
Carlos Salinas de Gortari quedó marcado por muchas décadas como el orquestador de un fraude que lo impuso como presidente de la República en el sexenio 1988-1994. Sin embargo, su dinamismo en el ejercicio presidencial, su inteligencia política para diseñar programas populistas como Solidaridad, empoderando a las comunidades y evitando que las burocracias corruptas del PRI y organizaciones corporativas se robaran los recursos del programa. Se construyeron decenas de miles de comités de Solidaridad por todo el país, ocupando para ello a una gran cantidad de activistas de la izquierda social, fundamentalmente formados en el maoísmo, que ajustaban perfectamente su ideología con el propósito de entregar “todo el poder al pueblo”. En menos de tres años, Salinas obtuvo una enorme popularidad, con su estilo autoritario de gobernar, marginó a la izquierda que se nucleaba en el PRD en torno a la figura de Cuauhtémoc Cárdenas; también logró dividir al frente que se había formado inicialmente entre la izquierda y la derecha (PRD-PAN), logrando acuerdos con este último, iniciando el periodo conocido como el de las concertacesiones.
También hay que señalar que la marginación de la izquierda correspondió a la actitud de la mayoría política del PRD, que apoyando la postura del ingeniero Cárdenas no permitió ningún diálogo con el PRI o con el gobierno, lo que sí se realizó a la llegada del presidente Ernesto Zedillo.
Carlos Salinas generó dos políticas fundamentales en su mandato. Por un lado, recuperar el apoyo popular y lograr que las evaluaciones a su gobierno fueran positivas en el más del 70 por ciento de la población; Solidaridad fue clave, así como la cooptación de muchos activistas de izquierda y de priistas jóvenes que no tenían las mañas de los viejos.
La otra política estratégica se deriva de entender que el viejo modelo económico estatista y proteccionista ya no era sustentable, sólo la petrolización del país lo permitía. Ante ello, echó mano de lo mejor que había en el pensamiento económico denominado neoliberal e inició negociaciones con Estados Unidos y Canadá para acordar un Tratado de Libre Comercio (TLC) que permitiera a México inversiones extranjeras y competitividad productiva, reservando tan sólo aquellos sectores que podían generar una fuerte oposición, incluso dentro del PRI, como son Pemex y CFE.
Con lo anterior logró un gran apoyo internacional. En lo nacional integró un club de individuos amigos del Presidente, a quieres entregó empresas nacionales de servicios, alimentos, turismo, etcétera, quienes en muy pocos años se convirtieron en los más ricos del mundo, que además aportaban su solidaridad a las campañas del PRI.
No fue el TLC o Solidaridad lo que derrumbó el sueño de Salinas, que incluso en algún momento suspiró por la reelección, fue la disputa por la candidatura presidencial del PRI la que inició la debacle; el pleito Colosio-Camacho terminó en tragedia, la irrupción del zapatismo el 1 de enero de 1994 (día en que entraba en vigencia el TLC), el asesinato de Colosio, después el de Ruiz Massieu y la enorme corrupción de buena parte de su familia, terminaron en mucho con su legado.
Solidaridad desapareció en el siguiente sexenio (aún con todos estos problemas el PRI ganó la Presidencia de manera cómoda), pero Salinas, a partir de entonces, quedó como el peor villano de esa época. El TLC fue sin duda, aun con todos los señalamientos críticos, el gran aporte para que México pudiera enfrentar la competencia económica internacional. Ahora que Trump quiere desaparecerlo, entendemos la importancia del mismo. Carlos Salinas no podrá cambiar la percepción negativa que un gran sector de la población tiene sobre él, pero sería injusto que quienes conocemos la historia del cambio de paradigma económico no reconozcamos la parte positiva.
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