de comunicación y merolicos que repiten machaconamente los mismos estribillos dictados desde el vértice. Como decía Joseph Goebbels, el artífice de la propaganda nazi, “Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa.” Ese es el tipo de estrategia publicitaria que está utilizando el nuevo despotismo: hacerse de las mentes y la voluntad de las masas, pero ya no utiliza tanto la violencia física como el acoso contra los disidentes; no los campos de exterminio, sino las cuchufletas; no la represión, sino la seducción.

Entre los entusiastas enajenados y los opositores hay segmentos de la población a quienes la política les importa un bledo: ellos siguen su vida como si nada; se la pasan yendo a los restaurantes, bares y antros; paseando en las calles y plazas; los malls son los templos donde se rinde pleitesía al consumismo o, por lo menos, al deseo de consumir; esperan el fin de semana para ver el futbol soccer o el futbol americano. Estos sistemas de gobierno de los cuales no hay antecedentes, promueven el hedonismo. Así: “Los nuevos despotismos cultivan la sumisión; producen la cobardía.” (p.16)

Dice John Keane: “Los déspotas saben cómo emplear la ley para hacer que se desmorone el imperio de la ley. Para ellos la ley es un arma de doble rasero: una barita mágica que surte efectos favorables para sus partidarios; o una afilada espada que utiliza en contra de sus oponentes.” (The New Despotism, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 2020, p. 15)

Siempre han sido parte importante de los regímenes autoritarios los espías; no obstante, en esta época global y digital los instrumentos para “Vigilar y Castigar”, se han vuelto mucho más sofisticados: una parte importante de la estrategia despótica consiste en estar presente en las redes sociales—y en eso los rusos son maestros—; pero también han desarrollado la nano publicidad, es decir, consigue perfiles psicológicos de cada usuario de las redes sociales para “cambiar sus preferencias políticas.”

Otro punto es garantizar la lealtad del ejército. Y esa lealtad debe transformarse de lealtad a la patria a lealtad al déspota. ¿Cómo se consigue ese cambio? Cediendo contratos, obras, elevando los salarios de los soldados y oficiales, encargándole funciones al ejército que antes desempeñaba la burocracia. En pocas palabras: engatusando a los militares. Llegado el momento, cuando las personas se den cuenta de que han sido engañadas entonces se rebelarán; allí estarán listas las bayonetas para garantizar la permanencia del régimen como sucedió en Ucrania, Bielorrusia y Kazajistán.

Ciertamente, el despotismo tiene hondas raíces en el pasado. Así lo demostró Montesquieu en su libro El Espíritu de las Leyes (1748). Allí se lee cosas que siguen siendo ciertas: “Un hombre a quien sus cinco sentidos le dicen continuamente que él lo es todo y los otros no son nada, es naturalmente perezoso, ignorante, libertino. Abandona, pues, o descuida sus obligaciones.” (Libro II, capítulo V) De igual manera, también es cierto que el despotismo siente repugnancia por la educación: “La obediencia ciega supone crasa ignorancia, lo mismo en quien la admite que en quien la impone. El que exige una obediencia extremada no tiene que discurrir ni que dudar: le basta con querer.” (Libro IV, capítulo III). Con un poder así cualquiera se vuelve loco, si es que no ya lo estaba. Por eso, los déspotas son personas que sufren megalomanía, narcisismo y sufren cambios bruscos de humor.

Hay otra conexión entre el viejo y el nuevo despotismo: en el gobierno despótico los bienes públicos y los bienes privados se confunden. Es el sistema patrimonial, el gobernante dispone de los recursos del Estado como si fueran suyos. Los maneja a capricho: no sigue directrices que convienen al interés general, sino a criterios de conveniencia y oportunidad.

A esto debemos agregar que los puestos públicos se asignan por lealtad, no por capacidad. Valga como ejemplo el que, al menos, quince ayudantes de Andrés Manuel López Obrador han ocupado puestos de alto nivel en el gobierno federal: direcciones en Pemex, el SAT, las secretarías de Educación y Salud, y Conapesca.

Despotismo, patrimonialismo y corrupción forman parte de un mismo engranaje: “Un elemento a tomar en consideración es que entre patrones y clientes prospera la corrupción. Si por corrupción se entiende transferencias de dinero u otros recursos ilegales o legales a cambio de favores, entonces no sólo el despotismo promueve la corrupción, sino que la corrupción nutre al despotismo.” (John Keane, The New Despotism, cit., p. 42).

Sin percatarnos, en México ha sentado sus reales un nuevo despotismo. 

Foto: Especial

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