Metrópoli

A los 16 se desmayó y supo del mal del que nunca había oído; lo acompañará el resto de su vida

Suponga que todo lo que hizo de joven, en especial algunas de aquellas cosas de las que se arrepiente, le están vedadas. Que se vuelve un asceta que no comete excesos con el alcohol, las fiestas y su vida juvenil está marcada por la disciplina… pero ahora imagina que es debido a una enfermedad. Es la historia de Ángel

Foto representativa de Ángel en una cita médica.

Foto representativa de Ángel en una cita médica.

A Ángel le descubrieron la diabetes hace cuatro años, cuando tenía 16 años y se desmayó en la preparatoria. Ese día lo tuvieron que ingresar de emergencia al Hospital 20 de Noviembre. Llevaba un mes que no se encontraba bien y adelgazaba, bajó 4 kilos a pesar de que tenía mucha hambre. También iba mucho al baño. Fue una época difícil, se encontraba mal y se desmayaba muchas veces y le daba sueño en clases.

Ángel cuenta lo que tuvo que pasar a sus 16 años, ahora está a punto de cumplir 21 años, los cambios que ha tenido su vida han sido drásticos, mucho más cuando se trata de un joven con ganas de vivir y de experimentar.

Cuando lo hospitalizaron tenía 675 de azúcar en sangre (lo normal es 120) y no sabía lo que era esa enfermedad “porque nunca me habían hablado de ella… estuve quince días hospitalizado”. Costó bastante encontrar su tratamiento porque tiene alergia a algunos alimentos que son recomendados a otros pacientes. Las frutas y frutos secos le provocaban reacciones y dermatitis crónica, por lo que lo tuvieron en observación en lo que se definía su dieta.

La diabetes le ha cambiado la vida, lo ha hecho más responsable, más maduro, es algo que se nota en su cara y mentalidad. Relata que tiene que estar pendiente de que no le den hipoglucemias y “de que tampoco me suba demasiado el azúcar; pero la vida sigue siendo igual, hago deporte, natación y a veces tenis”.

En su caso lleva una bomba de insulina. Al principio se tenía que medir el azúcar hasta diez veces al día. Ahora con su bomba (una suerte de páncreas artificial) la cosa ha cambiado. La lleva conectada al cuerpo durante el día y la noche y la carga con insulina cada tres días.

También lleva un sensor que mide continuamente su nivel de azúcar en sangre, le manda los datos a la bomba y reacciona según baja o sube el azúcar.

Llevar esa pequeña bomba unida a su cuerpo mediante un catéter insertado en su abdomen no le afecta, a veces, si va por la calle y se le ve el aparato, “noto que hay gente que se gira y me mira, pero no me molesta”, explica.

Asegura que cuando eres una persona joven quieres conocer y probar muchas cosas, ve a jóvenes de su edad rechazar comida por berrinche. “A veces es frustrante cuando mis compañeros dicen que no les gustan las palomitas acarameladas porque empalagan; si supieran que yo no puedo comerlas porque el azúcar altera mi glucosa… ni si quiera me gusta ir al cine porque todo se me antoja”, explica Ángel con una cara que deja escapar un fruncido de ceño.

En efecto, comenta, el proceso incluye episodios de furia y otras de aceptación de la enfermedad, pues es un joven que no puede salir de fiesta a beber, y si va a una fiesta sólo puede beber agua simple y muy rara vez agua de sabor y frutas.

A Ángel le gusta todo lo que tiene que ver con la electrónica, ordenadores, videoconsolas, videojuegos... y la enfermedad no le ha impedido seguir el curso escolar que le corresponde.

“Encontré un poco de paz en los videojuegos y algo que me entretiene, no puedo salir como quisiera y aventarme del paracaídas siempre he querido, pero por mi bomba conectada a mi cuerpo sería muy peligroso más por la forma en la que está conectada”, explica Ángel mientras se encuentra afuera de la clínica.

Ángel espera que con el tiempo su enfermedad ya no sea tan fuerte y que pueda llegar a tener una vida normal como todos los jóvenes y que en algún momento pueda formar una familia.

“Es complicado limitarte a experimentar, en la adolescencia nunca pude ir a una fiesta o a una reunión; con decir que nunca probé una gota de alcohol porque eso para mí es malísimo, no sé porqué Dios me eligió para tener esta vida. Para mí es complicado, no me imagino en los niños pequeños que todos los dulces se les antojan”, dice como colofón. Arriba del cubrebocas se advierte la aparición de lágrimas y la voz se entrecorta.