Escenario

‘El Club de la Pelea’: Rompamos la primera regla y salgamos impunes

TICKET AL PASADO. En un episodio más de las películas que marcaron a nuestros especialistas tenemos una obra maestra de David Fincher que regresa esta semana a las salas de cine

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Fotograma de 'El club de la pelea'.

Fotograma de 'El club de la pelea'.

ESPECIAL

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Recuerdo salir del cine y ver ante mí el World Trade Center del Distrito Federal, era noviembre de 1999, al ver el edificio ante mí, sólo me hizo recordar con más fuerza la secuencia final de la película que acababa de ver, El Club de la Pelea (Fight Club), aun tratando de asimilar su mensaje, sus imágenes, sus giros, sus secretos. Sería la primera vez que la vería de unas cinco veces más que hice antes de que abandonara las salas de cine mexicanas. Luego la vería otras tantas veces en dvd y ahora en bluray, esperando verle en glorioso 4k pronto. ¿Por qué esa obsesión? Quizá porque todos tenemos algo del Narrador de la cinta en nuestras vidas y esperamos nos aparezca un Tyler Durden que nos despierte.

Después de Seven (1995) y El Juego (The Game 1999), era ya obligado ver lo antes posible la nueva cinta de ese director que estaba rompiendo las reglas del juego, David Fincher, egresado de la publicidad y que comenzaba a cimentarse una carrera como director de cintas distintas, de thrillers diferentes, pero lo cierto es que nada nos había preparado para lo que llegaría en este su cuarto largometraje, un brutal tratado sobre el capitalismo, sobre las enfermedades mentales, sobre la lucha contra el sistema, una oda al terrorismo que sería imposible ya de hacer un par de años después.

El Club de la Pelea me llamaría primero la atención por ese estilizado manejo de cámara que Fincher ideó para la película, fluyendo entre los personajes y escenarios, pero más importante aún, flotando como si fueran pensamientos que se transmiten de un lado a otro. Esos rompimientos de la cuarta pared, ese manejo del encuadre para que no olvidáramos que estábamos viendo una película. Una época en que las marcas de cigarrillo en ellas aún existían.

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Estaba Edward Norton en uno de sus mejores momentos y Brad Pitt en un papel por el que sería recordado por siempre, además la presencia femenina recaía en Helena Bonham Carter, quien crearía a una mujer fuerte, dueña de su sexualidad, de su mundo, quien estaba aún lejos del infantilismo a la que la condenó un tiempo Tim Burton. Y como cereza del pastel, Meat Loaf salía en ella, un personaje con el que todos nos podíamos identificar porqué “His Name is Robert Paulson”. Y no podemos olvidar a Jared Leto, esa cara de ángel que sería desfigurada en aras de lo necesario para liberarnos.

Otro aspecto me atraparía sería el mensaje de los diálogos, bombas que matarían a los fascistas de lo políticamente correcto, donde el personaje llamado Tyler nos educaría sobre los riesgos de vivir en el mundo real, aquel donde el capitalismo nos controla, donde todo nos lleva a consumir, a ser igual al otro, a negar nuestros instintos primarios. Muchos de los diálogos rebotarían en mi cabeza mucho después de haberla visto, podía recitar de memoria las reglas para ingresar al Club de la Pelea, las pruebas, sus protagonistas.

Pero si verla una primera vez era fascinante, sobre todo al llegar ese último acto donde todo explota y las verdades son develadas, el regresar a ello lo es aún más. Cuando se revela que en realidad el narrador y Tyler son el mismo ente, no es que nos caiga de sorpresa, nos lo ha ido diciendo la película en varias formas, antes de que Brad Pitt se aparezca como personaje en pantalla lo podemos ver cerca del portal de su casa, a un lado de la fotocopiadora, en el club de los hombres sin testículos, en el hospital y en un anuncio de Bridgeworth Suites. 

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Lo podemos ya intuir en las reacciones de la gente cada vez que Norton habla de él como alguien distinto. Lo vemos en la llamada recibe el narrador desde un teléfono público, uno que indica que no recibe llamadas. No. No es un engaño, así como si fuera un fotograma de película porno en una película infantil, el director nos lo ha dicho todo el tiempo.

Y para dejarlo claro, más allá del diálogo donde se revela esa verdad, unas escenas adelante, cuando aleja al personaje de Marla de la ciudad, el cine al fondo proyecta Siete años en el Tibet, cinta protagonizada por Brad Pitt, para dejar claro que el Narrador ve en el actor la figura que nunca podrá ser. Y todo eso no es posible verle en una primera sentada, requiere una y otra más y después otro par para hacerlo.

El Club de la Pelea pudo abrir la mente de muchos, tal como lo hace con su protagonista, un yuppie que está obsesionado con la moda, de alguna forma hacía eco de lo que el personaje de Renton de Trainspotting (Boyle 1996) nos indicaba en su monólogo de apertura y cierre. Es una película que nos habla de los riesgos del extremismo, de lo que el terrorismo casero puede hacer, de lo que una mente sin ataduras y enloquecida puede ser.

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Pero también es un recordatorio de lo que la soledad nos empuja a hacer, en el fondo la película es la historia de cómo dos desequilibrados se unen, el Narrador y Marla, de cómo un simple “me conociste en una época muy extraña de mi vida” transforma el diálogo del fin de Casablanca y el nacimiento de una gran amistad, al arranque de una relación en este caso.

La caída del centro financiero norteamericano al cierre de la cinta la ritmo de “Where is my mind” de The Pixies se convertiría en uno de los momentos más bellos y espeluznantes de la historia del cine. Uno que cobraría en la caída de las Torres Gemelas de Nueva York un eco terrible, uno que pudo condenar esta cinta al olvido, pero que no pudo ser olvidada ni condenada.

El Club de la Pelea regresa a Cinemex este 6 de julio en su ciclo Indie’s 90's. Si nunca la han visto en pantalla grande es su oportunidad. Y si ya la han visto, es momento de recordarle en grande. Solo recuerden al salir, aunque yo me haya atrevido a romperle, la primera regla es clara: “No se habla del Club de la Pelea”.

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