Escenario

‘El castillo’, un cuento argentino sobre diferencias de clase que fascina

COBERTURA. Protagonizado por Justina Olivo y su hija Alexia Caminos, que heredaron un palacio decadente en medio de la pampa argentina, el filme compitió hace unos días en el Festival de San Sebastián

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El cineasta Martín Benchimol y sus actrices Justina Olivo y Alexia Caminos en San Sebastián.

El cineasta Martín Benchimol y sus actrices Justina Olivo y Alexia Caminos en San Sebastián.

EFE/ Juan Herrero

Es un documental y una ficción, pero en realidad El castillo, del argentino Martín Benchimol, es un cuento lleno de luz sobre las diferencias de clase y sobre las relaciones humanas que ha aportado luz y naturalidad al Festival Internacional de Cine de San Sebastián, en la sección Horizontes, donde se llevó el premio principal.

Protagonizado por Justina Olivo y su hija Alexia Caminos, que heredaron un palacio decadente en medio de la pampa argentina, El castillo ficciona su realidad, pero también cuenta la relación que establecieron estas dos mujeres indígenas con Benchimol y todo su equipo.

Benchimol las conoció hace seis años cuando estaban en pleno proceso de mudanza desde la ciudad de Lobos donde vivían -a unas dos horas y media al suroeste de Buenos Aires- a esta propiedad de 64,3 hectáreas que habían heredado de Norma, la mujer a la que cuidaba Justina Olivo y a la que Alexia consideraba su abuela.

“Conocí su historia y, de hecho, tuve un impulso y quise cancelar la película que estaba filmando porque las encontré mientras hacía un casting para otra película. Y afortunadamente no lo hice porque ahí empezó un vínculo que sigue hasta hoy y que yo creo que es la base de esta película”, explica Benchimol a EFE sobre su primer largometraje en solitario.

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La madre se emociona hasta las lágrimas y apenas pronuncia unas palabras para decir que sea su hija la que hable en nombre de las dos. Y la hija, a sus 21 años, se expresa con una solidez y una madurez que sorprenden.

Reconoce que hacer la película le ayudó a comprender la obsesión de su madre por vivir en la propiedad y no venderla ni abrirla al turismo.

Los últimos 40 kilómetros para acceder a la propiedad son un camino de tierra que se convierte en casi impracticable en los días de lluvia, y por eso al principio la joven no quería quedarse a vivir en una casa que conocía muy bien porque desde que nació pasaba allí los fines de semana.

“Yo quería terminar mis estudios e irme otra vez a la ciudad para proyectar los distintos sueños que tenía, como la música, el dibujo... Luego empecé con todo el tema de la mecánica y de las carreras”, (es tractorista) algo que queda reflejado en la película.

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Pero al rodar El castillo fue entendiendo el punto de vista de su madre, de querer aferrarse a esa propiedad, de convertirla en su casa. “A principios de año me estaba por ir no a la gran ciudad, sino a Lobos, al pueblo a buscar trabajo, pero finalmente pude conseguir un trabajo ahí cerca del campo”.

Un trabajo de tractorista que le hace muy feliz. “Conseguí un lugar que se volvió también un lugar hermoso para mí, el castillo, porque tengo un trabajo hermoso, soñado”.

Con su trabajo consiguió algo también muy importante, una vía de ingresos que les está permitiendo acondicionar el castillo, una labor ingente en la que les ayudan su familia y en la que colaboró también el equipo de la película.

Porque se creó un vínculo muy fuerte entre ellas y todo el equipo, especialmente con el director, quien considera que eso permitió darle más capas de profundidad a la película.

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Lo que empezó siendo un trabajo de observación de la realidad de Justina y Alexia fue derivando en una ficción de su vida, con escenas que replican cosas que les había pasado y otras que aventuran su futuro.

“Fue como un escenario donde ellas jugaban su vida”, explica Benchimol, que fue modificando el guión a medida que conocía mejor a sus protagonistas.

“Entendí que la película finalmente no solo habla de las diferencias de clase, sino de las pertenencias como sentimiento un poco más profundo”, recuerda.