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Antonio Roldán, un ídolo en el olvido

El ex boxeador mexicano, ganador del oro en México 68, pide a los gobernantes que volteen a ver a los atletas que han enaltecido al país en los Juegos Olímpicos

Roldán Reyna, el entrenador de box que descubrió a Julio César Chávez
Roldán Reyna, el entrenador de box que descubrió a Julio César Chávez Roldán Reyna, el entrenador de box que descubrió a Julio César Chávez (La Crónica de Hoy)

La delegación mexicana cosechó cuatro medallas en el boxeo de los Juegos Olímpicos de 1968, dos de oro y un par de bronces, para convertir a esta disciplina en la más exitosa de aquella justa deportiva en la que México concluyó con nueve metales.

Antonio Roldán, fue uno de los boxeadores tricolores que le dio el oro al país; superó a Abdel Awad (Sudán), Eddie Treacy (Irlanda), Valeri Platinov (URSS), Philip Waruinge (Kenya) y Alberto Robinson (EU), a este último por descalificación.

“En la final me dio tres cabezazos, por eso lo descalificaron. A una persona así no le debieron haber entregado medalla”, recuerda Roldán, rodeado de reconocimientos en su domicilio. De cualquier manera, el pugilista de peso pluma hizo entonar el Himno Nacional por segunda vez en esa noche inolvidable en la Arena México

“Soy un ídolo olvidado, porque no todos somos campeones; no es igual una medalla de bronce que una de oro, ¡nunca! Y en México 68 no todos fuimos campeones”.

En entrevista, para Crónica, Roldán pide a las autoridades que volteen a ver a los atletas que han enaltecido al país en los Juegos Olímpicos.

“En realidad, la gente que está en el poder no ha hecho nada por uno, las cosas siguen igual y quizás hasta peor. Cómo no, si estamos como los cangrejos: para atrás”.

- A 49 años de distancia, ¿no ha aparecido nadie que lo apoye?

-¡Nadie! Nunca me han dado una dirección deportiva. Yo peleé cerca de 13 años y nunca he tenido la oportunidad de una dirección. Sin embargo, hay tantos funcionarios rateros que no saben nada y sólo se llevan el dinero mientras los ídolos estamos olvidados. Necesitamos un buen padrino o una mafia Es una pena, pero es la verdad.

Con 70 años de edad, casado y con tres hijos, el medallista vive en la colonia Prado Vallejo en una casa que le dejaron sus suegros. Casi enfrente se ubica la que le regaló el presidente Gustavo Díaz Ordaz, “tengo otra con alberca, que también me dejaron mis suegros, en Acolman, Estado de México”. Ésta última se convierte los fines de semana en un restaurante en el que se venden tacos de barbacoa, “No nos quejamos Nos va bien, y mis tres hijos han estudiado siempre en escuelas particulares”.

Además de casas, Díaz Ordaz también les regaló a los medallistas un juego de placas y un taxi, así como un reloj Rolex.

“Estuve un tiempo como taxista, después que me retiré del deporte…Con la experiencia que tengo, ya no estoy para creer en el gobierno o en fulano para apoyarnos a nosotros los medallistas. Vivo mi vida normal, no soy pobre ni rico. Mejor, otras personas me han dado lo que tengo, como mis suegros. Vivo bien, estoy bien, pero me habría gustado tener una dirección deportiva Ahora hay que estar en la televisión para hacerse famoso”.

¿Usted recibe la pensión de la Asociación de Medallistas?

— ¡Ah, sí! Ya nada más faltaba eso, que no me la dieran. Pero desgraciadamente es una limosna.

Roldán incursionó en el pugilismo profesional, pero no tuvo éxito. Pero competir en los Juegos Olímpicos y ganar el oro en boxeo fue un triunfo que costó al campeón un precio alto, pues para hacer un buen papel, tuvo que pasar un tiempo concentrado en el Comité Olímpico, donde se dedicaba a entrenar duro y sólo se le permitía salir los fines de semana, lo cual le restó horas de convivencia con su familia.

De pronto, la nostalgia hace acto de presencia en la sala de la casa del campeón, contrastando con las fotografías y trofeos que representan fuerza, valentía y triunfo, los cuales recuerdan a un hombre sin miedo, quien peleó con muchos y los derrotó, sin embargo, ese hombre, a pesar de haber sido un fiero boxeador, muestra ahora sus sentimientos, que dejan clara su naturaleza humana, misma que lo hace sincerarse.

“Cuando platico soy muy sentimental, es muy duro platicar conmigo porque me viene el sentimentalismo y todo eso, y me acuerdo de las cosas y las siento mucho, así soy yo”,- dice mientras se asoman unas lagrimas de sus ojos, enmarcados por unas cejas en las cuales aún son visibles las cicatrices provocadas por los guantes de sus contrincantes, a quienes derrotó sin importar sus heridas.

Años antes de la pelea por el lugar en los Juegos Olímpicos, Antonio Roldán enfrentó la muerte de su padre, a quien hubiera deseado tener cerca en sus peleas y victorias para celebrarlas con él.

“Mi papá murió en 1965, me acuerdo y como que… él no me vio triunfar, y yo hubiera querido darle esta medalla…(de pronto, los ojos del campeón se llenaron de lágrimas)…”.

Roldán Reyna, aún conserva, tanto en las paredes de su casa como en su memoria, un sinfín de recuerdos de aquella época en que fue una de las figuras más importantes en los Juegos Olímpicos realizados en México.

“Puedo poner un museo de tantas cosas que tengo, incluso mi esposa dice que ya no tenemos espacio para colgar más fotos”, dice en tono humorístico el campeón peso pluma de México 68, mientras observa una pared tapizada por fotografías que recuerdan sus peleas, triunfos y encuentros con diversas celebridades del mundo deportivo; en aquél muro, también pueden observarse algunos carteles promociónales de sus encuentros y diplomas escolares de su esposa e hijos.

Durante México 68, el púgil mexicano, quien tenía como ilusión jugar futbol con las Chivas, salió abante en el combate que se realizó en la atiborrada Arena México (de hecho se decía que había 20 mil personas afuera y sin posibilidad de ingresar) sin embargo, el referee mostró un par de advertencias a Robinson en menos de dos minutos por lo que se marcó una descalificación automática y el triunfo para Roldán.

El primer asalto fue muy tranquilo para Roldán. “Yo no me empleé a fondo. Seguía al pie de la letra las indicaciones de mi esquina. Esperaba cerrar con todo el corazón por delante, confiado en mi buena condición física”, narra y recuerda el boxeador mexicano.

“En el segundo round, Robinson se me dejó venir con mucho coraje, y no tuve más remedio que rifármela. Lo paré con dos buenos ganchos al hígado. Pero él siguió, ahí, terco, forzando los cambios de golpes que eran coreados por el público. Entraba muy cerrado y me dio dos cabezazos que ameritaron que se le llamara la atención. Pero él ni caso hizo. Estaba ensimismado en vencer, como todo aquel que sube al ring. No lo niego: me dio buenos golpes a la cara; no muy fuertes, pero sí muy precisos. El combate era duro, de poder a poder. El trataba de golpear arriba, y yo abajo, recordando la teoría boxística aquella, de que los negritos no aguantan el golpeo al cuerpo... Y la verdad sí sentía que lo iba minando poco a poco.

Según Roldán, en ese mismo episodio, cuando faltaba menos de un minuto, Robinson conectó con la cabeza en la ceja del púgil local lo que provocó que comenzara a sangrar.

“El doctor subió rapidísimo al ring. Me limpió con mucho cuidado y dijo que yo no podía continuar. El momento fue confuso. Robinson y los gringos pensaron que tenían la victoria. Pero los jueces lo descalificaron. Me dieron la decisión técnica. Yo, la verdad, no me sentí bien; no era posible que ganara o perdiera así, quería seguir. Los doctores dijeron que de haber continuado el combate, hubiera estado en peligro de perder el ojo”.

Después de esa presa dorada, Roldán tuvo una infructuosa carrera profesional, por lo que se retiró cinco años después de su gesta olímpica luego de haber sido noqueado por Armando Muñiz. Puso una tienda de artículos deportivos e incursionó como entrenador de boxeadores aprendices.

En su adolescencia, Antonio Roldán ingresó al mundo del boxeo y fue a la edad de 15 años cuando, aún siendo inexperto, peleó por primera vez de forma profesional con gran éxito, sin embargo, todo esto fue producto de una mentira, pues el encuentro fue programado debido a que el joven se presentó a un gimnasio diciendo que había batido récords y por tanto era profesional, lo cual no era cierto.

“Sí, fue en Tlalnepantla, mentí y tuve que pelear contra uno duro, uno que se eliminó con Juan Favila en la olimpiada de Tokio, en 1964; él llevaba quién sabe cuántas peleas y yo ni una.

“Entonces, cuándo te programan tienes que llevar tus récords, pero en este caso no fue así, sino que les dije “no pues, no los he guardado”, y me dijeron “a ver, vente a entrenar acá”, me vieron cualidades y me programaron.

El contrincante se llamaba Santos Arellano y sí me preocupé porque era muy bueno, pero miedo no tuve, sólo nervios y esos se quitan cuando suena la campana y viene el primer golpe…”

En 1968, además de los Olímpicos, México vivió uno de los episodios más sangrientos de su historia: la matanza que tuvo lugar en Tlatelolco el día dos de octubre de aquel año, en la cual murieron muchos jóvenes en defensa de sus ideales de libertad, mismos que reprochaban al gobierno en turno las medidas represivas tomadas en contra de los rebeldes, así como el mal manejo de la política.

Entonces, Antonio Roldán era un joven que apenas y se acercaba a los veinte años de edad, por tanto, fue contemporáneo de quienes participaron en dicho movimiento y murieron en el intento; sin haber sido un rebelde, de los que asistían a los mítines estudiantiles, el boxeador reprobó el modo de proceder del gobierno en aquella ocasión.

“Cuando fue el problema del 68, yo era joven y sentí muy feo, y más porque fue cerca de mi barrio; para mí fue un abuso del gobierno, el cual mandó soldados para matar a gente que ni culpa tuvo, porque no sólo fueron jóvenes, sino también padres de familia y cualquiera que se atravesara en su camino.

Yo siempre he reprochado eso y estoy en contra de que atenten contra los jóvenes, porque sus ideales son pensamientos de quienes quieren algo mejor para el país, en cambio, los gobiernos sólo ven para ellos mismos y no les importa el pueblo, por eso ahora hay tanta drogadicción y delincuencia, por la falta de trabajo y de seriedad del gobierno que no atiende las necesidades de la población”.

A pesar de no haber participado en las revueltas estudiantiles de finales de la década de los años 60, el joven Antonio Roldán luchó por sus propios ideales y por sobresalir en el deporte, sin más armas que él mismo, su habilidad en el ring y sus guantes de box, mismos que lo llevaron el 26 de octubre de 1968 a triunfar, adueñándose del oro olímpico en la categoría peso pluma.

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